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La costumbre que aspira a Patrimonio de la Humanidad: "Como mínimo, soy la quinta generación que toma la fresca aquí"

Los corros de vecinos en las noches de verano se han debilitado en los últimos años en Zaragoza. Una costumbre que un pueblo gaditano quiere proteger como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

El reloj ronda las 21.30 cuando el tintineo de una silla plegable se escucha por la calle de la Huerta Honda del barrio de Santa Isabel. De fondo está la postal de Zaragoza, con las torres del Pilar y el resto del perfil de la ciudad, hasta el Moncayo se adivina en el horizonte. Ha sido un día de canícula de libro y el calor todavía cae como una losa sobre las calles, testigo es el termómetro de la farmacia del barrio que marca 36ºC.

El cielo comienza a vestirse de oscuro y las estrellas parecen luces que se encienden poco a poco. Es noche de perseidas y, a la par que asoman por el cielo, salen Carmen, María Ángeles y Ana María en sus sillas. Conchita llega al poco rato. Como si estuviera premeditado, se sientan de espaldas a la calle del Día y no lejos de la calle de la Tertulia, manteniendo las distancias. Comienza la fresca, esa tradición que Algar, un pueblo de Cádiz, tiene el afán de conservar y proteger. Estos gaditanos se han propuesto que la Unesco lo reconozca como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

La propuesta, que ha llegado a las páginas de medios de comunicación internacionales como 'The Guardian', es secundada por las vecinas de Santa Isabel. Desde pequeñas han salido. "Como mínimo, soy la quinta generación que la toma aquí -cuenta María Ángeles Pellicena-. Cuando era niña igual nos juntábamos decenas de personas. Salías a la fresca y parecía una fiesta". "Estábamos unos 15 o 20 chavales jugando", añade Conchita Ortiz, que también recuerda las frescas de su infancia con cariño.

Los corros de vecinos en las noches de verano se han debilitado en los últimos años en Zaragoza. Una costumbre que un pueblo gaditano quiere proteger como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Estas mujeres conservan este legado inmaterial como una preciada herencia. "En las calles donde tomamos la fresca es porque se ha quedado gente de siempre. Pero en sitios donde los mayores van faltando y los hijos si se han ido a otro lado se está perdiendo", lamenta María Ángeles. A la memoria les vienen nombres de antiguos vecinos, que entre todas enumeran y ayudan a dibujar el ambiente de las calles en una noche de verano de hace unos años.

“Flipé un poco cuando vi que seguían saliendo a tomar la fresca”

"Buenas noches", se escucha de repente desde una de las terrazas del bloque de pisos nuevos que hay al lado. "Este es el chico de San Mateo", comenta una de las vecinas. Entre risas recuerdan que hace unos días les hizo una foto en esa misma tesitura para mandarla a amigos de su pueblo, de San Mateo de Gállego, porque precisamente esta tradición también ha bajado en el ámbito rural. Ese pueblo es una muestra, pero el testimonio se repite en otros. "En San Mateo quedan pocos corros. La verdad es que flipé un poco cuando vi que seguían saliendo a tomar la fresca", confiesa.

"Si sales socializas, que es importante", apunta Ana María Izquierdo. “Este rato es cuando te ves, cuando puedes saber de ellas. Igual me dicen vente a tomar algo, pero no, prefiero estar con las vecinas porque se pasa un rato muy agradable”. "Cuando llego estoy un rato en la puerta. Es increíble llegar a casa y tener ese ratico", considera Paula, una vecina que llegó a la calle de la Tertulia –donde otro grupo también toma la fresca- hace poco más de un año. "A los jóvenes nos encanta", añade.

"Si sales socializas, que es importante"

Entre unos y otros se teje la conversación, esa que empieza con "menudo tormenta cayó anoche" y termina con "todos los días salen un montón de casos de coronavirus". Entre medias se ha hablado de que los motes también están en peligro de extinción, de remedios para dormir a los niños, de la vacuna con sello español, de los sueldos, de las variantes del virus, de las fiestas del barrio de otros años y de las que vendrán. "Estamos esperando la noche para salir y hablar de nuestras cosas. De libros, de cocina, de lo que pasa en el barrio, de los nietos, de todo… es que somos como una gran familia", aplaude Carmen Espinosa, que llegó hace 46 años del barrio de Las Fuentes y toma la fresca en esta calle desde entonces.

-¿En Las Fuentes tomaba la fresca?
​-Sí, claro. Con Marianico el Corto.
​-¿Ah, sí? Eso no lo habías dicho nunca.

En otros barrios de Zaragoza se mantiene esta tradición, aunque más débil que hace unos años. En enclaves de Las Fuentes donde hace una década las noches de verano eran sinónimo de conversación ahora nadie comenta el día. En las fachadas se ven más aires acondicionados y algunos ciudadanos han sustituido los corros por las terrazas de los bares. En el barrio Oliver antes se ponían en las puertas de las parcelas con las sillas. "Se mantiene en la zona de la plaza Carmen Soldevilla, encima del túnel. Se socializa de distinta forma y el espacio público se ocupa de otra manera", señala Manuel Clavero, presidente de la Asociación de Vecinos Oliver. En el Actur o en La Paz ha quedado reducida a una zona del barrio solo y en Juslibol también han apreciado cómo se ha debilitado la tradición. "Se está perdiendo mucho, no es ni punto de comparación con lo de hace 30 años, ahora tal vez incluso menos por la pandemia. Está en extinción", sostienen desde la entidad vecinal del barrio.

Fresca, hasta con paraguas

"¡Cuántas veces hemos tomado la fresca con paraguas si no llueve mucho, y días de frio con mantas del sofá!", coinciden en la calle de la Huerta Honda, conocida en el barrio como la zona de la Torrecica. Allí celebran San Juan el 23 de junio con una hoguera en una lata pequeña –que incluso saltan-, la Virgen del Carmen el 16 de julio, Santa Ana el 26 y también los cumpleaños que caen en estas fechas. "Antes de la pandemia sacábamos helado, vinico de nueces casero...", recuerdan.

La fresca es un atractivo para familiares y amigos de estas vecinas, aunque no tengan relación con el barrio. Tal es la comunión de esta calle en torno a la fresca que antes de la llegada del coronavirus organizaban comidas y cenas. "Esperamos que en nuestra calle y en el barrio no se pierda, pero suele ir a menos. Sería muy bonito que se incorporaran nuevas generaciones", desea Espinosa. "Ha pasado de generación en generación; nuestros hijos lo llevan, pero ya veremos nuestros nietos". Con esta reflexión, las saetas encaran la última vuelta del reloj del día. Es entonces cuando recogen las sillas habiendo asentado la herencia de tomar la fresca una noche más.

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