Tercer Milenio

Aquellos emigrantes que buscaron una vida mejor en Estados Unidos

Años veinte: dos aragoneses en el Spanish Harlem de Manhattan

La marea del tiempo deja historias familiares y objetos en la orilla. El proyecto ‘Emigrantes invisibles’ rescata la huella de los españoles que emigraron a EE. UU. hace más de un siglo.

El turolense José Mora se asoma al escaparate de su flamante ferretería neoyorquina, en el 1.363 de la Quinta Avenida del Spanish Harlem. Casado con la puertorriqueña María Vélez, su familia y la de sus cuñados, el zaragozano Manuel Magaña y una hermana de María, vivían encima del establecimiento.
El turolense José Mora se asoma al escaparate de su flamante ferretería neoyorquina, en el 1.363 de la Quinta Avenida del Spanish Harlem. Casado con la puertorriqueña María Vélez, su familia y la de sus cuñados, el zaragozano Manuel Magaña y una hermana de María, vivían encima del establecimiento.
Archivo Mora / Proyecto ‘Emigrantes invisibles’

Hace algo más de un siglo, emigraron a Estados Unidos decenas de miles de españoles cuya huella se va esfumando con el paso del tiempo. Curiosamente, el impacto de esta diáspora puede percibirse más en las cocinas estadounidenses que en los museos. En cualquier despensa corriente que contenga productos Bustelo, de café, o Goya, de alimentos envasados. Dos marcas hoy icónicas fundadas por comerciantes españoles –Gregorio Bustelo, asturiano, y Prudencio Unanue, burgalés– que, tras pasar por el Caribe –Cuba y Puerto Rico, respectivamente–, acabaron estableciéndose en Nueva York a principios del siglo XX. 

Justo enfrente del modesto negocio de Bustelo en la Quinta Avenida del Spanish Harlem de Manhattan se encontraba la ferretería de otros dos inmigrantes españoles: José Mora, natural de Tormón (Teruel) y Manuel Magaña, de Aranda de Moncayo (Zaragoza), nacidos en torno a 1890. De hecho, la única fotografía conocida de la primera tienda del actual imperio comercial Bustelo aparece por casualidad como fondo de una foto familiar tomada, orgullosos de su nuevo coche, por los dueños aragoneses de la ferretería alrededor de 1931. Bustelo, que empezó vendiendo artículos puerta a puerta con una maleta, alquiló aquel primer local con dinero prestado por Mora. 

Este es uno de los hilos de los que ha tirado el proyecto ‘Emigrantes invisibles. Españoles en EE. UU. (1868- 1945)’, que pone en primer plano la emigración española a Estados Unidos en las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX. 

El periodista Luis Argeo y el hispanista y profesor de la Universidad de Nueva York James D. Fernández llevan doce años visitando a los descendientes de aquellas personas que partieron en busca de una vida mejor, digitalizando fotografías (más de 15.000), estudiando los materiales que conservan y filmando sus historias... o lo que la marea del tiempo va dejando de ellas.

Porque la mayoría de las veces los descendientes ni se dan cuenta de que, buscando fortuna, decenas de miles de españoles acabaron asentándose en compactos enclaves de compatriotas desperdigados por todo el país, en estados como Nueva York, Florida, California..., trabajando codo a codo con polacos o italianos, unidos por oficios que "actuaban como pegamento social".

Aunque el proyecto se llama ‘Emigrantes invisibles’, sus promotores se han dado cuenta de que "no es tanto invisibilidad como ceguera, una incapacidad de ver, una falta de relato", señala Fernández, porque los inmigrantes están visibles, en las fotos y documentos que conservan sus herederos, "en álbumes arrinconados, en desvanes", desgajados de la historia colectiva. "Es lo que hace el paso del tiempo: las historias se van privatizando y acaban casi sin sentido".

En sus viajes hasta las casas de los hijos y nietos de aquellas gentes, han encontrado celosos guardianes de la memoria familiar que se asoman a los vídeos y documentales grabados para el proyecto. En ocasiones, son los últimos que muestran interés por unos materiales, advierte Argeo, "que pueden acabar a la venta en ‘eBay’ o que directamente se tiran porque ocupan demasiado sitio en las casas de los biznietos, que ya no reconocen a nadie en las fotos".

