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Otro verano sin poder acoger a niños saharauis: "Le echamos mucho de menos, pero el que más pierde es él"

La covid ha obligado a suspender el programa solidario 'Vacaciones en Paz', afectando a cerca de 9.000 menores que viven en campos de refugiados de Tindouf. De ellos, 140 tendrían que haber venido a Aragón.

Charo Almarcegui con la pequeña Aicha y su familia, en el verano de 2019.
Charo Almarcegui (en primer término, a la izquierda) con la pequeña Aicha y su familia, en el verano de 2019.
Ch. A.

A Charo Almarcegui se le entrecorta la voz de emoción al hablar de Aicha, una niña que acogió los veranos de 2018 y 2019 en Zaragoza dentro del programa 'Vacaciones en Paz' por el que desde el año 1979 menores saharauis pasan los meses estivales con familias españolas (y también europeas), alejados de las inhóspitas condiciones de vida del desierto con temperaturas de ¡hasta 50 grados! a la sombra. 

"Cuando vino por primera vez tenía 10 años y no había salido antes del campamento de El Aaiún, donde vive con su familia. No había visto nunca la luz eléctrica, ni unas escaleras mecánicas... Le daban miedo. Le encantaban los helados y las pizzas. Allí comen mucho arroz, cuscús y pollo; lo que les llega a través de la ayuda humanitaria. También la llevamos a la playa. Nos lo pasamos genial con ella. Fue una experiencia muy bonita; disfrutamos las dos partes", recuerda con cariño.

En 2020 esperaban acoger a una hermana más pequeña de Aicha, pero la pandemia del coronavirus obligó al Frente Polisario a suspender este programa solidario, tal y como ha vuelto a ocurrir este año. El pasado sábado, el ministro de Juventud y de Deporte de la República Árabe Saharaui Democrática, Musa Salma, lo confirmaba. "Hemos descartado que los niños y niñas saharauis viajen este verano ya que las fronteras continúan cerradas y la epidemia se sigue cobrando vidas. Las familias españolas, italianas y francesas tampoco podrán este año acoger a los miles de niños que salían en el marco de este programa“, lamentaba. Eso implica a 9.000 menores, de los cuales 140 deberían haber recalado en Aragón.

"Es una pena que no puedan salir de vacaciones en las condiciones en las que viven, pero también por no divulgar su causa. Es una manera de que la gente conozca el problema del pueblo saharaui; si no lo tocas las personas lo olvidan", señala Charo, que en ningún momento ha perdido el contacto con Aicha y su familia. "El vínculo se mantiene. Tenemos mucha relación con ella y también le mandamos comida desde Argelia a través de una empresa: haces un pedido por internet y al día siguiente lo tienen en el campamento", explica.

Deseando ir a la piscina

También Rosa María Fernández, una de las responsables de 'Vacaciones en Paz' en Um Draiga-Amigos del Pueblo Saharaui en la Comunidad, destaca que tanto esta asociación como las familias de acogida tienen relación con los menores. "Con los que yo hablo por Whatsapp, lo único que quieren es volver a Aragón. No sé cómo pueden vivir desde hace 45 años en un sitio tan inhumano, donde no hay ni agua. He tenido la suerte de convivir con este pueblo tan humilde y acogedor en cinco ocasiones que bajé a los campamentos. No me extraña que los niños estén soñando con ir a la piscina, a la playa... Hace unos días, una familia que cocina muy bien me comentaba que lo único que le dice el niño es que le envíen uno de los pollos rellenos que hacen. Quieras o no se pegan dos meses alimentándosen correctamente y comiendo de todo", dice.

Um Draiga, Arapaz, Alouda, Asaps y Lestifta son las cinco asociaciones aragonesas que participan en este proyecto solidario, que también cuenta con la colaboración del Ayuntamiento de Zaragoza, la DGA y la DPZ, entre otras instituciones. Durante el tiempo que los chavales están en la región se les somete a chequeos médicos, una de las patas importantes del programa. "Ahora muchos niños llevan dos años de retraso en sus revisiones. Ha sido un palo muy duro que no puedan venir, tanto para ellos como para las familias", sostiene Rosa María.

