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Jesús A. García Arrazola: "Educar es como sembrar un árbol"

Profesor de Jardinería en el IES Ramón y Cajal de Zaragoza, en sus clases han madurado para la vida más de 250 jóvenes estudiantes.

El profesor Jesús A. García, en el centro, con sus alumnos del Programa de Cualificación Inicial (PCI) de Agrojardinería, en el IES Ramón y Cajal de Zaragoza
El profesor Jesús A. García, en el centro, con sus alumnos del Programa de Cualificación Inicial (PCI) de Agrojardinería, en el IES Ramón y Cajal de Zaragoza
Francisco Jiménez

Gabriel Celaya escribió que educar es lo mismo que poner motor a una barca. Para Jesús Alberto García Arrazola (Zaragoza, 1969) educar es como sembrar un árbol y dedicarle el tiempo que sea necesario con la esperanza de que las semillas germinen, que el agua fecunde la tierra, que la luz del sol y de la luna le inviten a crecer, a echar brotes nuevos y a reverdecer cada primavera

¿Dónde estudiaste?

Hice la EGB en el Joaquín Costa de Zaragoza, continué en el instituto Goya, y luego estudié Ingeniería Técnica Agrícola en La Almunia de Doña Godina. Hace unos años completé el segundo ciclo de Agrónomos en Huesca, pero la curiosidad hace que nunca haya dejado de estudiar.

"Fomentamos su iniciativa, autonomía, responsabilidad, creatividad..."

¿Cuál es el paisaje de tu infancia?

El de las tardes que pasé con mi familia bajo los chopos y los frutales al lado del río, disfrutando de la naturaleza y aprendiendo los trabajos agrícolas en el campo que tenemos en el Paguillo, en Arándiga.

¿Cuándo empezaron a interesarte las plantas?

Desde mi infancia he vivido rodeado de ellas. Las disfrutaba en Arándiga, donde pasé casi todos los fines de semana por el campo, en la frutería que tenían mis padres en la calle Cánovas y en Pinilla de Molina, mi otro pueblo. Siempre me ha atraído lo pequeño, me ha gustado observar lo que me rodea, pero fue Mari Paz Lobato, profesora de Biología del instituto Goya, quien encaminó mis intereses y mis estudios hacia lo que hoy soy.

Jesús A. García Arrazola, en el invernadero del IES Ramón y Cajal de Zaragoza
Jesús A. García Arrazola, en el invernadero del IES Ramón y Cajal de Zaragoza
Francisco Jiménez

¿La vida se entiende de otra manera cuando se vive pegado a la tierra?

Los ciclos de vida de las plantas nos alejan de la feroz inmediatez de esta sociedad, nos hacen ver las cosas desde otra perspectiva. Las plantas dan un sentido de permanencia y, a la vez, nos hacen vivir el continuo paso de las estaciones.

¿Un jardinero tiene que mirar la luna?

La luna influye en procesos vegetales relacionados entre otras cosas con el movimiento de líquidos. Muchos conocimientos tradicionales en agricultura lo demuestran y los seguimos teniendo en cuenta para elegir los días de siembra o de poda. Pero deberíamos ir más allá para comprender cómo las plantas miran la luna.

"Ven que lo que estudian tiene una aplicación práctica, que su trabajo da resultados"

¿Podemos aprender de las plantas?

Mucho. Actualmente estoy muy interesado en la denominada inteligencia vegetal. ¿Cómo puede ser que las llamadas ‘malas hierbas’ generen en dos o tres años resistencia a herbicidas que a los humanos nos ha costado desarrollar más de una década? Los vegetales no tienen órganos sensoriales como los nuestros, pero se relacionan con su entorno de una forma eficiente. Son capaces de detectar muchos factores que nosotros no percibimos, como la intensidad de la luz reflejada por la luna, y adaptarse de una forma sorprendente a sus variaciones gracias a su plasticidad genómica. ¿No es inteligencia el detectar un problema, resolverlo y además conservar lo aprendido en su genoma para las siguientes generaciones?

¿Qué te atrajo de la docencia?

En mi familia y en mi entorno siempre ha habido un componente de compromiso social bastante fuerte. Además, tengo familiares cercanos que han sido o son profesores. Por eso, al acabar la universidad, me presenté a las oposiciones de profesor de Formación Profesional, y aquí estoy. No me había planteado dedicarme a la enseñanza, pero los años de trabajo con docentes ilusionados y comprometidos con la educación y la integración, y comprobar que, de un modo u otro, con paciencia el trabajo da sus frutos, han hecho que siga muy a gusto en esta profesión. Y, por supuesto, también me hace feliz que la docencia me permita poder trabajar rodeado de plantas.

Principales destinos…

Con 23 años di clase de fruticultura a agricultores de la comarca de Caspe, gente que sabía mucho mas que yo. Fue un reto, pero con la experiencia adquirida en el pueblo y las ganas de aprender lo logramos superar. Otro curso trabajé en educación de adultos por las Cinco Villas. Al año siguiente me destinaron a Mallorca, a un programa de garantía social y, en septiembre de 1996, aterricé en el Ramón y Cajal. Me incorporé a un novedoso Programa de Garantía Social para alumnos con necesidades educativas especiales que se había puesto en marcha el curso anterior con tres talleres de las áreas de agrojardinería, manipulados industriales y lavandería. Me encontré con un grupo de docentes muy implicados con estos nuevos estudios.

