CULTURA

Los 'Carmen Mola' aragoneses y sus seudónimos: Javier Tomeo fue Franz Keller y Galgo Cabanas tiene cuatro manos

El caso del reciente premio Planeta vuelve a poner de actualidad la necesidad o conveniencia de utilizar nombres alternativos para publicar. Estos son algunos de los seudónimos de los que han echado mano en los últimos tiempos los autores aragoneses.

Mario de los Santos, Benjamín Jarnés, Andrea Casamayor, Óscar Sipán y Javier Tomeo.
Mario de los Santos, Benjamín Jarnés, Andresa Casamayor, Óscar Sipán y Javier Tomeo.
Heraldo

La recentísima polémica en torno a Carmen Mola ha vuelto a poner en primer plano cómo el seudónimo es una constante en el mundo del arte. Bien sea por buscar un refugio en el que esconderse de la censura, por jugar con un ‘alter ego’ creativo o, incluso, por ocultar una condición propia, generalmente, el género. Conocidos son los casos de Juan Perro, que es una suerte de segundo ‘yo’ de Santiago Auserón, o de Calpurnio Pisón, tras el que se esconde el dibujante Eduardo Pelegrín. Incluso el cineasta Antonio Martínez Castillo firmó toda su filmografía con el más conocido nombre de Florián Rey. No obstante, es en el terreno literario y de la prensa donde más ha abundado el recurso a los nombres inventados, un práctica que hunde sus raíces en textos de la Edad Media y se prolonga hasta la actualidad.

El añorado Javier Tomeo, por ejemplo, comenzó su carrera en los años 50 del pasado siglo escribiendo literatura popular bajo el seudónimo de Frantz Keller para la editorial Bruguera. Allí reunió algunas novelas del oeste, de terror e incluso una 'Historia de la esclavitud'. A finales de los 60 inició ya su valioso periplo literario con su nombre propio y el éxito le sonrió por novelas y obras de teatro como ‘Diálogo en re mayor' o 'Amado monstruo'.

El caso de Carmen Mola (ya saben, tres escritores camuflados tras el nombre de una mujer) ha generado polémica, sobre todo, por dar una vuelta de tuerca al seudónimo en cuestiones de género: antes las mujeres tenían que usar nombre masculino para publicar y, de hecho, alguna librería feminista ha llegado a retirar de la venta los libros de Díaz-Martínez-Mercero, los tres guionistas que decían ser Carmen Mola. Sabido es que Fernán Caballero era en realidad Cecicia Bohl de Faber o que Carmen de Burgos (Colombine) firmaba sus crónicas como Gabriel Luna o Perico el de los Palotes. Esta semana se ha celebrado el día de la mujer escritora y la Biblioteca Nacional ha recuperado, entre muchas otras mujeres, a la aragonesa María Andresa Casamayor, que durante el siglo XVIII publicó sus avances matemáticos bajo el seudónimo de Casandro Mamés de la Marca, anagrama de su verdadero nombre. La zaragozana, considerada una de las primeras científicas españolas, consiguió que su Tyrocinio arithmético viera la luz gracias a un nombre de hombre. Casamayor forma parte de las muchas ‘Mujeres vindicadas’ que la Biblioteca Nacional ha, incluso, geolocalizado en un ‘mapa de semblazas de autoras’.

Caso aparte es el de los nombres artísticos, como el de la poeta zaragozana Irene X, o el de los concursos literarios, en el que los autores presentan sus propuestas con una plica, con un sobre cerrado, en cuyo exterior es obligado mostrar una identidad paralela. Recordado es el caso del turolense Javier Sierra, que ganó en 2017 el Premio Planeta con el sobrenombre de Victoria Goodman. Este es el nombre ficticio de uno de los personajes de la novela premiada, ‘La cena secreta’, cuyas intrigas giran en torno al Santo Grial.

