Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Entrevista

José María de Teresa: "Quizá mis nietos no necesiten saber escribir, escribirán con la mente"

Nació en Zaragoza en 1970. Investiga en el Instituto de Nanociencia y Materiales de Aragón (CSIC–Unizar) y acaba de estrenarse como escritor.

José María de Teresa es físico en el Instituto de Nanociencia y Materiales de Aragón
José María de Teresa es físico en el Instituto de Nanociencia y Materiales de Aragón
Toni Galán

Ayer presentó su novela ‘2037. Paraíso neuronal’ (Mira Editores). 2037 no está muy lejos.

2037 está aquí al lado y, aunque la novela tiene una parte de ciencia ficción, plantea algo que es bastante viable: implantes cerebrales que se comuniquen con nuestro teléfono móvil. En el experimento Neuralink, de Elon Musk, se transmiten de forma inalámbrica los pensamientos de una cerdita que tiene un microchip implantado en el cerebro. También están en desarrollo conexiones directas del cerebro al móvil a través de diademas que leen externamente las señales eléctricas del cerebro.

Así que podremos hacer esta entrevista pensando.

Exacto. Ahora, para comunicarnos con nuestro móvil tenemos que teclear o hablar. A través de nuestro pensamiento será más rápido y más discreto. O podremos conducir un coche: solo pensando qué queremos que haga, el coche lo hará. Comunicarse con el móvil y con otras máquinas digitales con el pensamiento abrirá una nueva etapa en la relación del ser humano con su entorno. Es imparable.

¿Y no le da vértigo?

Sí, mi novela también muestra los retos éticos que plantean los avances en neurotecnología. Esa conexión entre cerebro y máquina va suponer un cambio de paradigma de lo que es el ser humano.

¿Qué dilemas éticos surgen?

El respeto a la privacidad, que no se acceda a nuestros pensamientos si nosotros no queremos, y al libre albedrío, que siempre sea del ser humano la última decisión. No perder la identidad, cuando haya varios cerebros conectados a máquinas, en todo momento debe saberse de qué persona proviene cada acción. Además, el acceso a estas tecnologías debe ser justo, pues estaremos ante un ser humano aumentado y puede dar lugar a dos clases sociales. El último reto es ético, tenemos que protegernos frente a los sesgos que ya hemos visto que tienen los algoritmos que procesen los neurodatos.

Sin darnos cuenta, a nuestro alrededor hay ya mucha inteligencia artificial. ¿Falta reflexión?

Hay que evitar un Hiroshima causado por la neurotecnología. Si no desarrollamos en paralelo unas reglas éticas, pueden ocurrir cosas muy graves con la privacidad de los neurodatos y la toma de decisiones se nos puede escapar de las manos. En la nueva Constitución de Chile ya van a incluir este tema para no estar desprotegidos.

¿Cómo salta un investigador de la ciencia a la ciencia ficción?

No soy el primer científico que se arriesga a meterse en este campo –tenemos a Asimov o Arthur C. Clark–. Era un reto personal que comencé sin saber si llegaría a buen puerto, pero me animé. Lo mostré a amigos y a compañeros investigadores, les gustó y me decidí a publicarla.

¿Tuvo siempre clara su inclinación por la ciencia o le tentaron las letras?

Estuve valorando dedicarme a la filosofía, pero finalmente me atrajo estudiar algo más aplicado. En las universidades anglosajonas puedes estudiar una carrera principal, un ‘major’, y otra secundaria, un ‘minor’. En neurotecnología, las implicaciones sociales y éticas son tan grandes que son necesarios enfoques transversales. La tecnología es una parte, pero hay otras, como el procesamiento del lenguaje. Quizá mis nietos no necesiten saber escribir, escribirán con la mente y, pensando, aparecerán las palabras en la pantalla.

Vislumbramos futuros con más y más sofisticadas tecnologías, pero tenemos encima una crisis climática que amenaza muchas cosas. Si queremos poner un microchip en cada cabeza...

Podemos aprender mucho del funcionamiento del cerebro, que solo necesita 20 vatios de potencia para funcionar. Comparado con la nevera o el lavavajillas, es muy eficiente. La computación neuromórfica imita cómo el cerebro almacena y procesa la información consumiendo menos energía que los actuales microchips. Investigar más en estas tecnologías es luchar contra el cambio climático.

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