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De escuelas & maestros: Andrés Manjón

Catedrático de Derecho canónico de la Universidad de Granada, Andrés Manjón decidió dedicar todos sus esfuerzos a la educación de los más humildes con la creación de las Escuelas del Ave María.

Andrés Manjón
Andrés Manjón
V. J.

En 1857 el ministro Claudio Moyano firmó la primera ley general de educación, vigente hasta 1970, en la que se establecía la obligatoriedad escolar. Los padres debían llevar a sus hijos a la escuela y los ayuntamientos tenían que abrir los centros necesarios para acoger a los niños en edad escolar. Pero ni los padres ni los ayuntamientos cumplieron sus obligaciones. Cuando terminaba el siglo XIX, Manuel Bartolomé Cossío hacía un diagnóstico desolador de la realidad del sistema educativo español: "Hacen bien esos dos millones y medio de niños en no ir a la escuela, y sus padres obran muy cuerdamente al no enviarlos, porque si un día se les ocurriese obedecer nuestras sabias leyes, perderían el tiempo y, lo que es más grave, la salud, como pierden ya ambas cosas gran parte de sus aplicados compañeros". En este contexto de carencias, de escuelas pésimamente instaladas, de analfabetismo generalizado y de niños vagando por las calles por no disponer de plaza escolar es en el que el sacerdote Andrés Manjón (Sargentes de Lora, Burgos, 1846 - Granada, 1923), catedrático de Derecho canónico de la Universidad de Granada, decidió dedicar todos sus esfuerzos a la educación de los más humildes. Los biógrafos de Manjón cuentan que uno de los últimos días de 1888 paseaba por el Sacromonte cuando escuchó recitar el Ave María a un grupo de niños gitanos analfabetos. En ese instante, decidió fundar unas escuelas de inspiración católica, las Escuelas del Ave María.

Las escuelas del Ave María

Creadas para educar cristianamente a niños pobres, las escuelas del Ave María se extendieron rápidamente por España. En 1918 ya había, al menos, una escuela manjoniana en treinta y seis provincias. Mientras Manjón vivió, se abrieron unas cuatrocientas escuelas por todo el mundo. Además de acercar la educación a los más necesitados, a los marginados, este sacerdote quiso alejarse del rígido modelo de escuela que había sufrido en sus propias carnes durante su infancia en Sargentes, donde el maestro apenas sabía leer, escribir y contar y se veía obligado a desempeñar varios oficios –sacristán, campanero, zapatero, tabernero…– para poder subsistir. Manjón defendía que el niño no es cera que se funde, ni barro que se modela, ni tabla que se pinta, ni vaso que se llena, ni hoja que se escribe. El niño es protagonista de su aprendizaje, es «un ser activo con destino propio que nadie más que él tiene que cumplir». La pieza clave para transformar la escuela era el magisterio. "Sin maestro no hay escuela", repetía Andrés Manjón, y por eso fundó en 1905 el Seminario de maestros, un lugar en el que se formarían los docentes de las Escuelas del Ave María.

Por: Víctor Juan. Director del Museo Pedagógico de Aragón

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