Heraldo del Campo

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El menú de 2050: ¿qué comeremos dentro de 30 años?

La respuesta a esta pregunta se escuchó esta semana en el foro Aliméntech que se celebró en Zaragoza, donde se abordó el protagonismo de la tecnología en la producción del futuro.

La divulgadora científica Deborah García presentó en Zaragoza los resultados del informe 'Alimentando 2050'.
La divulgadora científica Deborah García presentó en Zaragoza los resultados del informe 'Alimentando 2050'.
Aliméntatech

Quizá eran muchos los que pensaban en los años noventa que a mediados del siglo XXI no nos harían mucha falta ni los platos ni los cubiertos, y menos aún las sartenes. Parecía que conforme avanzaran las décadas del 2000, la dieta habitual estaría formada por pastillas, como esas que toman los astronautas. Nada más lejos de la realidad.

No serán los comprimidos creados en laboratorios los que saciarán nuestras necesidades nutricionales sin que sea necesario siquiera cocinar o sentarse a la mesa. Es más, dentro de tres décadas, la dieta no será muy diferente a la forma en la que nos alimentamos en la actualidad. Así lo recoge ‘Alimentando el futuro’, un informe elaborado por Bayer Crop Science en el que se analizan las tendencias y percepciones de la población española respecto a la agricultura y la alimentación del futuro.

Sus resultados fueron presentados en el marco del foro Aliméntatech, que tuvo como escenario -en formato mixto, presencial y ‘online’- el Instituto Agronómico Mediterráneo de Zaragoza (Ciheam), en el que no solo se abordó cómo hacer frente a los retos futuros que tiene planteado el sector agroalimentario, sino que se pudo conocer (y degustar) algunas de las innovaciones alimentarias hasta hace unos años inimaginables en la cesta de la compra.

No es una cuestión de paladar. No se trata del interés por probar alimentos nuevos. Es, sobre todo, una necesidad. Porque en ese 2050 del que ahora tanto se habla, el planeta dará cobijo a 10.000 millones de habitantes, cuya alimentación exigirá un incremento del 70% de la producción actual, que habrá que conseguir en una superficie limitada, con unos recursos cada vez más escasos y en un escenario de cambio climático. Y, todo ello, con unos hábitos de consumo diferentes en los que los ciudadanos apuestan cada vez más por unos alimentos sanos, seguros y, sobre todo, sostenibles.

Hay herramientas para conseguirlo. Se llaman innovación, ciencia, tecnología y colaboración. Lo dice Protasio Rodríguez, director de la división Crop Sciencie de Bayer Iberia, que recordó que, aunque 2050 parece lejano, solo quedan nueve cosechas para alcanzar ese escenario. Y para hacer frente a este reto, señala, "es clave la implicación transversal, que pasa por escuchar sus preferencias para poner al consumidor en el centro del proceso".

Precisamente lo que piensan los ciudadanos es lo que pudo oírse durante la segunda edición de Aliméntatech, en la que un millar de encuestados hablaron a través del informe ‘Alimentando 2050’, en el que los consumidores se posicionan sobre cuál será su alimentación dentro de 30 años y qué tecnologías consideran más adecuadas para que dar de comer al mundo no solo sea posible, sino que, además, no cause un daño irreparable al medio ambiente.

Los consumidores se muestran partidarios de la utilización de la edición genética, de la importancia de la digitalización y del uso de la inteligencia artificial en la agricultura, pero también detallan en sus respuestas cuál es su disposición ante el desperdicio alimentario y el cambio climático. Pero, eso sí, los menús de 2050 continuarán siendo, dice el informe, muy semejantes a los actuales.

Seguro que en un futuro no muy lejano nos meteremos insectos en la boca, disfrutaremos con un bistec elaborado con vegetales en una impresora 3D o nos acostumbraremos a que también podemos comernos el plástico que envuelve los alimentos más tradicionales. Pero parece claro que los españoles no están dispuestos a variar en exceso la dieta con la que ahora se alimentan.

El informe de Bayer Crop Science, elaborado a través de una encuesta entre 1.036 ciudadanos y presentado esta semana en Zaragoza, lo deja claro. El 60% de los encuestados asegura que dentro de 30 años no habrá cambiado prácticamente nuestra alimentación. Pero es cierto también que tres de cada diez españoles creen que los insectos y las algas formarán parte habitual de nuestra dieta a mitad del siglo XXI, una cifra que se incrementa en el caso de los hombres (se sitúa en el 33%) y de los jóvenes de entre 25 y 34 años (32%). Además, un porcentaje similar, el 29%, declara que comeremos principalmente alimentos fabricados en laboratorio, mientras que un 15% está convencido de que la alimentación será personalizada, es decir, ajustada al ADN de cada individuo.

