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Galán de noche, secreter, taquillón y otros muebles en vías de extinción

Pocos ‘millennials’ saben ya lo que es una mesa camilla o un secreter. El equipamiento doméstico ha ido variando a lo largo de los años y hay muebles que ya forman parte de la historia a no ser por su rescate ‘vintage’.

El recargado dormitorio del palacio de los Condes de Bureta.
El recargado dormitorio del palacio de los Condes de Bureta.
J. Pardos

Basta con ver una película de Gracita Morales. Cualquiera de los muebles sobre los que la pizpireta actriz posa el plumero canturreando son ya parte del costumbrismo y la prehistoria doméstica española.

Han pasado apenas cuatro o cinco décadas de aquellos filmes, pero en ellos aparecen biombos, tocadores o relojes de péndulo que ya no acostumbran a verse en la gran mayoría de las casas. Son muebles que están sufriendo una lenta agonía y que no se encuentran ya en los catálogos de las tiendas ‘mainstream’ de equipamiento doméstico y decoración. Al igual que sucede con los bidés en los cuartos de baño, los recibidores, dormitorios y salones han experimentado innumerables cambios que han dado al traste con algunos muebles antiguos.

“Ya en la entrada de las casas apenas existen paragüeros. Ahora, cuando llueve, enseguida se deja el miniparaguas sobre el lavabo o el plato de ducha para que escurra bien”, explica la interiorista Mercedes Guerra. Al lado del paragüero acostumbraba a haber antaño otro mueble llamado sombrerero y que no solo era para los bombines y tocados sino que incluía su espejo, su gancho para dejar bufanda y guantes, y en ocasiones también una suerte de zapatero inferior. Todo esto se ha sustituido -sin el menor atisbo de nostalgia- por un mero aparador (ni siquiera un taquillón) en el que dejar la cartera, el móvil y las llaves.

Hasta hace no tantos años, sobre todo en las casas de los pueblos, había una habitación perfectamente decorada en la que apenas se hacía vida. “Se reservaba para las visitas y las familias vivían completamente al margen de estas estancias. Incluso, reprendían a los niños cuando las invadían”, apunta la arquitecta Rosa María Saz Herrero. Esta costumbre fue pasando de moda y el vuelco definitivo parece que se dio a finales de los 2000, cuando la burbuja inmobiliaria hizo que los precios se dispararan tanto que nadie quiso desaprovechar un metro cuadrado del hogar solo para presumir de buen anfitrión. Tras esta filosofía estuvo también el 'boom' de las camas abatibles y las literas.

Aquellas habitaciones para recibir visitas vivieron un lento declive como también sucedió con algunos muebles como las mesas camilla o las aragonesísimas cadieras, que eran propicias para la socialización familiar. En estos cuartos solían verse cubre radiadores de caña o de mimbre, que ya tampoco se estilan, o relojes de pared, cuyas manillas suenan algo tétricas.

Los Alcántara con su carrito auxiliar para las bebidas.
Los Alcántara, de reformas, pero con su carrito auxiliar para las bebidas.
Heraldo

Más llorada ha sido la muerte del mueble bar, que -ojo- durante el confinamiento por la pandemia vivió una súbita resurrección cual ave Fénix. El carrito con las bebidas, que era uno de los principales focos de atención de los salones de los 70 y 80 del siglo pasado, se vio poco a poco relegado porque los españoles adquirieron la ‘manía’ de beber fuera de casa y consumir sus licores en los bares y las discotecas. De hecho, las estadísticas de la Fundación Española de la Nutrición indican que en 1964 el consumo de alcohol per cápita en los hogares españoles duplicaba al de 2014. En los años del desarrollismo proliferaron, incluso, las barras de bar y los butacones en los hogares. Los autores de aquel estudio argumentan el desplome del consumo doméstico en causas como “el cambio socioeconómico, el rápido proceso de urbanización y el éxodo rural masivo". No obstante, no previeron que con la crisis sanitaria la tendencia se pudiera invertir de forma tan súbita como pasajera. En los casi tres meses de confinamiento de 2020 los españoles volvieron a beber alcohol -y mucho- en casa, pero eso no se tradujo en la vuelta del mueble bar ni de los carritos auxiliares porque ahora las botellas suelen guardarse en la cocina. Apenas persisten ya alacenas con vajillas (que no sean de diseño) en las habitaciones principales y el botellero con forma de globo terráqueo queda para las películas.

