historia

Josephine Baker, de Canfranc al Panteón

La artista norteamericana fue integrante de la Resistencia francesa en la II Guerra Mundial. Como tal ejerció en sus visitas a Canfranc en 1940-42. Desde esta semana, se le rinde homenaje en el Panteón de París.

El presidente del Gobierno francés, Emmanuel Macron, ante el sepulcro de Josephine Baker en el Panteón. A la derecha, en Zaragoza, y su pasaporte francés.
El presidente del Gobierno francés, Emmanuel Macron, ante el sepulcro de Josephine Baker en el Panteón. A la derecha, en Zaragoza, y su pasaporte francés.
EFE

La artista norteamericana Josephine Baker (Saint Louis, Missouri 1906-París 1975) se convirtió el pasado martes en la sexta mujer acogida en el Panteón de París, un lugar laico dedicado a la memoria de los ‘ilustres’ de la patria francesa. Fue un acto encabezado por el presidente Emmanuel Macron, quien alabó su universalidad y su simbolismo para Francia, en un acto al que acudieron unas 2.000 personas, entre ellas sus hijos adoptivos. Es un sepulcro simbólico, porque sus restos reposan en Mónaco desde su muerte en 1975.

Su nombre dio la vuelta al mundo, pero su valor como miembro de la Resistencia francesa en la II Guerra Mundial, que le ha llevado al Panteón, se puso a prueba también en la estación internacional de Canfranc, donde llegó al cruzar en tren desde Francia en 1940. Esta zona fue libre hasta el invierno de 1942, cuando el muelle francés se convirtió en el único lugar de España ocupado por las tropas de Hitler. Cada día llegaban dos trenes procedentes de Francia, uno por la mañana y otro por la noche, que tenían conexión directa con Madrid y Lisboa, lo que facilitó que miles de europeos tomaran el tren de la libertad hasta los barcos que los llevaron desde Portugal a Estados Unidos. En esa época, María Fondevilla era una niña y su padre, Ernesto Fondevilla, el alcalde de Canfranc, regentaba con su esposa el Hotel Internacional de la estación. Cuando apenas tenía 7 años, en 1940, no podrá olvidar la gran cantidad de judíos que solían llenar el gran comedor del hotel para «tomar algo y coger el tren». «Cabían más de un centenar de personas. Había gente de todas las edades. Eran judíos que venían huyendo de la guerra», recuerda María Fondevilla.

En los albores de la década de los años 40, la artista norteamericana Josephine Baker ya era muy conocida en Europa como bailarina y cantante. De hecho, su éxito se fraguó en Francia desde mediados de los 20 por su exótica forma de bailar, su sensualidad y los desnudos de sus espectáculos. Su carrera musical se repartía entre Estados Unidos y Europa. A mediados de marzo de 1930 llegó a actuar en teatros de Zaragoza y Huesca, donde la aplaudieron a rabiar y hasta llenaron el escenario de sombreros y gorras, como cuenta HERALDO en la crónica del espectáculo en el Teatro Odeón de la capital oscense.

Como era una artista tan conocida, su llegada a un lugar no pasaba desapercibida. Y María Fondevilla contaba cómo la deslumbró cuando la vio al llegar a Canfranc. Rememoró la estatura de Josephine Baker. «Llevaba un abrigo de leopardo», cuenta, y recuerda el comentario de su madre ese día: «Podía ser la nueva Shirley Temple». La artista pernoctó esa noche en el Hotel Internacional, donde era famoso un piano que también solía tocar la hija del alcalde, un hombre muy recto y respetado por los vecinos de todas las ideologías. La cantante y actriz llegó en el tren nocturno de Francia, descansó y cogió el de las 6.00 hacia Madrid. Para entonces, la Baker ya tenía la nacionalidad francesa al haberse casado con el magnate del azúcar Jean Lion, un judío que sufrió la ocupación alemana de París. Como francesa, Baker se unió a la Resistencia (lo que se le reconocería con la Medalla de la Resistencia y la Legión de Honor) y por eso escapó por la estación de Canfranc, donde tenía apoyos como el del jefe de la aduana francesa, Albert Le Lay. La actriz llegó a ser subteniente auxiliar en las Fuerzas Aéreas Francesas y solía actuar para las tropas aliadas.

Aquella niña altoaragonesa, estudiante de piano, que la descubrió en el Hotel Internacional de Canfranc pudo volver a verla en Limoges, años después, cuando fue a aprender francés. La artista había adoptado a 12 huérfanos (alguno acudió al acto del Panteón), que vivían con ella en un castillo del centro de Francia.

Pero Josephine Baker no fue la única persona famosa que escapó por la frontera aragonesa en esos años decisivos para Europa. Poco después de la ocupación de París, el 14 de junio de 1940, se creó en EE. UU. el Comité de Emergencia de Rescate por el que miles de refugiados salieron de Europa. El periodista norteamericano Varian Fry fue enviado a Marsella para rescatar a artistas. El pintor ruso Marc Chagall, su mujer Bella y su hija Ida, de origen judío, huyeron de la capital francesa para evitar la deportación y escaparon por Canfranc. Como el pintor alemán Max Ernst, a quien casi hacen volver a Pau porque sus papeles no estaban en regla. De una carpeta, se le cayó un dibujo y el agente francés que le dejó pasar le dijo: «Por encima de todo, ‘monsieur’, no cometa un error. Adoro el talento».

Con pasaporte francés y miembro de la Resistencia

La actriz es la primera mujer del espectáculo que ha entrado en el Panteón y la sexta que hay en la cripta frente a 75 hombres. Josephine Baker, nacida en una familia pobre en Missouri, se trasladó con 19 años a París, huyendo del racismo y la segregación de Estados Unidos. Abrazó la libertad del París en los años 20. Logró su pasaporte francés en 1937 y, dos años después, fue reclutada como agente de inteligencia. Trabajó como espía para la Resistencia y fue subteniente del Ejército del Aire de las Fuerzas Francesas Libres. En 1963 participó en la marcha de los derechos civiles en Washington, con Martin Luther King.

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