Heraldo del Campo

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Así ha vivido el campo aragonés los doce meses de pandemia

Ha pasado un año desde la declaración de la pandemia y el decreto del estado de alarma, doce meses en los que el sector agroalimentario ha sido esencial y ha mostrado su cara más solidaria, pero en los que no ha podido evitar el impacto económico de la covid.

Un año de la pandemia de coronavirus en el campo aragonés.
Un año de la pandemia de coronavirus en el campo aragonés.
Rafael Gobantes

Fue el 14 de marzo de 2020 cuando el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ocupaba las pantallas de televisión para anunciar que se imponía en España el estado de alarma. Con esta decisión, el país se paralizaba, la población se confinaba en casa y solo unos pocos, los "esenciales", podían continuar con su actividad, considerada imprescindible en lo que se había declarado ya como un tiempo de pandemia.

Entre ellos se encontraba todo el sector agroalimentario, desde los productores a la distribución pasando por la industria transformadora y la comercialización. Había que preservar la salud ante el avance (que parecía imparable) de un virus desconocido cuya expansión letal ya había dado los primeros zarpazos mortales en España.

Pero había que garantizar también la alimentación. Prueba de su importancia ante la incertidumbre que generaba la nueva situación la dieron unos días antes los ciudadanos abarrotando los supermercados, vaciando los estantes y llenando las despensas. Hasta tal punto se produjo acaparamiento por el miedo a un desabastecimiento que con los primeros casos de infectados y en las primeras meses de marzo la venta de alimentos frescos aumentó un 8%, pero llegó a dispararse hasta un 40% en los no perecederos.

El sector agroalimentario cobró protagonismo y más visibilidad que nunca, mostró su cara más solidaria y en los momentos más duros del confinamiento se sumó a las redes sociales (vídeos incluidos) para concienciar a la sociedad de que la situación exigía que los ciudadanos se quedarán en casa. Pero no pudo impedir el zarpazo de la covid y los efectos que dejaban en la economía las restrictivas medidas impuestas para luchar contra la expansión del SARS-CoV-2.

A pesar de mantener su actividad aun cuando el país se veía obligado a parar, prácticamente todos los sectores, unos con mayor intensidad que otros, tuvieron que lidiar con el impacto del cierre del canal horeca y de las fronteras, con los efectos de unos mercados internacionales también golpeados por la pandemia, con las dificultades para conseguir mano de obra extranjera y con la aparición de brotes en empresas del sector. Una dificultad que se añadió a los problemas propios del sector, como la adversa climatología, las plagas, las cada vez mayores exigencias de Bruselas, los bajos precios y la negociación de una reforma de la PAC que marcará el futuro próximo del sector.

La agroalimentación ha sido un sector esencial durante la pandemia, pero no inmune a sus efectos. Estos son y así ha vivido el sector un año de covid.

MARZO

Comenzaba marzo con protestas, las más multitudinarias que se recordaban en años. El día 10 de ese mes el campo ocupaba la ciudad con una marcha reivindicativa que había llevado hasta la capital aragonesa a más de 1.500 tractores y a unos 5.000 agricultores. El lema de la protesta era (y ahora suena a presagio) ‘¿Quién te dará de comer mañana?’. La respuesta no tardó en llegar, solo hubo que esperar cuatro días. La declaración del estado de alarma y el confinamiento de la población -en principio para quince días que terminaron convertidos en tres meses-, evidenció lo esencial del sector.

Los productores aparcaron unas protestas en las que clamaban por su situación de ruina y se enfrascaron en la producción poniendo buena cara y mucho trabajo a la incertidumbre y el miedo que generaba un virus del que nada se conocía, que se trasmitía con velocidad por el aire, que colapsaba hospitales y que causaba demasiadas muertes. Y aunque marzo demostró la fortaleza del sector y su capacidad de adaptación, también evidenció que el sector no iba a poder huir del impacto económico que provocaba esa nueva enfermedad llamada covid.