Con el Mundial 82 se popularizaron las televisiones en color y se convirtieron en la pieza
en torno a la que orbitaba todo el salón 

Lo que sí fue una auténtica revolución para los salones -de hecho, es el nuevo centro sobre el que orbita todo- fue la generalización de los televisores a finales de los 70. Los primeros, aquellos que tardaban en encenderse porque funcionaban con válvulas y les costaba dos o tres minutos calentarse, aún se encuentran a modo de reliquia en segundas residencias y casas rurales. Pero el salto definitivo se dio con el Mundial 82, que fue cuando muchas familias decidieron renunciar a sus ahorros para hacerse con una tele en color: podían costar hasta 30.000 pesetas, lo mismo que redecorar dos o tres habitaciones enteras. El televisor acabó presidiendo la casa -que se lo digan a Antonio Alcántara- y buena parte del mobiliario clásico quedó subordinado a estos monstruos de generoso tubo catódico sobre el que convivían una flamenca, un torito y un tapete de ganchillo.

El salón-comedor había sido el espacio habitual para sinfonieres y secreteres, que no son lo mismo dado que el primero está mejor dotado de cajones y el origen del segundo no es sino el de ser un escritorio. También hay que diferenciarlo de los bargueños, generalmente de madera y orientados al cuidado y la conservación de papeles y documentos.

Los trabajos para la recuperación de muebles antiguos de la Harinera.
Los trabajos para la recuperación de muebles antiguos de la Harinera.
Toni Galán

Muchos de estos muebles, artesanales y de gran valor, se han acabado bajando a la calle (previa llamada al 010) por resultar inútiles o poco prácticos en la actualidad. Por fortuna, en paralelo, también han surgido iniciativas como la que desde 2017 se lleva a cabo en la Harinera de Zaragoza que consiste en recuperar y transformar el mobiliario cedido o hallado en la basura. En el proyecto Transmuebles participan la fundación de inserción laboral Tranviaser y el espacio Recreando Estudio, que trabaja con los jóvenes del ciclo formativo de carpintería de San José y juntos dan nueva vida a las mesitas y los aparadores. Luego se venden en la sede de San Vicente de Paúl para poder financiar los siguientes cursos y tienen bastante tirón gracias a que “son todos originales, artesanales y con un toque vintage”, explican.

Este gusto por lo retro es lo único que está salvando del olvido más absoluto algunas piezas ya casi en desuso como los percheros, las mecedoras, los baúles o los doseles de las camas. En los dormitorios también forman parte del pasado los galanes de noche, acaso por la convicción de los jóvenes de que una prenda recién planchada es indistinguible de otra bien plegada a los diez minutos de llevarla puesta. Los únicos galanes de noche que se venden hoy en día son meras estructuras esquemáticas y metálicas, sin el empaque de los acolchados de antaño. Cualquier silla o baúl a los pies de la cama hace la función de aquellos galanes y, según datos del sector, las ventas de este accesorio han caído más de un 70% en la última década. 

Una mesita y un aparador recuperados por Recreando Estudio.
Una mesita y un aparador recuperados por Recreando Estudio.
Heraldo

Tampoco se ven ya en los dormitorios lavabos antiguos (con su palanganas y su jarra lacada) o biombos separa ambientes. Por el contrario, parece que se ha puesto de moda utilizar palés de madera -por ejemplo- para clasificar el calzado y, también, grandes regletas para los cargadores de móvil a los pies de la cama. Allí donde antes asomaba el orinal, se ha convertido ahora en uno de los rincones más tecnológicos de la casa. 

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