Nuevo lleno en el centro, pero sin agobios

El Tubo, la calle Alfonso, Don Jaime y la plaza del Pilar respiraron ambiente de fiesta todo el día, aunque sin aglomeraciones y con menos aragoneses luciendo el traje baturro

Ambiente en el día del Pilar por la calle Alfonso en el centro de Zaragoza.
Ambiente en el día del Pilar por la calle Alfonso en el centro de Zaragoza.
Francisco Jiménez

Todo reservado. Así tenían ayer las mesas buena parte de los bares y restaurantes del Tubo de Zaragoza. «Han venido dos extras para ayudar y tenemos todo lleno dentro y fuera», decía Miguel Bartolomé, camarero de Casa Lac. «Estamos a tope», añadía otra camarera con las manos llenas de platos del restaurante ‘El refugio del Tubo’ antes de incluso de que diesen las 2 de la tarde. «Les podría dejar una mesa hasta las 2.30. Vamos rápidos, pero a esa hora se tienen que levantar», indicaba uno de los encargados de La Lobera de Martín a unos clientes que pedían mesa. «Estamos 105 camareros para atender La Lobera y La Brasería», decía, y es que el corazón de plaza de España y las calles del Tubo eran un continuo ir y venir de transeúntes disfrutando del día grande del Pilar. La calle Alfonso, Don Jaime y la Plaza de las catedrales fueron también un hervidero, aunque se podía andar sin los apretujones ni agobios de otros años para abrirse paso.

Y es que la pandemia se ha dejado notar. «Lo de bajar por la calle Alfonso a ver el manto de la Virgen no cambia. Están las calles llenas», reconocía Begoña Ellacuría, una zaragozana descontenta con que «no se pueda ver a la Virgen con la lona que le han puesto rodeándola. Entiendo lo de las vallas por la pandemia, pero no lo de la tela», decía, a la vez que reconocía echar de menos la música en la calle.

«No voy a un concierto para estar sentado», se quejaba a su vez el joven Jorge Blanco que solía ir otros años a alguno después de estar trabajando en la barra del bar Ordio sirviendo cervezas. «Aquí casi me ha tocado estar de portero. Con las restricciones, no podía haber más de 21 personas en el interior», comentaba. «Sí ha habido gente, pero nada que ver con los Pilares de antes de la pandemia», añadía.

«Desde luego hay bastante menos gente, pero no podemos quejarnos. Las reservas para comer y cenar están al completo», afirmaba Isidoro García, del bar Malabares en el Tubo donde lleva trabajando 18 años. «Es verdad que los horarios han cambiado y por las noches cerramos antes», aunque se mostró sorprendido de trabajar hasta más de la 1 la noche del lunes. No pensábamos que fuera a ir tan bien», reconocía esperando que ya las fiestas del próximo año supongan de verdad una vuelta a la normalidad. «Tenemos fe en la Virgen del Pilar», manifestaba. Ese era también el deseo de Santiago, un joven llegado desde Calamocha con toda su cuadrilla de La Peña de la Unión para vivir el ambiente de Zaragoza. «Es la primera vez que vengo y repetiré», decía. «Lo del botellón no nos va. Somos de gastarnos la panoja», añadía uno de sus amigos.

«Estamos diez personas. Nos juntarán las mesas para comer», explicaba la zaragozana Julia Urgel, que vestida de baturra, tras participar en la ofrenda, compartía picoteo y comida con amigos y familia en el establecimiento ‘Donde Siempre’ del Tubo. «Cada año me visto y acudo a la ofrenda. Ha ido todo superrápido. Me habría gustado que fuese como otros años con gente bailando y cantando como siempre, pero bueno, al menos he podido venir con mi grupo las Nieves de Aragón y he visto la Virgen, aunque desde lejos y tan pequeña», declaraba.

«A la ofrenda ni nos hemos acercado. Con tantas limitaciones no apetece, pero aquí estamos de picoteo en el Tubo», explicaba Jesús Ángel Augusto González, natural de Salamanca y vestido de baturro. «El traje me lo ha hecho Maribel Arruga, de 78 años, y del barrio del Arrabal, que nos ha cantado una jota antes de salir. Es la madre de mis amigos, Adolfo y Maribel. A él lo conozco desde que tenía 28 años y coincidimos de policías nacionales en Jaca» decía. «Me encanta Zaragoza y más en fiestas». «Lo hemos traído al centro, a Valdespartera, a la fiesta de la cerveza...» comentaba Maribel, por su parte, que espera que al año que viene los Pilares vuelvan a ser una fiesta multitudinaria.

«La gente tiene muchas ganas de salir», manifestaba la joven Claudia Rubio, estudiante contratada de extra por el restaurante La Buganvilla. «Me cogieron antes del Pilar y muy contenta. Aquí no paras, pero estoy medio día trabajando y por la noche, como me gusta salir, lo he disfrutado. El centro ha estado ‘superpetado’».

«A comer vamos a casa. El centro está lleno», comentaba por su parte Begoña Peña. «He venido con mi hija y su marido y la niña. El traje lo he confeccionado yo, pero la ofrenda fatal. No me ha gustado. Hemos dejado el ramo y ya está. Ha quedado muy deslucida», decía. 

Ha venido gente, pero sin los agobios de otros años, apuntaba Irene Soria, propietaria de la floristería La Moderna. «Nos hemos defendido con los visitantes que han venido de fuera, pero desde luego no ha sido como los Pilares de antes de la pandemia».

Pese a las mascarillas, todos coincidieron en haber «respirado», en unas calles a rebosar, el ambiente festivo, tradicional del Pilar.

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