Una ferretería en El Barrio

Hace unos años, la conversación con Joe Mora, hijo del aragonés emigrado José Mora, les trasladó a aquel Spanish Harlem de Manhattan donde su padre y su tío Manuel Magaña establecieron su ferretería. Llegados a Nueva York en torno a los años veinte, se casaron con dos hermanas puertorriqueñas. Tras haberles sido otorgada la ciudadanía estadounidense durante la I Guerra Mundial, muchos puertorriqueños llegaron a la ciudad y se instalaron en lo que hasta entonces había sido un vecindario principalmente italiano, afroamericano y judío. En menor número, cubanos, españoles y otros hispanohablantes se mudaron también allí y tanto hablar español le cambió el nombre a Manhattan Este por Spanish Harlem o, sin más, El Barrio. No tanto porque hubiera muchos españoles sino porque se hablaba mayormente español.

Aunque la clientela era sobre todo procedente de Puerto Rico, "los más grandes entre los pequeños negocios" eran regentados por españoles. Mora junior los recordaba en un vídeo grabado en 2016 (falleció hace un par de años): "Cafés Bustelo, gallego –¡estaba harto de aquel olor a café que entraba en nuestra casa!–; la panadería Valencia; las licorerías Mediavilla, un buen negocio en aquellos tiempos, después de la prohibición... todos españoles, pero el de mi padre era el único de izquierdas de todo el vecindario". Nacido en Nueva York en 1929, de su niñez rememoraba cómo su tío Manuel le había enseñado a leer con propaganda comunista. A duras penas, escuchaban en la radio las noticias del frente de Aragón a través del programa ‘La voz de España combatiente’; "yo tenía unos 9 años y crecí con todo esto. Tenía docenas de posters y calendarios con milicianas y el ‘No pasarán’... los vendimos o los regalamos". En cambio, el archivo del hijo de un ferretero incluía objetos raros, cerraduras, llaves y algún cerrojo que inventó.

Banquete organizado por el Club Obrero Español del Spanish Harlem de Nueva York en 1945 para honrar a los veteranos de la Brigada Abraham Lincoln. Con camisa blanca arremangada, el turolense José Mora, uno de sus impulsores junto al zaragozano Manuel Magaña.
Banquete organizado por el Club Obrero Español del Spanish Harlem de Nueva York en 1945 para honrar a los veteranos de la Brigada Abraham Lincoln. Con camisa blanca arremangada, el turolense José Mora, uno de sus impulsores junto al zaragozano Manuel Magaña.
Archivo Mora / Proyecto ‘Emigrantes invisibles’

Emprendedores y políticos

James D. Fernández relata que Mora y Magaña "eran hombres muy emprendedores y muy políticos". En el tándem que formaban, "Mora era el ‘businessman’, el serio, el que llevaba el comercio y cuidaba el negocio, apoyando el activismo de su cuñado". Fueron fundadores del Centro Obrero Español en Harlem, del que Magaña fue presidente. Además de centro cultural, prestaba ayuda a los trabajadores y, al estallar la Guerra Civil en España, "Magaña y Mora se implicaron en el reclutamiento de brigadistas para las Brigadas Internacionales y en la recaudación de fondos; llegaron a mandar a España una ambulancia totalmente equipada".

Ambulancia sufragada por emigrantes españoles en Nueva York para enviarla en ayuda a la República. Imagen tomada en West 14th Street, Little Spain (1937-38)
Ambulancia sufragada por emigrantes españoles en Nueva York para enviarla en ayuda a la República. Imagen tomada en West 14th Street, Little Spain (1937-38)
Proyecto 'Emigrantes invisibles'

El proyecto ‘Emigrantes invisibles’ ha ido armando las piezas de este puzle gracias al contacto con los descendientes de Mora en EE. UU. y, a través de Facebook, escribieron a Fernández y Argeo las sobrinas-biznietas de Magaña, Ana Cristina y Carolina Vicente Pimpinela, zaragozanas. "Fue una sorpresa encontrar noticias de alguien de Aranda de Moncayo y apellidado Magaña, que nos sonaba a la familia de mi abuela", relata Carolina. Con el interés activado, empezaron a preguntar en casa. Su abuela recordaba bien las cajas que le enviaba su tío desde NY "con ropa buena". Saben que tuvo una hija, Josephine Graham, con quien no han conseguido contactar, pero planeaban recibir en Zaragoza a Elena, biznieta de Mora, y su hija Sofía, un viaje que truncó la pandemia.

