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"Me llamo Adrián, tengo 17 años y estoy aquí por mi adicción a los videojuegos"

Cada vez más niños y jóvenes entran en terapia por estar enganchados a las consolas y las redes sociales. Adrián Iglesias, en tratamiento en Azajer, cuenta que él jugaba "más de nueve horas al día".

Adrián Iglesias, en la sede de Azajer, donde recibe tratamiento por su adicción a los videojuegos.
Adrián Iglesias, en la sede de Azajer, donde recibe tratamiento por su adicción a los videojuegos.
Francisco Jiménez

Empezó a jugar a la tablet con 7 años. Era un juego de Spiderman. Ahora, con 17, Adrián Iglesias acude varios días a la semana a Azajer, una asociación aragonesa para el tratamiento de la ludopatía y otras adicciones donde se cruza con personas que tratan de alejarse del alcohol, de las drogas, del juego... “Yo estoy aquí por mi adicción a los videojuegos. Llegué a jugar ocho o nueve horas al día y tenía dependencia”, admite a pecho descubierto.

Este joven zaragozano alcanzó ese extremo durante el confinamiento de la pandemia. Hasta entonces su vida discurrió por un camino lleno de obstáculos. “Los videojuegos en ocasiones son síntoma de algo más, lo usan como una forma de evadirse de la realidad por algo”, cuenta Mónica Sardaña, trabajadora social y terapeuta familiar de Azajer. Términos como “evadirse de la realidad”, “recaer” o “dejarlo”, habitualmente vinculados a adicciones como el alcohol o las drogas, aparecen en el relato de Adrián, así como en las terapias que tienen los chavales que -cada vez más- llegan a esta asociación enganchados a los videojuegos y las redes sociales.

Adrián explica que en casa rara vez tuvo límites. A los 7 años, no pedía permiso a sus padres si se quería bajar un juego a la tablet. “Me lo descargaba y ya está”, recuerda. Luego llegaron las videoconsolas (PSP, Wii, Xbox…) y las horas de juego fueron aumentando. “Yo no sentía que tenía vicio, aunque ahora sé que lo tenía porque a los 12 años ya jugaba dos horas o más al día”, reflexiona.

La pandemia y el confinamiento fueron un punto de inflexión. Adrián recuerda que esos días “daba clase por ordenador dos horas”, porque había profesores que no impartían clases por internet, sino que solo mandaban los deberes. “Los hacía rápidamente, o no los hacía, y me ponía a jugar. Estaba casi todo el día, desde las 10.00 hasta las 19.00, más o menos”, recuerda. A eso hay que sumar las horas de móvil y redes sociales, que tampoco eran pocas.

Jugaba al Ark, un juego de supervivencia en el que participaba online con otros ‘amigos’ -“así, con comillas”, especifica-. Su afición al videojuego hacía tiempo que había superado los límites de lo deseable, por lo que acabó en tratamiento. Empezó en verano y consiguió dejarlo durante unos meses, pero tuvo una recaída cuando dejó a su exnovia. Ahora, vuelve a ‘estar limpio’ y se siente “alejado de todo aquello”. “He aprendido a valorar el tiempo con los amigos, el contarnos las cosas que pasan… me siento bien”, señala.

En el caso de Adrián, la terapia incluye el alejamiento total de los videojuegos. Para entrar a trabajar en el ordenador necesita una contraseña, y en el teléfono móvil tiene una aplicación de control parental que le regula toda la actividad: no puede descargarse aplicaciones, no puede entrar en algunas de ellas y en otras puede hacerlo, pero en un determinado horario y por un tiempo máximo diario: para Instagram por ejemplo, tiene media hora. “Me quedan dos minutos, pero como saldré de aquí tarde, ya estaré fuera del horario permitido”, lamenta.

En otros casos, sí que se les permite seguir jugando algo, ya que “la prohibición absoluta es entrar en conflicto total”, señala Mónica Sardaña. A las terapias que hacen con los jóvenes acuden también sus familias y se busca que lleguen a acuerdos. “Si se pacta que pueden jugar dos horas, tienen que ser dos horas. Si se pasan cinco minutos, al día siguiente empiezan un cuarto de hora más tarde; si se pasan diez minutos, pierden media hora...”, explica esta trabajadora social.

En los últimos meses en Azajer han recibido a diez menores de edad con adicción a los videojuegos. Son “los casos límite”, que incluyen faltas de respeto, violencia verbal, agresiones… “Situaciones de pasar miedo en casa”, dice Sardaña. Los videojuegos que copan más horas de juego de estos chavales son el Fortnite y el FIFA, generalmente.

Cambios de humor, enfados, gritos, rotura del mando a distancia o bajada del nivel de estudios son algunas de las señales de alarma

Estos casos son la punta del iceberg de un problema mucho mayor. “Damos charlas en colegios e institutos, y ahí detectamos niños que cogen la tarjeta de sus padres para comprar ‘skins’ (personalizaciones de los personajes de los videojuegos), usos de más de diez horas del móvil al día…", relata. Las redes sociales se han convertido en otro punto de adicción para los jóvenes. Instagram, Tik-tok o Whatsapp enganchan a los chavales tanto o más que los videojuegos. “Se hace un uso incontrolado del móvil. Como las aplicaciones registran el tiempo que estás en ella, hemos podido ver usos de más de 30 horas a la semana solo en Tik-tok”, cuenta Sardaña.

Esta trabajadora social señala cuáles son las señales de alarma que tienen que saltar en casa ante estas adicciones: “Cambios de humor, enfados, gritos, rotura del mando a distancia o de las puertas, problemas de sueño, bajada del nivel de estudios...”. Sardaña recomienda “un mayor control por parte de los padres”, y hace una reflexión: “En la vida adulta nos vamos a enfrentar a frustraciones en el trabajo, con tu pareja… Tenemos que enseñar a los niños lo que se van a encontrar en la vida. No les estamos preparando para tener frustraciones”. En el caso concreto de Adrián, además de otros problemas, observa que “siempre ha tenido todo lo que ha querido” y que ha estado “muy sobreprotegido”. Ahora, con la terapia también se le enseña a administrar y valorar el dinero.

Adrián, por su parte, quiere que su testimonio sirva de ejemplo. Recomienda a los padres “que supervisen a sus hijos, que pongan filtros y controles parentales”. “Y si no saben hacerlo, que se asesoren”, añade. Por último, a los chavales que tienen afición por los videojuegos, les advierte de que “si juegan más de dos horas al día, deben plantearse que tienen un problema”. “Son muchas horas a la semana y muchos días al año”, concluye.

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