medio ambiente

La eterna espera del embalse de Lechago

El pantano está terminado desde 2009, pero se ha estancado en el 55% de llenado y sigue sin dar servicio. Un yacimiento arqueológico y la división de los regantes son los últimos escollos.

El embalse de Lechago sigue en parada técnica más de una década después. Las obras del pantano acabaron en 2009, pero su puesta en servicio continúa sin fecha. Su proceso de llenado empezó en 2013, pero se ha estancado en torno al 55% y no se espera que avance en los próximos meses por la presencia de un yacimiento arqueológico que hay que abrir y estudiar. Mientras tanto, los regantes siguen divididos sobre la conveniencia del proyecto y los vecinos continúan reclamando las obras de restitución pendientes.

Esta infraestructura hidráulica es un proyecto centenario, ya que en 1913 ya hubo un plan para retener las aguas del río Pancrudo. Desde entonces se plantearon varias propuestas, casi siempre con una fuerte oposición por parte de los vecinos de la zona y de los colectivos ecologistas. Finalmente, tras varios intentos frustrados, se acabó ejecutando el embalse actual, con una capacidad de 18 hectáreas y un coste de 44 millones de euros. Terminado desde hace 12 años, ahora luce una bonita lámina de agua junto a Lechago, pero sigue sin dar el servicio para el que fue concebido, y tampoco se permiten actividades lúdicas o recreativas que permitan dinamizar algo una zona fuertemente afectada por la despoblación.

Desde la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) señalan que para continuar con el llenado hay que excavar el yacimiento arqueológico de Los Pagos II, cuyo proyecto “está en redacción”. Supuestamente, las primeras catas hablan de la presencia de restos de una mansión romana, que ahora hay que estudiar antes de que siga aumentando el volumen de agua embalsada.

Este contratiempo ha sido el último de la complicada historia de un embalse que no ha contado con consenso ni entre los regantes a los que va a suministrar el agua. Desde el principio, la zona del Alto Jiloca (Luco de Jiloca, Burbáguena, Báguena, San Martín del Río…) han señalado que no necesitan el pantano y que el coste de bombear agua desde el Jiloca para llenarlo va a ser “inasumible”.

Aguas abajo, en cambio, sí han reclamado históricamente el pantano, aunque ya consideran que “llega tarde”, como denuncia Antonio Durán, presidente de la Comunidad de Regantes de Paracuellos del Jiloca y representante de los regantes del último tramo de este afluente del Jalón. “Cuando se terminó el pantano, en el valle del Jiloca se cogían 20 millones de kilos de fruta; ahora se cogen 5. Hay pueblos que tendrán abandonadas el 70% de las fincas”, lamenta.

Los que continúan con la actividad ahora no sienten la necesidad imperiosa de la puesta en marcha del embalse, ya que llevan “tres años que tenemos agua por las condiciones meteorológicas”, y porque el propio pantano ha soltado algo de agua en momentos puntuales para rematar los riegos del verano. “El retraso ahora no nos supone gran cosa”, apunta. Hace un lustro, cuenta, “había mucha prisa” por acelerar el proceso, pero ahora “está todo parado”.

Mientras tanto, los vecinos de la zona ven cómo el pantano ha inundado sus mejores tierras de cultivo y, a cambio, no se han ejecutado todas las obras de compensación prometidas. La Asociación de Amigos de Lechago se opuso desde el principio a su construcción, y ya entonces anunciaba que sería “un embalse inútil”. “Se está demostrando que va a ser así”, señala Pedro Roche, secretario de la asociación.

Ahora que ya no hay vuelta atrás, Roche reclama que el embalse “no puede quedarse así”, y que hay que “crear riqueza” a su alrededor. “Hicieron que desaparecieran las tierras que se cultivaban, pero ahora ni se puede regar, ni se puede pescar, ni se puede bañar... ¿Para esto querían hacer el embalse?”, reflexiona.

En la Asociación llevan casi una década reclamando que se completen las restituciones prometidas. Una de las más importantes era la creación de un parque lineal de más de un kilómetro con espacios de ocio en la parte norte del pueblo, en el encauzamiento del barranco de Cuencabuena. “No fue una promesa, fue un pacto que firmamos, ya que Lechago entregó las tierras para el pantano a cambio de unas restituciones”, señala Roche, quien resalta “el efecto positivo para el turismo” que puede tener esta infraestructura verde.

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