Carta de agradecimiento por la ayuda enviada a España por Manuel Magaña.
Carta de agradecimiento por la ayuda enviada a España por Manuel Magaña.
Archivo Mora / Proyecto 'Emigrantes invisibles'

En 1946, durante la caza de brujas de McCarthy contra el comunismo, la ayuda prestada por Magaña a refugiados y víctimas de la Guerra Civil a través del Joint Antifascist Refugee Committee (JARC) le costó tres meses de cárcel. "Él fue uno de los doce –el único español– que se negaron a entregar la lista de donantes que les exigían", han podido comprobar los investigadores. Tras la disolución del JARC en 1955, Magaña continuó ayudando a decenas de familias de presos políticos en España, enviando dinero y cajas de ropa. Más de cien cartas de agradecimiento –conservadas por la familia Mora y ahora digitalizadas– aún lo atestiguan.

La erosión de la memoria

No siempre hay testimonios tan claros, rubricados sobre un papel. La distancia temporal va abriendo huecos en muchas historias. "Si tienes la suerte de encontrar vivo a un hijo, suelen hablar español y saben interpretar los archivos familiares, pero ya en los nietos se va empobreciendo el recuerdo", reconocen Argeo y Fernández. Su excursión a este mundo les ha permitido ver en directo, por ejemplo, la degradación de la memoria musical, plasmada en preciosas grabaciones de descendientes que intentan tararear una melodía, o cómo "en tres generaciones –como en una lavandería lingüística– desaparece una lengua"; subsisten mejor las recetas de cocina.

Son conscientes de que, al final, historia tras historia, "acabas recreando un pasado a través de los recuerdos distorsionados de los hijos y nietos, mezcla de hechos y mitos", reconoce Fernández. Una memoria erosionada por el paso del tiempo, "un relato que no es falso ni verdadero, sino parte de una especie de folclore familiar que nos habla de cómo, dos generaciones después, una familia percibe su propia historia, a veces con errores". Al principio, esas distorsiones entre datos contrastados y versiones de un joven descendiente "nos desconcertaban e inquietaban, pero tardamos poco en ver que esas discrepancias son, más que un estorbo, un terreno fascinante para el estudio".

Protagoniza el cartel de la exposición el niño Prudencio García, que contaba unos 7 años cuando le hicieron este icónico retrato allá por 1907; recién llegado a San Luis, Misuri desde Salinas (Asturias), con su madre y una hermana
Protagoniza el cartel de la exposición el niño Prudencio García, que contaba unos 7 años cuando le hicieron este icónico retrato allá por 1907; recién llegado a San Luis, Misuri desde Salinas (Asturias), con su madre y una hermana
Proyecto 'Emigrantes invisibles'

Algunos de los fragmentos rescatados se han reunido en una exposición –organizada por la Fundación Consejo España-EE. UU. en el Centro Cultural Conde Duque de Madrid primero y ahora visitable en Gijón–. La muestra itinerará por España antes de dar el salto a EE. UU., donde "varias comunidades de descendientes de españoles, como la de Tampa en Florida que han cedido sus archivos personales a la exposición, esperan su llegada con gran interés", asegura la responsable de Asuntos Culturales de la fundación y directora del proyecto expositivo, María Luque. 

Junto a las fotos, hay cartas y postales, grabaciones y películas caseras, pasajes de barco, permisos de residencia, carteles de fiestas, anuncios comerciales... Pero la verdadera exposición está fuera de la exposición. Argeo y Fernández se alegran del "goteo constante de nuevas historias y fotografías" de gente que la visita y se contagia de interés y revuelve en casa. Al sacar sus nombres, sus historias, del ámbito doméstico y compartirlas, se teje como "una tela de araña, una estructura básica para que los propios protagonistas vuelvan a mirar estas historias y alargar su desaparición definitiva un poco más".

