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Confinados en la Ribera Alta: "En Remolinos hay miedo porque ahora hay muchos casos"

El cierre perimetral de la comarca afecta a sus 17 municipios, que suman 27.000 habitantes, de los más de 120.000 con restricciones en Aragón.

Siguiendo el eje que marca la autovía de Logroño desde Zaragoza, la comarca de la Ribera Alta del Ebro tiene su frontera más próxima con la capital a 18 kilómetros, en Sobradiel, municipio al que siguen Torres de Berrellén, La Joyosa, Pinseque, Alagón y Remolinos. Y así hasta un total de 17 municipios que suman 27.000 habitantes. Se encuentran entre los afectados por los confinamientos perimetrales decretados por el Gobierno de Aragón para controlar el avance de la pandemia de covid-19, que afectan a más de 120.000 personas.

Los cierres comarcales están obligando a recuperar los mapas de esta división territorial nacida en 2006 y que pocos han estudiado. En este caso, la lista la completan, por orden alfabético, Alcalá de Ebro, Bárboles, Boquiñeni, Cabañas, Figueruelas, Gallur, Grisén, Luceni, Pedrola, Pleitas y Pradilla de Ebro.

Alerta en Remolinos

En esta quinta oleada del virus en Aragón, Gallur y Remolinos han sido dos de las poblaciones más azotadas. En esta última, la tasa de contagios era cinco veces mayor que la media de la comunidad 15 días antes de decretarse el confinamiento, según se alertó en un bando enviado a los vecinos. El alcalde, Alfredo Zaldívar, explica que se ha frenado el incremento, pero después de dos meses sin casos han tenido 30 en 20 días. "En un pueblo de 1.000 habitantes es una barbaridad", asegura. No han identificado ningún brote ni celebraciones no permitidas. "No sabemos qué hemos hecho mal", reconoce, y pide a los vecinos que "no bajen la guardia". En principio, el cierre se prolongará un mes, que la consejería de Sanidad irá revisando.

Este miércoles por la mañana, por las calles vacías del municipio se escucha más el sonido de los pájaros que conversaciones, pese a ser la hora de máxima actividad por concentrar la compra diaria. "En Remolinos hay miedo porque ahora hay muchos casos", confiesa Isabel Garrido, que llega a la frutería, cerca del ayuntamiento, y espera en la calle con su capaceta, detrás de otra clienta. "A las 10 salgo a comprar el pan y el periódico y te encuentras con alguien, pero de las 12 hasta el día siguiente a las 10 ya no ves a nadie. Ni a los chicos por la calle", lamenta. "Es muy triste. En Zaragoza aunque vayas solo de paseo ves a gente".

"Mi abuelo, que estaba enfermo desde hace tiempo en casa en cama, dio positivo y todos los que lo han cuidado"

La otra vecina es Cristina Gracia, una joven universitaria de 20 años, cuya familia está sufriendo los estragos del virus. "Mi abuelo, que estaba enfermo desde hace tiempo en casa en cama, dio positivo y todos los que lo han cuidado, también. Nadie puede ir a verle al hospital", cuenta, mientras se acerca otra vecina a preguntarle. Ella ha dado negativo y como no es contacto estrecho de ningún positivo puede salir.

"Es muy duro no poder estar juntos en estos momentos", explica. No se imaginaba la dureza de una situación así hasta que le había tocado vivirla. Su abuela, vacunada con las dos dosis, también se había contagiado pero no tenía síntomas. "Nos han dicho que mi abuelo se va a morir", le cuenta, con pena y preocupación, a la vecina. 

En la cercana calle Mayor, los pocos vecinos que se cruzan apenas se paran a hablar y siempre con distancia. Ángeles Carrera, que se acerca a dos vecinas, coincide en que "ahora es un pueblo muerto. No oyes nada", sobre todo, por las tardes. "No verás a nadie. La gente tiene miedo", asegura.  No es el caso de Mª Carmen Macía, que afirma no tener temor. Eso sí, "seguimos todo lo que nos dicen y salimos poco".

"No nos juntamos", añade Ana Mª Zaldíbar, la tercera vecina y "quinta", apunta. "La gente ha tomado conciencia porque ha habido casos y gordos", cuenta. Las tres habían recibido ya la vacuna. "Yo me hubiera puesto la que fuera, y eso que algunos me decían que la que me tocaba, la de Astra Zeneca, era la mala", dice Mª Carmen, contenta de haber sido inmunizada. Pese a la reducida oferta de comercio y hostelería, que se puede contar con los dedos de las manos, las tres coinciden en que en el pueblo tienen lo que necesitan. "Estamos tranquilos y no nos hace falta de nada". Y siempre pueden desplazarse a otros más grandes de la comarca.