ABRIL

Apenas habían pasado quince días, pero el cierre de bares, restaurantes y hostelería comenzaba a hacer mella en aquellos sectores más expuestos a este canal. La ganadería extensiva (ovino, vacuno y caprino) vivía en propias carnes los efectos del confinamiento. Tras unos días de euforia compradora en los que "se vendía todo", recuerda el sector, el consumo se desinfló a favor de otras carnes más baratas. Los productores se anotaban caídas de hasta un 30%, una situación que se agravó con el desplome de las exportaciones a Francia e Italia, también con una complicada situación sanitaria que redujo las ventas en un 70%. Por si fuera poco, la comercialización de cordero a países terceros se paralizó. Y para que la tormenta fuera perfecta, la producción iba en aumento, lo que provocó que, con los cebaderos a rebosar y sin operaciones, los precios en origen se desplomaran hasta un 40%. Una situación "dramática", como se calificó entonces, de la que no pudo huir el vacuno, que todavía no ha conseguido remontar un ‘annus horribilis’ que amenaza la continuidad de las explotaciones

Las ventas de ovino se resintieron con el confinamiento.
Las ventas de ovino se resintieron con el confinamiento.
HA

MAYO

Mayo anunciaba la cercanía de la campaña frutícola y los agricultores comenzaban el mes con los nervios a flor de piel. El estado de alarma, el cierre de las fronteras y la restricción de movimientos complicaba la contratación de esos 15.000 temporeros que cada año necesita el sector frutícola para la recolección. Pero mientras los productores pedían corredores sanitarios para traer a los trabajadores que se encontraban en sus países de origen (especialmente en el este de Europa y el norte de África) y advertían que que corrían el riesgo de perder sus cosecha, el consejero de Agricultura era rotundo: "No cabe pensar en traer trabajadores extranjeros". Y el Ministerio pensó en otras posibles soluciones. Aprobó una regulación excepcional de aquellos inmigrantes que ya residían en los municipios españoles pero no disponían de permiso de trabajo y permitió que los desempleados que estaban recibiendo prestaciones pudieran mantenerlas si se empleaban en el campo.

El coronavirus y el desconocimiento para resolver situaciones que nadie nunca había imaginado tener que afrontar convirtieron los prolegómenos de la campaña de fruta en un auténtico quebradero de cabeza. Lo que en otras campañas era un problema, en pandemia se convirtió en una amenaza sanitaria. La falta de alojamientos para los temporeros o el deambular de muchos inmigrantes sin vivienda concreta en los municipios se agravaba con la necesidad de encontrar instalaciones que pudieran dar respuesta al necesario aislamiento si estos resultaban contagiados por la covid.

JUNIO

Comenzaba el momento álgido de la recolección de la fruta de hueso cuando llegó el sobresalto y mientras la Comunidad daba pasos hacia la ansiada ‘nueva normalidad’, las comarcas productoras más tempranas se vieron obligadas a retroceder. Saltaban las alarmas al incrementarse los casos positivos en las comarcas de La Litera, Bajo Cinca y Cinca Medio. Se buscó el origen en el botellón, en la desescalada del ocio, en las celebraciones festivas y hasta en el entorno de los temporeros, pero los dedos acusadores terminaron por apuntar hacia las explotaciones agrícolas. "Por lógica" decían entonces desde Salud Pública y quizá también porque en una empresa frutícola de Zaidín unos 200 trabajadores -de una plantilla de 260- estuvieron afectados por la covid.

Es junio, y los meses que le precedieron hasta la finalización de la campaña, los que se recuerdan con especial dureza entre los empresarios agrícolas, que aseguran que llegaron a sentirse señalados como los únicos responsables de que Aragón viviera una segunda ola mientras el resto de España disfrutaba del verano en desescalada. Una segunda ola que dejaba imágenes de la Guardia Civil y Cruz Roja acompañando a una treintena de temporeros al polideportivo de Albalate de Cinca, acondicionado para que pudieran cumplir los requisitos de aislamiento y cuarentena que se exige a los contagiados. Y una segunda ola que ponía en el mapa de los informativos de toda España al barrio zaragozano de Delicias hasta donde la covid llegó con virulencia, según el Gobierno, alojada a unos trabajadores del campo que vivían en la capital.