"Era muy común, a los pocos meses de llegar al continente americano, hacerse una foto de estudio, muchas veces con traje alquilado, y enviarla a casa. Era el Whatsapp de entonces"

‘Emigrantes invisibles’ traza el relato más o menos prototípico de la emigración a Estados Unidos que se produjo a comienzos de siglo XX desde toda la península, con preponderancia de la cornisa cantábrica. Mostrarlo es, dice Argeo, "como tender un cordel entre todas esas gentes de Asturias, Aragón, Extremadura... que conservaron los materiales que les legaron sus abuelos y que pueden ver cómo sus recuerdos familiares forman parte de un relato más allá de lo idiosincrásico. A partir de las microhistorias se puede contar una gran historia".

Sueños en la maleta

El sueño de regresar viajaba en muchas de las maletas de aquellos emigrantes. En los manifiestos de los barcos que ha estudiado Raúl Ibáñez declaran que van a estar "no más de tres años, porque tienen siempre la idea de ir a hacer dinero, ahorrar y regresar para invertirlo". Desde el Centro de Estudios de la Comunidad de Albarracín, y también como parte de su tesis doctoral, este historiador rastrea desde hace años los pasos de los alrededor de 1.000 emigrantes –"serían muchos más"– que está documentado que salieron de la provincia de Teruel hacia Estados Unidos en el primer tercio de siglo XX. Rastrea los pasos y también las motivaciones que les llevaron tan lejos.

Los investigadores hablan de causa ‘pull and push’, de atracción y expulsión. Atracción por la modernidad norteamericana, pero, sobre todo, por la diferencia salarial. "Casi todos eran jornaleros y hablamos de cobrar alrededor de siete veces más, tanto que les compensaba ir a trabajar a esas tierras tan lejanas", ha constatado a través de las fichas de la mina de Bingham Canyon (Utah), adonde llegaron tantos, procedentes de La Puebla de Valverde, Teruel capital y Jabaloyas. Como mineros o como pastores, "estos pioneros actuaban como auténticos imanes a la hora de atraer a amigos de su localidad y aledañas para embarcarse en la aventura migratoria", destaca. Y entre las razones para salir de España, muchos de ellos se van a EE. UU. en la edad que les corresponde hacer el servicio militar obligatorio y "emigrar significa para un chaval librarse de ir a la guerra del Rif".

El presente se mira en el pasado como en un espejo donde entender el fenómeno de la emigración. "Pero no la emigración española o aragonesa, no la emigración concreta a Estados Unidos. Hoy hablamos de ilegales y, cien años atrás, lo vemos en la piel de aragoneses", señala James D. Fernández. 

Para Ibáñez, "el peligro del viaje, la vulnerabilidad, la incertidumbre de aquellos turolenses son los mismos que tienen hoy los inmigrantes cuando emprenden su viaje desde África hacia Europa". Entonces, "redes de ganchos se aprovechaban de ellos y abusaban del poco dinero que podían llevar los emigrantes retrasando su salida de los puertos, compinchados con las fondas". Para tranquilizar a sus familias, era muy común, a los pocos meses de llegar al continente americano, hacerse una foto de estudio, muchas veces con traje alquilado, y enviarla a casa. "Era el Whatsapp del momento para decir: ‘Estoy bien, no os preocupéis’", interpreta Ibáñez.

Muchas de esas fotos se conservan en los pueblos turolenses, junto a pequeños tesoros como el zurrón de pastor típico del Oeste americano que tanto interesó al cónsul honorario de España en Utah, Baldomero Lago, cuando visitó Jabaloyas junto a su mujer, hace unos años. Quedan también historias de osos ‘grizzly’, coyotes y serpientes de cascabel. Y también silencios, de gentes a las que no les fue bien por allá y nunca lo contaron. Hoy se recuerda a aquellos abuelos "que desayunaban café americano o eran forofos del boxeo y que inculcaron a las nuevas generaciones que el inglés es un idioma internacional que hay que aprender".

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