"Hay muchos titulares que dicen que comeremos insectos y cosas de este tipo, pero los consumidores en general ven difícil que estos alimentos lleguen a formar parte de nuestra dieta habitual, se ve más como algo extravagante y anecdótico que puedes hacer esporádicamente, pero no en el día a día", señala Deborah García, química y divulgadora científica, encargada de presentar dicho informe sobre el escenario del salón de actos del Ciheam de Zaragoza en el que se celebró el foro Aliméntatech.

García destaca que no sorprende que la mayor parte de la gente piense que la alimentación de 2050 no va a ser muy distinta a la actual, "un dato que podíamos prever porque en España la gastronomía es algo identitario que tendemos a proteger". Matiza, eso sí, que aunque quizá comamos lo mismo, la tendencia es que la alimentación sea mucho más sana y segura. Y con estos dos adjetivos se hace referencia no solo a la salud, sino también a la garantía de que los alimentos estarán disponibles de forma continuada en el tiempo. Piden, además, los consumidores que aquello que llega a sus platos se haya conseguido con prácticas sostenibles y respetuosas con el medio natural.

Para conseguirlo, destaca la científica y divulgadora, "hay que invertir más en ciencia y en tecnología". A lo que se refiere García es a la ingeniería genética con la que se pueden lograr semillas con menor huella digital y que permitan a los suelos conservar sus nutrientes para cultivar una y otra vez. Se refiere también al uso de la inteligencia artificial en el campo. "Con ella se pueden optimizar todos los cultivos, y para eso hay que medir, para saber qué producción se puede poner, cómo se puede sacar más rendimiento sin que eso implique un deterioro medioambiental", detalla la divulgadora, que destaca que hay mucho conocimiento científico y tecnológico que puede aplicarse a los alimentos para conseguir que los cultivos sean más productivos, porque hay que alimentar a mucha más gente, "pero a pesar de eso sean sostenibles".

Inteligencia artificial

Lo piensan también los consumidores. Según el informe, el 48% de la población aragonesa (51% en el conjunto del país) apuesta por la edición genética como clave para aumentar la productividad, ya que permitirá crear plantas más resistentes a sequías y plagas. Además, un 47% de los aragoneses se decanta por la digitalización de la agricultura para hacer frente a este reto y un 49% (siete puntos más que la media nacional) cree que la inteligencia artificial permitirá mecanizar las tareas agrícolas.

Hay también un porcentaje nada desdeñable (el 40% de los encuestados) que considera que la solución está en incrementar la superficie agrícola cultivable.

Para conseguir una alimentación más sostenible no hay que perder de vista la reducción del desperdicio, un objetivo clave para limitar la emisión de gases de efecto invernadero. Y eso requiere también una adaptación de los hábitos de consumo, porque en los hogares también son muchos los kilos de comida que terminan en el cubo de la basura. Unos cambios que los aragoneses están dispuestos a asumir.

Prueba de ello es que, según dicho informe, los de Aragón son los ciudadanos españoles más proclives a comer alimentos con pequeñas taras pero en buen estado (un 25%), siete puntos por encima de la media española. Además, dos de cada tres aragoneses (64%) creen que hay que dar una segunda vida a los productos a través de otros miembros de la cadena alimentaria, como compañías que aprovechan el excedente de alimentos y lo venden a precios más bajos.

Un tercio de la población asegura que estaría dispuesto a consumir solo alimentos de temporada y proximidad cuando estén disponibles, frente a un 22% que compraría los productos a granel en lugar del producto final envasado. Por contra, dos de cada diez encuestados aseguran que no cambiarían nada porque el problema radica en el actual sistema de producción.

Y dado que apuestan por el respeto medioambiental, los consumidores defienden el papel que ante este reto tiene la agricultura ecológica, si bien 8 de cada 10 apuestan por un equilibrio entre lo eco y lo convencional para incrementar la producción de alimentos de forma sostenible.

Aunque por estos datos parece que el consumidor tiene claro lo que quiere comer y cómo tiene que producirse aquello con lo que se alimenta, lo cierto es que "la inmensa mayoría toma decisiones erróneas, no fundamentadas en la ciencia, sino en lo que ha escuchado o en lo que cree", señala Deborah García.

"Falta de cultura científica"

La "falta de cultura científica" hace que, señala, mucha gente "que está muy implicada con el respeto al medio ambiente, que invierte tiempo, dinero y carga mental en intentar consumir de forma más respetuosa con el medio ambiente", no toma precisamente las mejores decisiones de compra.

La divulgadora pone un ejemplo. "Cuando compran un kiwi, hay muchos consumidores que buscan el sello ecológico, pero no se fijan tanto en la procedencia, por lo que si esa fruta está cultivada en Nueva Zelanda y tiene que recorrer 20.000 kilómetros para llegar aquí, da igual que en origen le hayan dado un sello ecológico", explica. Lo importante es "la huella de carbono de vida del transporte" y para que los ciudadanos lo sepan, hay que "comunicarlo más y mejor", porque "esa gente está pagando más porque cree que esta haciendo bien al medio ambiente y no es así".

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