También un apartado exclusivo merecerían los periodistas que durante muchos años, principalmente para no chocar con la censura, recurrieron a los seudónimos. “Fernando Soteras se hizo llamar Mefisto por un personaje de una novela de Baroja”, cuenta Juan Luis Saldaña, que acaba de firmar una tesis doctoral en la que revive la figura y la obra periodística del zaragozano que durante décadas publicó sus ‘Coplas del día’ en la portada de HERALDO DE ARAGÓN.

“El seudónimo lo conocemos porque lo cuenta en 1934 Castán Palomar y hace referencia a que tomó ‘el nombre de un personaje episódico’ de Baroja y porque él mismo dejó 36 libretas y en una de ellas pone los 20 seudónimos que utilizó para muchas otras cosas. Sus nietos conservan todavía la novela de Baroja en la que subraya el nombre de Mefisto”, cuenta Saldaña sobre un periodista que tiene una calle a su nombre cerca de la plaza de los Sitios. Soteras también “usó hasta doce seudónimos y ganó casi por derribo” en un concurso literario que convocó este diario en 1908 con motivo de la Exposición HispanoFrancesa.

Otro de los clásicos seudónimos de la prensa aragonesa es el de Calpe, con el que Andrés Ruiz Castillo firmó muchas de las informaciones en estas mismas páginas. En los años de la postguerra fue sancionado, por lo que se vio en la necesidad de adoptar otro nombre y combinó el de Calpe, que ya no abandonaría, con los de Pedro Romeo, Fernando Osorio y Armante.

El escritor Benjamín Jarnés, autor de ‘Viviana y Merlín’, fue colaborador religioso de Heraldo de Aragón con el seudónimo de Orlando, mientras que tras las cuatro letras de Chas se escondía también el periodista Marcial Buj. También Mariano de Cavia ejerció de crítico taurino y firmó con el seudónimo de Sobaquillo. Muchos de estos enigmas literarios quedan desvelados en la monumental obra ‘Diccionario de autores aragoneses contemporáneos’ (son 1.200 páginas), que durante cinco años ocupó los desvelos del profesor Javier Barreiro, quien ofrece la biografía y bibliografía de 1.620 escritores activos entre 1885 y 2005.

En los últimos tiempos ha habido seudónimos incluso en la blogosfera literaria aragonesa, donde irrumpió un tal Dalton Bert para, aferrándose al anonimato, hacer controvertidas críticas de todo aquello que se publicaba en la Comunidad. Y otro de los nombres más celebrados en estos últimos meses ha sido el de Galgo Cabanas, que reúne a dos escritores talentosos que escriben al alimón como son Mario de los Santos y Óscar Sipán. “En 2008 escribimos un guion de cortometraje juntos y decidimos que no íbamos a ser el uno ni el otro, sino que nos inventaríamos un seudónimo. Yo tenía un galgo, Karpov, y también un mal jefe, que se apellidaba Cabanas. La mezcla nos hizo gracia y decidimos ese nombre", cuenta Sipán. Yo soy cuentista y Mario es novelista, así que cruzamos las disciplinas: yo escribí un cuento largo y él fue abriendo ventanas", explica el escritor oscense. Consecuencia de esa colaboración ambos ganaron el premio Ciudad de Getafe de novela negra en 2012 con 'Cuando estás en el baile, bailas'. En 2019 también como Galgo Cabanas publicarían 'Inventario de monos' en la editorial Pregunta. "Siempre hemos pensado que se trataba de unir fuerzas, no nos escondemos, sino que cuando escribimos juntos no era ni Mario ni Óscar".

Estos días se han recordado anécdotas relacionadas con esta nomenclatura bicefalia como el hecho de que Carmen Martín Gaite se presentó al Premio Nadal con 'Entre visillos' bajo el seudónimo de Sofía Veloso (el nombre de su abuela) para ocultar a su marido Rafael Sánchez Ferlosio su participación en el citado galardón. También se ha vuelto a poner de actualidad el caso de Elena Ferrante, superventas italiana, sobre cuya autoría todavía hay dudas. Una investigación a finales de 2016 ponía sobre la pista a la traductora Anita Raja como responsable de estas obras, pero tiempo después también se sumó como candidato el escritor Domenico Starnone. 

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