covid año III

Cristina Izquierdo, trabajadora de una residencia: "El desgaste físico es tremendo y el psicológico, también"

Lleva 20 años en el sector, el más golpeado por la pandemia, que en 2021 ha respirado algo por la vacunación de los mayores, aunque mantiene el miedo a los contagios en esta séptima ola.

Carmen Izquierdo, trabajadora social.
Cristina Izquierdo, trabajadora social.
Heraldo.es

A Cristina Izquierdo le hacen un test de antígenos cada día antes de fichar, para poder entrar en la residencia de ancianos en la que trabaja en Zaragoza, aunque está vacunada. Solo cuando este da negativo puede comenzar su jornada. Las medidas de prevención se mantienen para proteger a los mayores, los más castigados por la pandemia de covid-19. Este año han podido estar algo más tranquilos por la vacunación, pero sin perder el miedo a que el virus vuelva a entrar en las residencias.

Las plantillas, formadas mayoritariamente por mujeres, llevan dos años de trabajo complicado y les espera un tercero que vuelve a estar marcado por el covid. Cristina tiene 46 años y lleva dos décadas en el sector. Estudió los cinco cursos de Auxiliar Administrativo, en la entonces Formación Profesional, pero cuenta que no le gustaba "estar en una oficina". Por ello, hizo un curso de Auxiliar de Clínica. Ni siquiera en estos dos años tan duros se ha arrepentido de su decisión. "Arrepentirme, no. El trabajo me gusta mucho", afirma, pero reconoce que "el desgaste físico es tremendo y el psicológico, también. Te ha de gustar".

"El primer año fue durísimo, había gente que no había empezado la jornada y ya se iba"

Falta de personal

El sector es uno de los más precarios laboralmente. "El trabajo ha sido duro siempre, hemos reivindicado que tenemos el salario mínimo, se cobra una miseria y falta personal", enumera la también delegada sindical de UGT.

"El primer año fue durísimo, había gente que no había empezado la jornada y ya se iba. Daba miedo porque nadie sabía cómo te contagiabas", recuerda sobre los primeros momentos de la crisis sanitaria.

En su casa, ella se aisló en la habitación de su hija. Ante la falta de certezas sobre el contagio del virus hacía lo posible por no contagiar a la familia, como muchos otros trabajadores de primera línea. "Cuando llegaba a casa me quitaba toda la ropa en la entrada, me metía en la ducha y me iba casi directamente a la habitación y ahí me quedaba horas", rememora sobre los primeros momentos.

No quedaba con amigos "ni cuando empezó todo el mundo a salir" e incluso ahora mantiene reducida su vida social. "Igual los he visto dos veces", calcula, desde que empezó la pandemia. El miedo ha sido este tiempo igual de grande a llevar el virus a la residencia. 

La vacuna ha traído algo de calma, pero el trabajo ha seguido siendo un examen diario. No han mejorado las condiciones laborales. Hubo refuerzos el primer año de pandemia, pero no siguieron este. 

El día a día con la doble mascarilla puesta durante ocho horas, que dificulta la respiración, unida a los esfuerzos físicos que requiere el cuidado de los mayores, hace que resulte más agotadora la jornada laboral. Está concienciada de que "la mascarilla nos tenemos que hacer a la idea de que en nuestro trabajo vamos a llevarla varios años más".

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