historia

Regreso a Puilatos, el pueblo más efímero de la historia de Aragón

Hace ahora 40 años que se derribó este pueblo de colonización, que solo estuvo en pie dos décadas y media. Los vecinos que fueron desalojados aún mantienen viva su memoria.

“¡Mira, estas baldosas son de la iglesia! Yo creo que aquí estaba la entrada”. Varias personas miran al horizonte y dibujan en sus cabezas un pueblo que ya no está. En su lugar, ahora pisan un descampado lleno de escombros y vegetación silvestre. Hace no tanto tiempo, en efecto, aquí se levantaba una bonita iglesia de planta circular, de la que apenas queda un metro cuadrado de embaldosado rojo y gris. También había escuelas, dos bares, un pequeño comercio y decenas de viviendas. Se trata de Puilatos, la localidad más efímera de la historia de Aragón.

Hace 40 años, este pueblo de colonización a las afuera de Zuera se derribó definitivamente. Solo habían pasado dos décadas y media desde que se había puesto en pie. Entonces, en 1956, entraron las primeras de las 35 familias que vivieron este pueblo, al que llegaron con la ilusión de quien comienza una nueva vida. Sin embargo, el terreno quebradizo sobre el que se asentó Puilatos fue su ruina. Las simas y grietas que se abrieron al poco de estrenarse los edificios hicieron que la historia del pueblo fuera tan corta como intensa. Puilatos ahora solo pervive en unas pocas fotos y mapas, en el nombre de dos calles de Zuera y de Ontinar de Salz (en las que se realojaron los vecinos) y, sobre todo, en la memoria de estas personas, quienes piden que su pueblo no caiga en el olvido.

Puilatos -en origen se denominó Puilato, sin ‘s’- fue diseñado en los años 50 por el arquitecto zaragozano José Borobio. Fue un pueblo de colonización, pero no fue uno más. A diferencia de la mayoría, su mapa presentó trazos curvos, con espacios ajardinados y una singular iglesia con planta circular. El municipio se empezó a levantar en 1955. Los primeros vecinos llegaron un año después y para 1958 ya estaba prácticamente terminado. “Cuando llegamos no había ni agua ni luz. Igual estuvimos dos años sin electricidad, pero entramos con tanta ilusión que el recuerdo de esos años es bueno”, cuenta María Pilar Gonzalvo, vecina de Puilatos.

Salvo una familia llegada de Juslibol, todos vinieron desde Zuera, por lo que más o menos ya se conocían entre sí. Pronto hicieron piña. “La convivencia era muy buena, muy familiar. Entre todos compramos una televisión, la pusimos en un centro y cada uno iba con su silla a verla”, recuerda Angelines Sancho. Mar Blanco rememora que los domingo, a la salida de misa, “preguntaba a los amigos qué tenían para comer para decidir con quién me iba”. Generalmente ganaba quien tuviera “arroz amarillo”, entonces toda una novedad.

Los padres de familia se dedicaban a la agricultura o a la ganadería. Además de las tierras, todos tenían su parcela para cultivar productos de la huerta y criar animales. Estos niños de Puilatos, que ahora rondan los 60 o 70 años, aún guardan recuerdos como la carbonera con la que se calentaban en el colegio, las puertas de las casas abiertas de día y de noche, las tardes que pasaban sentados en un saliente en lo alto de la torre de la iglesia “con las piernas colgando hacia afuera”, los juegos tradicionales, los saltos a las montañas de grano, los cabezudos de Zuera que llegaban el 1 de mayo por San José Obrero… Todavía hay quien ese día, fiesta mayor en Puilatos, acude a las casetas del campo o al propio pueblo (hoy convertido casi en escombrera) a juntarse para comer rancho o costillas.

Torre de la iglesia de Puilatos.
Torre de la iglesia de Puilatos.
Heraldo

Las primeras grietas aparecieron pronto. El profesor de la Universidad de Zaragoza José María Alagón ha estudiado los pueblos de colonización y ha mirado a la historia de Puilatos con particular interés. “Cuando se empieza a poblar, enseguida aparecen agrietamientos importantes en edificios como la Hermandad Sindical o varias viviendas particulares”, explica. Angelines Sancho, vecina de Puilatos, recuerdan que en la cocina de su casa se abrió una grieta “por la que entraba la luz de la calle”. “Tuvieron que meter hormigón en la acera y cemento en la pared”, añade.

