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De 1.000 a 100 vecinos: la huella de la emigración de los años 60 en el Aragón vaciado

Atea es uno de los muchos pueblos de Aragón en los que sus vecinos tuvieron que salir a buscar trabajo a capitales como Zaragoza o Barcelona e incluso al extranjero.

"Eusebio se fue a Suiza. Eduardo volvió de Alemania y Ángel se quedó allí. Santiago aún tiene una hermana en Suiza, que hizo su vida allí, pero él volvió", repasan de memoria Saúl Herrero, alcalde de Atea y Ángel Navarro, vecino, ambos de 72 años, miembros de una generación marcada por la emigración, más interior, pero también al extranjero cuando se les pregunta por la pérdida de población desde los años sesenta en este pequeño municipio zaragozano de la Comarca del Campo de Daroca.

En el año 1950 en el censo había 1.127 personas y en 1970 quedaban la mitad, 551. A partir de ahí, el pueblo, como la mayoría de los que forman la España vaciada, nunca ha vuelto a recuperar habitantes, hasta llegar a los 158 censados hoy en día, aunque solo un centenar están fijos todo el año. La vida vuelve a llenar sus calles en verano y ha ganado también algún vecino que ha buscado tranquilidad durante la pandemia de covid-19.

País Vasco, Madrid y Barcelona

"Yo opté por quedarme", comenta el alcalde. Ha trabajado en la agricultura, con el cultivo de las viñas, extendido en esta comarca vinícola, el trigo y la cebada. Lamenta que no pudieran seguir viviendo en el pueblo más ateanos de su generación, "por lo menos uno de cada casa". El pueblo luce cuidado, con una iluminación navideña que felicita las fiestas a la entrada, con la mayoría de sus casas reformadas, ya que incluso muchos de los vecinos que se fueron las han conservado.

"La emigración fue brutal a partir de 1955. Vació dos terceras partes de España, lo que es muy difícil de recuperar, por no decir, imposible".

"La emigración fue brutal a partir de 1955", recuerda. "Vació dos terceras partes de España, lo que es muy difícil de recuperar, por no decir, imposible". Entre las razones de la marcha de la población de Atea, como de muchos municipios, tras la posguerra y en los años sesenta, señala el "progreso" que trajo la mecanización del campo que hizo que ya no hiciera falta tanta mano de obra y "llevarse la industria y no dejarla en las cabeceras de comarca" porque "el que se iba al País Vasco, Barcelona o Madrid ya no volvía". Algunos vecinos de la comarca también iban por temporadas a Francia, a las campañas de la remolacha y la endivia.

El pueblo tiene una cuenta en Facebook en la que aún pueden leerse mensajes de hijos o nietos de aquellos emigrantes que buscan a vecinos que los conocieran para completar su historia familiar una vez que desaparece la primera generación.

Ángel Navarro, vecino de Atea.
Ángel Navarro, vecino de Atea.
Jesús Macipe

Ángel recuerda con exactitud el día que se marchó a Zaragoza. "El 9 de enero de 1963. Un día así no se olvida", cuenta sobre unos años muy difíciles en los que con 14 años tuvo que irse del pueblo para buscar trabajo en la capital aragonesa. La distancia es corta, alrededor de una hora, pero entonces suponía trasladar toda una vida. "Mis padres no tenían para todos", confiesa. En su casa eran cinco hermanos, el pequeño de cuatro años. Dos hermanas de su padre vivían en Zaragoza, en el barrio de Las Delicias, uno de los receptores de esos primeros emigrantes del campo a la ciudad.

"De mi generación se fueron todos. De 1965 a 1975 se fue muchísima gente"

"De mi generación se fueron todos. De 1965 a 1975 se fue muchísima gente", afirma. Al año fue su familia, pero a los pocos meses murió su padre. "Mi madre trabajó muchísimo para sacar adelante a mis hermanos", cuenta. Él primero trabajó de mecánico en un taller de un concesionario, pero su profesión ha sido la de Policía Nacional, donde ha estado 33 años. "Al pueblo no he dejado de venir", afirma. Han conservado la casa, donde ahora, ya jubilados, se han vuelto a instalar de forma permanente desde que estallara la pandemia.

La mayoría de las viviendas del pueblo siguen estando ocupadas por temporada y lucen cuidadas. En una cuelga un cartel de 'Se vende', pero aseguran que ya está vendida. Una cercana la compró "un señor de Barcelona", comentan. Ángel afirma que si él hubiera podido evitarlo no se hubiera movido del pueblo

Sin embargo, los que se quedaron tampoco consiguieron que lo hiciera la siguiente generación. "Te ves en una encrucijada, porque los hijos al no haber salida tienen que salir", confiesa Saúl. Su hija se marchó a Zaragoza y él vive en el pueblo con su mujer.

Ángel tiene un hijo y una hija y dos nietos que "están ciegos con venir aquí", pero "solo para las fiestas y vacaciones". La pandemia ha reducido también las oportunidades de juntarse. Las fiestas se celebran el tercer domingo de mayo, por la Cruz de Mayo y la Virgen de los Mártires y el último fin de semana de agosto son las de San Ramón. Pese a su nombre, el pueblo tiene sus santos y una iglesia que sorprende por su gran tamaño  y la restauración de la fachada. "El tamaño de la iglesia da idea del pueblo que era", recalca el alcalde. "Yo la he visto llena de chico", evoca, frente a la larga fila de bancos vacíos. 

La población sube y la edad media baja en verano. Ángel relata como en la calle Barrionuevo donde vive cuando era niño,  "en cinco casas había 36 chiquillos". Esos ya no están todo el año, pero se vuelven a ver en el periodo estival. "Este verano conté 41", afirma. 

 Se quejan de las infraestructuras. "Las comunicaciones son un punto negativo, por carretera son desastrosas", reconoce el alcalde. También fallan las de telecomunicaciones. Hace años que se cerró el colegio, los niños van a Daroca, pero aún tienen bar, que también ha desaparecido en otros pueblos. "La solución para un pueblo es el trabajo", añade, sobre la única forma de fijar población.

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