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Volar en parapente, el sueño cumplido de Pepe a los 79 años

José Manuel Collado quiso ser paracaidista a los 17 pero hasta ahora no había podido experimentar el vuelo libre. Lo ha hecho en la Escuela Parapente Pirineos, en Castejón de Sos.

Pepe Collado, en su experiencia de vuelo en parapente en Castejón de Sos.
Pepe Collado, en su experiencia de vuelo en parapente en Castejón de Sos.
Parapente Pirineos

Nació en Ceuta pero a los tres años se mudó con su familia a Tetuán (Marruecos). Allí pasó su infancia y parte de su juventud y allí fue donde supo por primera vez que tenía un sueño por cumplir: experimentar el vuelo libre. A los 17 años, José Manuel Collado, a quien todos llaman Pepe, conoció a un amigo de su padre, miembro de la unidad de paracaidismo del ejército. Desde entonces quiso ser paracaidista pero la idea no fue bien recibida por sus padres.

Pasaron los años, la situación en el Sáhara se volvió inestable y los Collado regresaron a España, en este caso a Cataluña, donde la familia paterna tenía trabajo en el sector de la piel. Aunque volar siempre estuvo en su mente, Pepe empezó a trabajar como periodista para los principales periódicos de Barcelona. Con sus primeros sueldos, consiguió ahorrar 60.000 pesetas de las de entonces para poder sacarse el carné de vuelo y ser piloto privado. Pero entonces conoció a la que pronto se convertiría en su mujer, tuvo dos hijas y los planes cambiaron.

En busca de mayor estabilidad laboral, dio un giro radical a su vida y empezó un nuevo camino en el sector ferroviario. Esto le dio la posibilidad de conocer muchos lugares y de viajar. Pero no de volar. Había cogido aviones comerciales para realizar algún viaje pero ese no es el tipo de vuelo con el que soñaba Pepe.

Tras pasar 25 años trabajando para la compañía de ferrocarriles de la Generalitat de Cataluña, Pepe ya está jubilado y ha sido ahora, a sus recién cumplidos 79 años, cuando por fin ha podido volar como un pájaro. Aunque su obsesión inicial fue el paracaídas, con los años fue aprendiendo más y se dio cuenta de que lo que realmente quería hacer era volar en parapente. “Tú eres quien lo lleva, el viaje lo marcas tú”, explica.

Pepe Collado, en su experiencia de vuelo en parapente en Castejón de Sos.
Pepe Collado, en su experiencia de vuelo en parapente en Castejón de Sos.
Parapente Pirineos

La edad nunca ha sido un impedimento para Pepe a la hora de hacer cosas nuevas y conocer a gente. Animado por un amigo, que le recordó que el tiempo pasaba y que si quería cumplir su sueño de volar, lo hiciera cuanto antes, contactó con una escuela catalana. Pero los parapentes con los que allí enseñaban son a motor, por lo que hay que cargar a las espaldas con un aparato que pesa 15 kilos y coger velocidad en el suelo con una breve carrera. “Yo no podía con ello y, además, quería volar libre”, asegura Pepe.

Fue entonces cuando, derivado por aquella escuela, en la vida de Pepe se cruzó Parapente Pirineos, la primera escuela fundada en España hace 36 años y que se sitúa en Castejón de Sos, en la Ribagorza oscense. “Fue todo facilísimo. De la noche a la mañana estaba allí, alojado en un hotel y preparado para cumplir por fin mi sueño”, recuerda. “Ya ha pasado un mes y creo que todavía no lo he asimilado”, añade, emocionado.

Durante una semana, de lunes a viernes, Pepe y un compañero “mucho más joven que yo”, matiza, recibieron clases de iniciación al vuelo con parapente. Estas incluyen dos días de prácticas en el suelo, durante los que los alumnos aprenden qué es un parapente así como la técnica del despegue y del aprendizaje. Estos ejercicios se practican en colinas muy pequeñas en las que incluso se llega a levantar un poco los pies del suelo. Son vuelos muy cortos porque lo que interesa es ver cómo reacciona el alumno cuando se eleva y cómo despega y aterriza.

El tercer día comienzan los vuelos de altura, cuyos despegues se suelen hacer desde el pico Gallinero, a entre 2.200 y 2.300 metros de altitud. El alumno siempre va con el monitor y realizan un mínimo de seis vuelos, dependiendo de las condiciones meteorológicas, entre otros factores. Los trayectos son largos, de casi siete kilómetros y salvando desniveles de casi 1.400 metros. En tiempo, entre diez y quince minutos de sueños cumplidos.

“Sentí cómo mi espíritu flotaba y fui más dueño de mí mismo que nunca. Pude escuchar el sonido del silencio y no pensar en otra cosa”, recuerda Pepe, a quien todavía le cuesta describir lo que sintió. “Es una paz inmensa y una sensación que no se puede expresar con palabras”, añade. Desde entonces han pasado más de tres semanas, pero Pepe todavía no lo ha digerido. Para su profesor, Marcelo, solo tiene palabras de agradecimiento, así como para el resto del equipo de la escuela. “Desde el primer momento en el que llegué a Castejón me sentí protegido”, asegura.

Pepe se alojó en el Hotel Pirineos, donde también comía y cenaba y le sorprendió que el alcalde del pueblo fuera la misma persona que tomaba nota de su comanda y le servía los platos. Las jornadas comenzaban temprano, a las ocho de la mañana, pero para él todo el tiempo del mundo es poco cuando se trata de volar. “Aprendí muchas cosas, como qué es la brisa y cómo va cambiando durante el día o cómo se forman las turbulencias. Ahora las comprendo y no les tengo miedo”, explica.

“Para tener sueños no hace falta ser joven”

Aunque su pasión por volar siempre ha sido su principal sueño, Pepe ha ido cumpliendo otros a lo largo de su vida. Ha sido durante muchos años voluntario en diversas causas sociales y en hospitales y también es un apasionado de la pintura. Otro pedazo de su corazón lo ocupan las motos. De hecho, sigue conduciendo una deportiva y se ofende cuando le dicen que a su edad debería conducir mejor una tipo Harley Davidson. Cuando se viste de motero, su chupa de cuero siempre le acompaña, con un mensaje claro bordado a la espalda: “Pepe, tú tira palante”.

Es su lema de vida y gracias a él ha ido superando los momentos malos. Tiene artritis, entre otras dolencias, y ha pasado por varios baches sentimentales. Pero lejos de desanimarse, Pepe está convencido de que, mientras esté en pie, puede seguir haciendo lo que se proponga. “Todos tenemos sueños por cumplir, no hace falta ser joven”, asegura. Por eso, anima a todas esas personas mayores que tienen una espinita clavada a que se atrevan con ello. “Cada uno tiene sus flaquezas y no se trata de ser más valiente que nadie sino de demostrarse a uno mismo que se puede superar”, añade.

Tras su experiencia en Castejón de Sos, donde también pudo volar en avioneta, da por cumplido el mayor sueño de su vida. Tal era su anhelo que, desde bien pequeño, visitaba con frecuencia el aeródromo de Sani-Ramel, en Tetuán. “Lo normal es acariciar caballos o perros, pero yo iba allí para tocar los aviones”, concluye, entre risas.

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