Rubén Sáez, historiador: "Puedes escribir muchos libros si duermes poco"

Nacido en Teruel hace 42 años, es doctor en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y recibió el Premio Nacional de Defensa en 2004.

Rubén Sáez, con balas de catapulta usadas en Teruel el siglo XIV.
Rubén Sáez, con balas de catapulta usadas en Teruel el siglo XIV.
Jorge Escudero

Con 42 años, ha escrito 55 libros de historia, ha reconstruido 300 máquinas de guerra antiguas y, además, tiene una familia con tres niños. ¿Cómo lo consigue?

Es fundamental organizar muy bien el tiempo. Y también quitarle horas al sueño.

¿Cómo le dio por reconstruir máquinas de guerra?

Todo empezó con mi tesis doctoral, que trató sobre las máquinas de guerra en el mundo antiguo. Me di cuenta de que había muchos vacíos en las fuentes históricas y para llenarlos me planteé construir una primera máquina como investigación, para entender el proceso constructivo y ver cómo rendía en combate.

¿Por dónde empezó?

Por el ‘escorpión’ -un arma romana que lanzaba dardos a gran distancia- que se encontró en Caminreal, la pieza más completa de su clase. Después construí otras máquinas para entenderlas. Cuando tuve un primer grupo de reproducciones, vi las posibilidades que tenían también como recurso expositivo y divulgativo. Luego amplié el campo a máquinas islámicas, cristianas, bizantinas, asiáticas y del Renacimiento.

Y sin manual de instrucciones.

Utilizo fuentes escritas que hablan de las máquinas y las describen e informaciones arqueológicas, aunque la mayoría de los restos son proyectiles.

¿Como las esferas de roca de 90 kilos aparecidas al restaurar la muralla de Teruel?

Con esos proyectiles pude saber dónde se montaron los ingenios del asedio de Teruel en 1363. Conociendo la máquina y su alcance, localizar el proyectil permite determinar la ubicación de la máquina que lo lanzó.

¿Cuál fue la primera máquina de guerra de la historia?

Hay fuentes iconográficas desde el antiguo Egipto, donde he localizado imágenes de las primeras máquinas de guerra en el 2.500 antes de Cristo. Son torres de asedio móviles. Con ellas se inició una carrera armamentística en continua evolución, pero las máquinas de asedio son tan antiguas como las ciudades, aunque, inicialmente, fueron muy sencillas, como escaleras.

¿Su afición se ha convertido en su trabajo?

Sí, tengo una empresa dedicada a diseñar, construir y montar máquinas de guerra con dos personas empleadas.

¿Dónde se pueden ver sus reconstrucciones?

La exposición del castillo de Belmonte (Cuenca) es la más numerosa, con 41 piezas, entre ellas un trabuco de contrapeso que aspira a récord Guinness con sus 20 metros de altura. Pero también tengo en Baeza (Jaén), Almansa (Albacete), Buitrago de Lozoya (Madrid), Covarrubias (Burgos), Peracense y Mora de Rubielos. Al mismo tiempo, tengo dos muestras temporales en Marcilla (Navarra) y en Logroño. Y me queda material en el almacén.

¿Se las piden para películas?

He trabajado para el Canal Historia en varios documentales. También grabé reportajes para Al Jazeera y aporté 16 máquinas para el último capítulo de la segunda temporada de la serie ‘El Cid’. En 2021, he trabajado para la serie de ficción ‘The wheel of time’, muy conocida en Estados Unidos.

Como experto en máquinas de guerra, ¿ha visto muchas barbaridades en películas históricas?

Hay que ver las películas para disfrutar no con ojo crítico.

¿Recuerda algún gazapo clamoroso?

‘El reino de los cielos’, una película de culto, me gustó mucho la primera vez que la vi, pero en la segunda ocasión empecé a sacar fallos, como la aparición de máquinas de guerra de época romana en lugar de medievales. No tienen sentido en esa película, pero muchas veces las productoras tiran de fondo de armario y utilizan las catapultas que hay en los almacenes. Tradicionalmente, es un aspecto que no se ha cuidado.

Uno de sus proyectos de investigación es localizar el escenario de la batalla de Cutanda -librada en 1120 entre Alfonso I y los almorávides-, que, de momento, se resiste.

Seguimos trabajando en ello, pero ya hemos hecho un descubrimiento muy interesante, el campamento almorávide para la batalla. Cada vez estamos más cerca de encontrar el escenario.

También se ha empeñado en la conservación de los castillos de Teruel a través de la asociación Arcatur.

Es un mundo que da para mucho. Su aprovechamiento turístico supone el 1% de su potencial. Hay 500 fortificaciones medievales en la provincia, pero la gente apenas conoce una docena. Los nueve castillos visitables con el pago de una entrada tuvieron en 2019 más de 140.000 visitas, una cifra solo comparables a Dinópolis. Y el recorrido para crecer es largo.

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