iglesia en aragón

"A la gente le cuesta asumir que tiene que compartir el cura con más pueblos"

Jaime Urbizu, de 28 años, es el cuarto cura más joven de Aragón. Atiende cuatro pueblos (Muel, Mozota, Mezalocha y Villanueva de Huerva) y ha recorrido 70.000 kilómetros en dos años.

Si existe una llamada de Dios, a Jaime Urbizu le pilló trabajando en Londres como informático de ‘Hello’, la versión inglesa de la revista ‘Hola’. Lo que no le concretó esa llamada es que acabaría de cura rural en Muel, Mozota, Mezalocha y Villanueva de Huerva. “Llevo dos años y estoy muy bien aquí. En los pueblos hay cosas que se hacen más sencillas y otras que se vuelven más complicadas, pero el balance es bueno”, afirma Jaime, que a sus 28 años es el cuarto cura más joven de Aragón.

Hace años, cada una de estas localidades tenía su propio sacerdote. El de Muel, el pueblo más grande de los cuatro, como mucho se encargaba también de Mozota. Ahora, este sacerdote tiene que desdoblarse para atender a los cuatro municipios. En dos años, su coche ha recorrido más de 70.000 kilómetros. “A la gente le cuesta darse cuenta de que el cura ya no es solo para ellos, que lo comparten con más pueblos. Pero ni ellos ni yo tenemos la culpa de los pocos curas que hay”, explica.

Todos los días se levanta a las 6.30. Desayuna y aprovecha la tranquilidad de la mañana “para rezar”. Los domingos empieza la ruta de las misas por Villanueva de Huerva, donde está a las 9.15 para confesar o atender a quien quiera pasarse por allí y para, a las 10.00, oficiar la eucaristía. De ahí va “corriendo” a Mezalocha para dar la misa a las 11.15; y de ahí, a Muel para atender a los fieles a las 12.30 y oficiar la misa a las 13.00. Antes, el sábado por la tarde, ya se había pasado por Mozota.

Entre semana el ritmo no baja demasiado. La jornada empieza con la misa diaria de Muel a las 9.30, pero luego “nunca se sabe cómo va a ser el día”. Su móvil está abierto y puede acabar dando la comunión a un vecino de Villanueva, oficiando un entierro en Mezalocha o, simplemente, tomando un café con algún fiel que reclama compañía. “Ahora me acaba de llamar uno de Botorrita para que vaya a darle la comunión. No es mi parroquia, pero ha cogido confianza y me acercaré un rato”, señala en Muel tras una misa a la que han acudido 18 fieles.

Este joven sacerdote admite que en ocasiones “no se da abasto con todo”. “Hay que renunciar a cosas que siempre se han hecho porque no se llega, y a la gente a veces le cuesta entenderlo”, admite. Jaime reconoce que, a veces, se hace duro “estar solo”, pese a la compañía de su perro Yako. “Pasé de vivir con mi familia a estar en Londres y, de ahí, al Seminario, donde siempre estás con gente. Es mucha diferencia”, confiesa.

Vive en Muel, en una casa del Arzobispado, y cobra el salario mínimo interprofesional, más un extra para cubrir los gastos de gasolina. Lo que saca de los cepillos apenas da para los gastos el mantenimiento de los templos. “Cuando vine caí aquí un poco como un paracaidista, sin conocer a nadie”, recuerda. Ahora, por la calle, saluda a todo el mundo por su nombre.

"No podía ni dormir por las noches. Al final le dije a Dios que sí, que lo había conseguido, pero que me dejara descansar"

Cree que la falta de vocaciones se ha convertido en un problema para la Iglesia, y augura que será “complicado” que surjan en una sociedad “cada vez más secularizada” en la que “la gente da menos importancia a Dios”. “Las vocaciones salen de la familia, y si en casa no hay un ambiente cristiano es complicado que Dios llame a algún chaval”, explica. No obstante, matiza que la Iglesia “ha tenido momentos peores” y está “seguro de que al final saldrá de nuevo el sol”.

En su caso, procede de una familia religiosa, de las de ir a misa todos los domingos, aunque pocos auguraban que Jaime acabaría de cura. “Yo de crío era un poco ‘bala’, tengo primos que eran más 'buenecicos' que yo, pero al final... ¡mira!”, relata. Un tío-abuelo era cura, por lo que veía el sacerdocio como algo “normal”. Estando en Londres, se empezó a preguntar “con fuerza” por qué no iba a serlo él. “No podía ni dormir por las noches. Al final le dije a Dios que sí, que lo había conseguido, pero que me dejara descansar”, recuerda con una gran sonrisa.

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