Veinticuatro años en el Ramón y Cajal…

Al principio éramos una sección del IES Andalán y teníamos todo el centro para nosotros, pero en septiembre de 1996 se creó el Instituto Ramón y Cajal que nos absorbió. El Ramón y Cajal es un centro con diversidad de estudios y de estudiantes, que siempre ha apostado y se ha comprometido con nuestro programa, y con la igualdad, la inclusión y la innovación, como muestra el grafiti que acaban de realizar en el jardín los estudiantes del bachillerato de artes. Recientemente nos hemos embarcado en un programa Erasmus+.

El jardín del instituto, aunque pequeño, es un reflejo del paso de los estudiantes.
El jardín del instituto, aunque pequeño, es un reflejo del paso de los estudiantes
Francisco Jiménez

¿Han cambiado mucho los estudios en estas dos décadas y media?

En estos años hemos cambiado cuatro veces el nombre de los estudios y el currículo ha tenido alguna variación, pero en esencia el programa continúa encaminado a dotar a los estudiantes de las habilidades y capacidades necesarias para poder comenzar a trabajar en el mundo de la jardinería, el viverismo o la agricultura.

¿Cómo son los estudiantes?

Suelen venir desencantados con un sistema educativo que, generalmente, por falta de personal no ha podido atenderlos de forma adecuada. Con nosotros se encuentran en un ambiente acogedor en el que aumentan su autoestima y van descubriendo y desarrollando destrezas y habilidades muy diversas. Fomentamos la iniciativa, la autonomía, la responsabilidad, la creatividad, la cooperación... Además, ven que lo que estudian tiene una aplicación práctica, que su trabajo da resultados, y eso les hace progresar y desarrollar muchas capacidades que desconocían.

¿Y el jardín del centro?

El jardín del instituto, aunque pequeño, es un reflejo del paso de los estudiantes. Cuando comenzamos había unos cuantos cipreses, álamos y plataneros, y a lo largo de los años hemos ido plantando gran diversidad de especies. Cada planta o cada zona del jardín recuerda el trabajo de los estudiantes que han estado con nosotros.

¿Cuántas especies conviven en el jardín?

Aunque se trata de un jardín relativamente joven y pequeño, actualmente tenemos plantadas mas de 30 especies de árboles diferentes, otras tantas de arbustos y, además, entre el huerto y el vivero cultivamos mas de 100 vegetales diferentes.

¿Cuántos estudiantes han cursado jardinería?

Son unos 250 estudiantes los que han madurado con nosotros y que trabajan en muchos casos en áreas verdes de Zaragoza, en empresas con un gran espíritu integrador como Umbela o Gardeniers, o en viveros como Jara o Montecarlo. A menudo me encuentro con ellos y experimento un sentimiento de satisfacción por el trabajo que entre todos hemos hecho.

El jardín del Ramón y Cajal

Jesús A. García Arrazola da indicaciones a uno de sus alumnos, en el jardín del IES Ramón y Cajal de Zaragoza
Jesús A. García Arrazola da indicaciones a uno de sus alumnos, en el jardín del IES Ramón y Cajal de Zaragoza
Francisco Jiménez

En el centro de la ciudad, junto a la plaza de toros y al edificio Pignatelli, sede del Gobierno de Aragón, se levanta el Instituto de Educación Secundaria Ramón y Cajal, un instituto con invernaderos. Es un oasis de belleza en una ciudad necesitada de cosas que la hermoseen. Llegué al Ramón y Cajal a finales de los noventa. He de confesar que, si le hiciera caso a Joaquín Sabina, jamás debería volver porque allí fui radicalmente feliz. Me encontré con un equipo directivo ilusionado y comprometido con su trabajo. Cada día movían la montaña del desánimo y de la rutina. Carmen Martínez Urtasun era la directora del centro. La acompañaban Carmelo García Encabo, José Manuel Puyó y José Ramón Morejón. Y formaban parte de mi paraíso personal mi compañera Bella Mateo, una de esas personas que hace mejores a quienes están a su lado, y un extraordinario grupo de chicos y chicas que me devolvieron la ilusión por este oficio: Jorge, Sheila, Miguel, Patricia, Gloria, Artiom… La maestra aragonesa María Sánchez Arbós decía que en su contacto con la Institución Libre de Enseñanza siempre aprendió más que enseñó. Lo mismo me sucedió a mí durante los cuatro trimestres que fui maestro de pedagogía terapéutica en el Ramón y Cajal, en aquel departamento que lideraba Aurelio Fernández, el orientador del centro.

El IES Ramón y Cajal de Zaragoza cumple 25 años. A pesar de sus pequeñas dimensiones, su jardín es un espacio en el que tienen cabida más de 30 especies de árboles y centenares de plantas y de arbustos, todos distintos, con diferentes necesidades. Cada ejemplar tiene su espacio y enriquece al conjunto. El jardín del Ramón y Cajal es una metáfora de lo que la comunidad educativa del instituto ha conseguido en estos cinco lustros de trabajo: un centro en el que los jóvenes maduran, se relacionan, sueñan, entienden el mundo, alcanzan los objetivos de la etapa de escolarización obligatoria y se titulan brillantemente en bachillerato o aprenden un oficio que les permitirá conquistar independencia y autonomía.

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