El profesor Alagón apunta que, entonces, el Estado se planteó dos posibilidades: corregir los agrietamientos para que no fueran a más o derribar el pueblo. Tras hacer estudios, e incluso después de levantar alguna vivienda nueva para reemplazar a las que estaban dañadas, se dieron cuenta de que la primera opción era inviable. “Había corrientes subterráneas por el subsuelo -señala Alagón-. Se hizo un intento de drenaje del terreno, pero no consiguieron corregirlo”. La transformación de las tierras de secano en regadíos se señala como principal causa del problema.

Así, en los años 60 -solo una década después de su fundación- se comenzó a pensar en el derribo, y a comienzos de la 70 se tomó la decisión definitiva. “Mi madre lloró todo lo que no está escrito cuando dijeron que había que volver a Zuera. Piensa que eran gente humilde, que había invertido dinero, que había mejorado las casas que recibieron… Y tener que dejarlas de golpe fue muy duro”, señala Angelines Crespo. Se decidió el traslado de todos los vecinos a Ontinar de Salz -los primeros- y a Zuera -pocos años más tarde-.

“Nosotros fuimos los primeros en salir, en 1975. Nos fuimos un poco antes porque teníamos casa propia fuera de aquí. En Puilatos llegamos a vivir en tres viviendas distintas, porque las dos primeras dieron problemas de grietas. La tercera era muy pequeña y éramos cuatro hermanos, así que no podíamos estar allí”, explica Pili Lanas. En una salida escalonada, todas las familias fueron saliendo. Las viviendas de Ontinar, otro pueblo de colonización como 'Puilatos', se las vendieron “por 1,5 millones de pesetas”, de lo que se descontaba lo que habían pagado ya por la propiedad de Puilatos, incluidas las mejoras realizadas en las viviendas.

En Zuera, fueron los propios colonos los que compraron el terreno, aunque luego el Estado construyera. En las dos localidades, estas calles se bautizaron como Puilatos en honor al pueblo derribado. “El recuerdo es duro. Yo tenía 12 años, y a esa edad tienes que salir, marchar a otro pueblo, buscar otros amigos... No me hubiera ido de aquí, porque el ambiente era muy majo”, recuerda Domingo Gregorio. En cierto modo, este niño de Puilatos no se llegó a ir del todo, porque hoy sigue cultivando las tierras de alrededor del pueblo. “El que es de Puilatos, sigue siendo de Puilatos. Nos juntamos y es como si fuéramos todos de casa, porque nos criamos todos juntos”, señala Gregorio.

El primer desalojo fue en 1975, y la última vecina aguantó hasta el 81. Durante aquellos primeros años, algunas casas se mantuvieron como casetas para guardar los aperos y la maquinaria para trabajar las tierras. Sin embargo, los derribos fueron eliminando el rastro del pueblo, hasta que en 1985 se dinamitó la torre de la iglesia para evitar que los derrumbes pudieran causar una desgracia. El retablo principal, una Sagrada Familia obra del pintor José Baqué Ximénez, fue trasladado por un vecino en un tractor hasta Ontinar de Salz, donde ahora luce en la iglesia del pueblo.

Retablo de José Baqué Ximénez en su ubicación original en la iglesia de Puilatos.
Retablo de José Baqué Ximénez en su ubicación original en la iglesia de Puilatos.
Heraldo
Imagen actual del retablo, en Ontinar de Salz.
Imagen actual del retablo, en Ontinar de Salz.
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Los vecinos reclaman que la explanada en la que estaba el pueblo, ubicada junto a unos pinares, se adecente y que se recuerde de alguna manera a Puilatos. “Antes veníamos a pasear, pero ahora está lleno de escombros, da mala gana”, dice Domingo Gregorio. “Es un espacio verde, se podría poner un merendero, una placa que recuerde la historia de Puilatos...”, propone Pili Lanas. El profesor Alagón va más allá, y plantea “marcar sobre el terreno el trazado de las calles y los edificios que había”. Algo, en definitiva, que recuerde un pueblo de historia efímera, pero que sigue vivo en el corazón de un buen puñado de familias aragonesas.

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