En la panadería Hermanos Domínguez Alonso, uno de los puntos de reunión de las mañanas, reconocen que el confinamiento comarcal les hará perder clientela los fines de semana, cuando vuelven vecinos del pueblo o familiares que viven en Zaragoza.

En el restaurante La Maravilla-Casa Machín, Ana Cristina Giménez, segunda generación del negocio fundado en 1962, confiesa que volver al cierre a las 20.00 "me parte por el medio". Pierde cenas, aunque pueden encargarse para llevar hasta las 22.00, y clientela de fin de semana, sus días de más trabajo. Para el sector la pandemia está resultando una prueba muy dura. En su caso, agradece el apoyo que ha tenido de los vecinos desde el año pasado.

En cuanto a la subida de los contagios cree que en esta nueva oleada del coronavirus "lo que más miedo da es que está cogiendo a gente más joven". Conoce casos de contagiados de 40 y 60 años.

Primeros controles en Alagón

ALAGON TRAS EL CIERRE COMARCAL DE LA RIBERA ALTA DEL EBRO / 05-05-2021 / FOTOS: FRANCISCO JIMENEZ[[[FOTOGRAFOS]]]
Alagón tras el cierre perimetral de la Ribera Alta del Ebro.
Francisco Jiménez

El silencio en las calles de Remolinos contrasta con la actividad en la capital de la comarca, Alagón, con 7.000 habitantes. A las 8.30 llegan los estudiantes del instituto de secundaria Conde Aranda, que acuden de varios municipios del entorno, y los de la contigua escuela infantil municipal. Desde poco antes de las 9.00 se ve a los escolares de los colegios Nuestra Señora del Castillo y Aragón. En este último, en los corrillos de padres a algunos no les preocupan los efectos del confinamiento. "La mayoría trabaja en la GM y los que bajan a Zaragoza ya vinieron ayer con el papel de la empresa porque había control en la autopista y en la rotonda de la entrada", cuenta Eva Zapata, una de las madres.

En su caso, compra en el municipio. "El comercio local está muy bien surtido". Y no hay problemas con las distancias. "Esto es grande. Si sales por la tarde, si no quieres no te encuentras a nadie". No sabe a qué achacar el aumento de casos que les ha llevado a estar confinados, pero apunta que "el centro de salud lleva varios municipios y cuando salen los número son de todos. Aquí hemos seguido una línea normal".

"Como no salimos apenas de casa, poco nos afecta", coincide Javier Requena, otro de los padres que esperan hasta ver a su hijo dentro del colegio, después de dejarlo en las filas de un recreo. "Yo solo salgo a hacer la compra y a casa. Y después de comer, a caminar una hora", añade José Valencia, jubilado que trae a su nieto. Hace un año que dejó Ibiza, donde llevaba toda la vida, para trasladarse a Alagón con la familia. Javier culpa del aumento de casos a los jóvenes. "Se juntan para hacer sus meriendas y fiestas y luego, pasa lo que pasa".

Los negocios de toda la vida sobrellevan la pandemia. "En el pueblo no hemos perdido venta", asegura José Enrique Urbano, al frente de Pescados Mayte y José Enrique. Desde el primer confinamiento ha notado que se mira más al comercio local. Ahora, con el cierre perimetral "con los del pueblo nos defendemos", aunque a sus 60 años, echa cuentas para ver si se puede jubilar pronto. Con su mujer forma la segunda generación, pero "conmigo morirá el negocio", confiesa. Tiene dos hijos, que no seguirán. El mayor es médico, cuenta, con orgullo. Y el sector va perdiendo clientela frente a la competencia de las grandes superficies. "Había dos pescaderías y con la pandemia ha caído una", lamenta. Nota que algunos clientes andan "más fastidiados económicamente" por la crisis.

"En los bares está todo más controlado. Donde viene el problema es en la gente que se junta en las casas"

En las terrazas de la cercana plaza de España, a las 9.30 se sirven los primeros cafés de la mañana. Algunas clientas se quejan de no poder desplazarse a Zaragoza para comprar, aunque reconocen que el municipio mantiene todo tipo de pequeño comercio. En el gastro bar Flash, la limitación de horarios preocupa, pero casi más la anterior. "Prefiero cerrar a las 20.00 que a las 22.00 porque es imposible dar cenas. La gente sigue viniendo a las 21.00", confiesa María Jesús Callén. La cocina solo funciona el fin de semana, pero a pleno rendimiento con tapas y comidas. No tienen problemas de aforo porque el local es muy grande, ya que en su origen fue una discoteca. 

Coincide con el resto de la hostelería en que los contagios crecen fuera de sus negocios. Critica que "es contraproducente que cierren los bares, porque aquí está todo más controlado. Donde viene el problema es en la gente que se junta en las casas".

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