Tercer Milenio

En colaboración con ITA

'Reservado'. Las introspecciones de Joaquín Costa

"No leáis el secreto de mi alma". Así lo quería Costa y así lo dejó escrito –en realidad, dibujado–, oculto en el jeroglifo de la cubierta de tres cuadernillos manuscritos. Sus diarios más íntimos, que acaban de ser estudiados.

Monumento a Joaquín Costa en la plaza de Santa Engracia de Zaragoza
Monumento a Joaquín Costa en la plaza de Santa Engracia de Zaragoza
Oliver Duch

Si en 1864 un joven Joaquín Costa decidió comenzar a escribir unos diarios, bautizados como ‘Memorias’, para dar cuenta bien de los progresos de su existencia cotidiana bien de los estados de ánimo que aquellas pequeñas glorias y miserias propiciaban, en el verano de 1868 se embarcó en un proyecto todavía más ambicioso en tanto que pretendía un conocimiento completo de sí mismo; el resultado fueron los tres cuadernillos manuscritos titulados ‘Nosce te ipsum’, recientemente publicados por el que suscribe estas líneas. Por su carácter privado, los manuscritos eran ‘Reservados’, y así lo advirtió Costa en las cubiertas conservadas y por tal razón Pilar Antígone Costa decidió llevárselos a Barcelona, tras la muerte de don Joaquín, para mantenerlos lejos de las manos de Tomás, el hermano embarcado en la publicación de la ‘Biblioteca Costa’ y quien apresuradamente había extractado unos pasajes de las ‘Memorias’ para al poco prestárselos a Luis Antón del Olmet, quien los aprovecharía para su biografía de la serie ‘Los grandes españoles’ (1917). Costa, consciente de la naturaleza muy íntima del ‘Nosce te ipsum’, no solamente escribió la advertencia del ‘Reservado’ en las cubiertas de los cuadernillos, sino que, a modo de nuevo candado, trazó unos criptogramas y un jeroglifo que se traducen por "No leáis el secreto de mi alma. Costa". Razones para esta extremada reserva no le faltaban al todavía joven Joaquín del verano de 1868 (22 años a punto de cumplir): en el ‘Nosce te ipsum’ leemos al Costa más íntimo, el resultado de una tenaz introspección de las galerías de su alma.

Y nosotros, los lectores del siglo XXI, tras la especie de ‘profanación’ de ese reservado literario con inscripciones de criptogramas admonitorios, adivinamos todo un tratado de lo que hoy entenderíamos como una suerte de libro de autoayuda (Costa escribió el ‘Conócete a ti mismo’ en un momento de crisis aguda, mientras padecía en Barbastro cómo una vez más se esfumaban sus esperanzas de progreso en el porvenir por estar atado a la máquina de extracción de grasas propiedad de una Sociedad que parecía abocada al seguro fracaso) en el que se traza, ni más ni menos, el carácter de Costa.

Contiene, pues, el ‘Nosce te ipsum’, pasajes de un valor incalculable para entender al Costa inoportuno (como bien recordaba el profesor Guillermo Fatás en las páginas del HERALDO hace escasos meses) y cascarrabias, ese Costa que, en sus propias palabras, se dejaba "llevar de mis instintos salvajes e independientes, y haciéndome plaza de terco y aferrado en mis opiniones, y por lo tanto de necio y presumido. Siempre que tengo razón quiero llevarla; es mi carácter altanero; no puedo sufrir que se crea que he dado mi asentimiento a lo que no siento, como tampoco que se solicite mi cooperación para una cosa contraria a mi modo de ver. Pero, como me falta la táctica para hacer ver a mi contrincante la razón que creo tener, pronto rompo filas a cañonazos, y me quedo sin la razón y desacreditado. Es un defecto de civilización, pero yo detesto la hipocresía; y he bautizado aquella virtud social con el nombre de este vicio."

Este jeroglífico, trazado en uno de los cuadernillos del ‘Nosce te ipsum’, explica los ‘trabajos’ de Costa anteriores a 1868.
Este jeroglífico, trazado en uno de los cuadernillos del ‘Nosce te ipsum’, explica los ‘trabajos’ de Costa anteriores a 1868.
Heraldo

En otro lugar del ‘Nosce te ipsum’, Costa acierta a resumir el resultado de sus introspecciones reservadas: "Por eso, con pasiones bien definidas aunque ocultas en su mayor parte aun a los mismos que más de cerca me han tratado, he podido investigar con algún fruto las condiciones bajo las cuales vive mi corazón. Dignidad, honor; sencillez, verdad, natural (frecuentemente) salvaje; horror a la hipocresía, al escándalo y al cinismo; tolerancia con los defectos físicos, intolerancia con los vicios; poesía, amor, sentimiento, melancolía suma; caridad, ternura, humanidad… Total: nobleza, naturalidad, poesía, humanidad… En resumen: sencillez e ingenuidad como en Abel, ardor poético como en Safo y santa Teresa… lo que equivale a decir: un corazón que no es de este siglo. Siempre he dicho: mi corteza es de salvaje, mi corazón de poeta" Las cursivas son del propio Joaquín, quien volvía a sus propios manuscritos para anotar de nuevo o subrayar lo que percibía como esencial, tal el caso de estos subrayados/cursivas o de los que trufan este otro fragmento, también muy revelador del carácter del montisonense: "Mi carácter es tan fijo en su esencia como vario en sus manifestaciones. Generalmente triste, es algunas veces festivo. Casi siempre modesto, es a veces orgulloso. Mi carácter se resume en estas palabras: enemigo de la hipocresía, de la injusticia, de la crueldad, del escándalo y del cinismo, violento y desconfiado por instinto, y amante de la patria hasta el extremo de mentir y encolerizarme contra la razón misma".

Y qué decir de los arranques de ira tan usuales en Costa y que bien reconocieron sus contemporáneos y aun sus biógrafos. El mismo Joaquín sabía de esta propensión a la cólera ante la injusticia o el desengaño: "Carácter violento. En los sucesos de la vida se presentan mil contrariedades: a cada paso ve uno trastornados sus planes, derribados sus cálculos, defraudadas sus esperanzas. Pues bien: ahí está la violencia de mi carácter: no puedo sufrir con paciencia esos reveses, y me encoleriza contra las personas, contra los objetos, contra los accidentes que los han causado, no escapándome yo mismo de la tormenta, si, como sucede algunas veces, he olvidado algún incidente o errado algún detalle. Estas contrariedades han sido y son muy frecuentes en mi vida; y sin embargo, no he aprendido todavía a aguardarlas y sobrellevarlas con ánimo sereno. Generalmente, las tormentas que se sublevan en mi ánimo por esa violencia de carácter, son tormentas mudas que nacen, viven y mueren sin aparecer al exterior más que por medio de contracciones digitales y rechinamiento de dientes. Sin embargo, sucede a veces que se apodera de mí un humor de mil demonios, teniendo por síntomas exteriores, semblante triste, contestaciones lacónicas, espíritu ensimismado: en estos casos no puedo discurrir absolutamente nada, y solo me preocupa la idea de la contrariedad sucedida". Mucho se ha opinado de Costa y de su singular carácter, tal vez sea hora ya de escuchar sus propias meditaciones íntimas, reservadas, secretas, aquellas escritas ante el espejo de unos textos, sean las ‘Memorias’, sea el valioso ‘Nosce te ipsum’, ahora al alcance de cualquier curioso lector.

* Juan Carlos Ara Torralba/Universidad de Zaragoza

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