Por su parte, Oriol Gavín, coordinador de 'Vacaciones en Paz' de Arapaz, también hace hincapié en el beneficio médicosanitario que se va a perder. "Eso puede ser un problema a medio y largo plazo. Además perdemos una riqueza cultural. Siempre decimos que los niños son los mejores embajadores del pueblo saharaui y el que no vengan hace que no se hable en positivo de esta problemática. Viven en duras condiciones en el desierto", indica.

Asimismo, Oriol alude a otra casuística: menores que no puedan viajar a España en 2022 al superar la edad máxima de los 12 años. "Habrá que consensuar a nivel nacional los criterios de selección", afirma.

"Uno más de la familia"

Quien vino en tres ocasiones a Aragón fue Selma -de 2017 a 2019- y su hermana Hayet hubiera podido hacerlo en 2020 si no hubiese irrumpido el virus, tal y como cuenta Isabel Villanueva, la 'mamá' de acogida. "Tenía casi 11 años, la misma edad que nuestro hijo menor, Pau, y un año menos que Iván, el mayor. No hablaba ni una palabra de castellano, con lo que la comunicación durante ese primer verano fue complicada. Porque además tenía que entender un mundo totalmente diferente del suyo. Pero a todo se adaptó: a los horarios, la comida, los viajes en coche, al ritmo familiar… Y sin duda lo que más le gustaba era 'la piscina saharaui': el punto de encuentro con el resto de sus compañeros, donde por fin podía ser él mismo, hablar su lengua, intercambiar experiencias con niños que estaban viviendo lo mismo que él…", relata.

Selma llegó a convertirse en "uno más de la familia" e incluso tramitaron los papeles para que se quedara a estudiar en Zaragoza. "Pero a última hora se echó atrás. Le pudo el miedo, la incertidumbre. Ahora se arrepiente. Desde que se fue mantenemos un vínculo con él a través de audios de Whatsapp casi diarios, en el que siempre pregunta si puede volver a España. Cada vez es más consciente de la falta de futuro que tiene en los campamentos y esa desesperanza duele", confiesa Isabel.

Silvia Grustán y Ricardo Pérez con Gailani junto a caballos en Sarvisé, en el Pirineo en 2019.
Silvia Grustán y Ricardo Pérez con Gailani junto a caballos en Sarvisé, en el Pirineo en 2019.
S. G.

Mientras, Silvia Grustán y su pareja acogieron en 2019 a Gailani, que entonces tenía 11 años. "Estos dos años los ha perdido y no sé si podrá venir más. Nos gustaría que también pudiera hacerlo alguno de sus hermanos; sería maravilloso", dice esta joven, que considera que 'Vacaciones en paz' es una ocasión "grande" de ayudar a un niño. "Para ellos es una oportunidad de poder salir de los campamentos y también de reconocimientos médicos; allí tienen una asistencia sanitaria precaria. Ademas, es una forma de colaborar con el pueblo saharaui", explica.

Cada semana o quince días hablan con la familia de Gailani, que les envía fotos y vídeos del menor y sus otros cuatro hermanos. "Se establece un vínculo afectivo. Al niño le da mucha lástima no poder venir. Nosotros le echamos mucho de menos, pero el que más pierde es él. En el verano de 2019 le llevamos a la montaña, a la playa... No había visto el mar y le impresionó mucho. Aunque lo que más le gustaba era la piscina y el fútbol. Ahora están preocupados por el coronavirus, empiezan a tener altas temperaturas y hace poco una tormenta de arena les destruyó las jaimas", destaca Silvia, quien señala que hay "mil formas" de colaborar con el pueblo saharaui.

Ante la crisis sanitaria, ya desde el pasado año el Frente Polisario trabaja en un programa alternativo que ofrece a los niños saharauis actividades deportivas, de ocio, lúdicas y culturales. Desde Aragón las asociaciones siguen colaborando (por ejemplo, Um Draiga les envió ocho cestas con productos de higiene y medicamentos) y las familias esperan. "En cuanto puedan viajar, acogeremos al que nos asignen. No sabemos qué edad tendrá la hermana de Aicha para poder venir a Zaragoza. No sería un problema, hay muchos niños a los que acoger", avanza Charo Almarcegui.

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