La campaña de recolección de la fruta fue la más afectada por los contagios de covid.
La campaña de recolección de la fruta fue la más afectada por los contagios de covid.
HA

Ahora, echando la vista atrás y trabajando ya para anticipar medidas que eviten que una situación siquiera parecida vuelva a repetirse en la próxima campaña, son muchas las voces del sector que lamentan que "se produjo un escenario irreal porque lo que realmente ocurría era que se hacían muchas pruebas en Aragón y muy pocas en el resto de España, lo que colocó a la Comunidad a la cabeza de los contagios e hizo mucho daño no solo al sector sino a toda la región".

JULIO

No solo se trabajaba entre los frutales en el mes de julio. Comenzaba la campaña de cereal. Las previsiones de cosecha apuntaban a récord, pero la alegría de los agricultores se veía truncada por unos precios de ruina que tenían más que ver con la especulación que con la pandemia. Esta situación enzarzó a los organizaciones agrarias con los responsables de la lonjas y llevó al sector a amenazar con movilizaciones en cuanto se materializará una desescalada que en Aragón se vió truncada por los rebrotes en las comarcas orientales. Al menos, el cereal logró remontar sus cotizaciones y se convirtió en la única producción que han dejado un buen sabor de boca en el año de la covid.

AGOSTO

Quienes no conseguían tener momentos de alivio continuaban siendo los fruticultores. Los brotes no daban tregua en las comarcas productoras del Aragón oriental y a la cosecha se sumaban las zonas más tardías como Calatayud. El Gobierno tomó entonces cartas en el asunto y endureció sus medidas publicando una orden que obligaba a los empleadores a presentar una declaración responsable en la que debían comunicar las contrataciones y su compromiso de velar por las adecuadas condiciones de alojamientos y transportes de sus trabajadores. La norma no pareció calar entre los agricultores -muchos con la campaña finalizada- y tanto el consejero Joaquín Olona como el presidente Javier Lambán endureciendo sus mensajes advirtiendo que las sanciones iban a llover sobre las explotaciones incumplidoras.

SEPTIEMBRE

El 2020 se encaminaba hacia el otoño cuando las bodegas se preparaban para abordar el grueso de la vendimia. Sus problemas no estaban en la mano de obra, casi ni siquiera en el miedo a los contagios porque la mayoría de la cosecha se realiza de forma mecanizada. Y las previsiones de producción hablaban de incrementos. Pero la covid-19 llenaba de incertidumbre la campaña, porque el vino ha sido uno de los alimentos que más ha sufrido el golpe económico que dejan a su paso las restricciones que impone la crisis sanitaria. El impacto que sufría el canal horeca se dejaba notar también en las ventas de aquellas bodegas más expuestas al consumo en bares y restaurantes. Y aunque la feria iba por barrios, aunque el consumo en supermercados se incremento y compensó una parte (que no toda ni mucho menos) de la pérdidas, aunque los mercados internacionales respondieron mejor de los que se anticipaba, y aunque el sector había reclamado y conseguido medidas excepcionales como destilación de crisis, la poda en verdad o el almacenamiento de vino, la vendimia miraba hacia un 2021 que se presagiaba incluso más complicado.

El cierre del canal horeca supuso un golpe para las bodegas.
El cierre del canal horeca supuso un golpe para las bodegas.
HA

OCTUBRE

Había que combatir al virus, pero también al destrozo que estaba dejando en todos tipo de negocios. Para esta lucha la Unión Europea decidió armarse con la puesta en marcha de un nuevo fondo de recuperación, conocido con el nombre de Next Generation, que asignaba a España 140.000 millones de euros con los que reparar los daños económicos provocados por la covid y preparar la economía no solo para afrontar la recuperación sino para acelerar su transición verde y digital. Para acceder a estos fondos era necesario presentar innovadores proyectos, en los que se puso a trabajar el tejido empresarial aragonés de forma inmediata con el objetivo de situarse en posición privilegiada en la carrera por estas ayudas.

La agroalimentación se colocó en primera línea y en noviembre los primeros balances de este trabajo ya dejaban clara la ventaja del sector, del que habían salido más del 20% de los proyectos hasta entonces presentados. Una posición de cabeza que mantiene en estos primeros compases del 2021 en los que la carrera para hacerse con la mayor cantidad del pastel europeo ha tomado velocidad.

NOVIEMBRE

La campaña de la oliva llegaba tempranera. En noviembre y con unos 15 o 20 días de antelación las primeras aceitunas llegaban a las almazaras. Había que cumplir las exigencias de protección y distancia social, por supuesto, pero las medidas sanitarias no despertaban demasiada intranquilidad porque la recolección de la oliva no exige un elevado número de contrataciones y las que se realizan están muy controladas, ya que se utiliza mano de obra familiar o trabajadores de la zona. La inquietud no la despertaba tanto la covid como los mercados, después de una "ruinosa" campaña en la que los precios llegaron a desplomarse hasta un 40%.

DICIEMBRE

Se asomaba el final de año y el sector agroalimentario cruzaba los dedos para que la incertidumbre que sobrevolaba sobre el cómo, el dónde y el cuántos podrían reunirse en torno a la mesa para las celebraciones de la ‘no Navidad’ les diera un respiro. Porque Aragón alberga 1.400 industrias alimentarias aragonesas, que se reparten por todas las comarcas de la Comunidad, que emplean a más de 18.000 trabajadores y producen carnes, repostería, vinos o licores, pan, huevos, fruta, pastas alimenticias, embutidos, jamón, cebolla, aceite, trufa, azafrán, turrones y cavas, esperaban con inquietud hacia que lado se decantarían las limitaciones sanitarias.

Los productores querían confiar en que las restricciones se relajarían (como así sucedió) en las fechas más señaladas y por eso afrontaban la campaña -con notable presencia en su facturación- con cierto optimismo y la previsión (casi el deseo) de poder mantener las ventas en niveles similares a las del año anterior, ese en el que virus era un problema lejano. La posibilidad de reunir hasta 10 comensales les dio un respiro, aunque los precios también se mantuvieran sin apenas cambios e incluso -en los productos más caros- muy a la baja.

ENERO

El nuevo año llegó, al menos, con nuevas esperanzas. Había vacuna y las primeras dosis ya habían comenzado a administrarse, primero en las residencias de mayores. Como el resto de los sectores productivos, el agroalimentario es consciente de que el antídoto y su eficacia (que ya comienza a ser demostrada) para ir frenando los contagios será también un revulsivo para la economía. Pero una de las noticias más aplaudidas de este 2021 no tuvo que ver con la covid. Tras años de negociación, de aplazamientos, de acuerdos y divergencias el ‘brexit’ era una realidad y no parecía que fuera a ser tan cruda como la pintaban. Un escenario que dio aire a los productores aragoneses -especialmente los del vino- que tienen en este mercado a unos de sus mejores clientes.

FEBRERO-MARZO

Y justo cuando se cumple un año del comienzo de esta pesadilla sanitaria, el sector agrario está enfrascado en una producción, la frutícola, que no será recogida hasta dentro de casi dos meses. Pero es que tanto el Gobierno de Aragón como los agricultores quieren estar preparados para la llegada de los temporeros, anticipar medidas para evitar contagios y brotes y, sobre todo, para conseguir "todos a una" que la campaña aragonesa sea "ejemplar". Por eso, ya está publicada la orden que obliga a los agricultores a presentar una declaración responsable que especifique sus previsiones de cosecha, sus necesidades de contratación y su compromiso a constatar que los trabajadores cuentan con el alojamiento adecuado. Igual que el pasado año pero con mucha mayor previsión.

Es este un repaso por los doce meses en los que, de momento, la agroalimentación ha tenido que lidiar con la pandemia, que -a excepción del porcino- ha golpeado, con mayor o menor fuerza, de forma directa o indirecta, a todos los sectores sin excepción. Pero el Sars-CoV-2 no ha sido el único quebradero de cabeza para los agricultores y ganaderos. Hay otros enemigos, como el clima, la reforma de la PAC (en pleno proceso de negociación) o una cadena alimentaria que perpetúa con sus precios su inmerecida condición de eslabón más débil.

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