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Familias aragonesas tras la pandemia: más problemas de conciliación, gastos y miedo

El presupuesto ha salido tocado en algunos hogares debido a la crisis sanitaria y otros han tenido que prescindir del apoyo de los abuelos por ser un grupo de riesgo. 

Familias zaragozanas tras un año de pandemia.
Familias zaragozanas tras un año de pandemia.
Francisco Jiménez/Pilar Barceló

La pandemia de covid ha trastocado la vida de todos los ciudadanos. En los hogares han aumentado los gastos y en algunos casos se han reducido los ingresos por haber perdido el empleo o ver mermado el sueldo, al estar afectados por un expediente de regulación de empleo (ERTE). Todo ello ha hecho difícil llegar a fin de mes. Quienes han podido continuar con su actividad pese a la crisis sanitaria se han sentido afortunados, pero el coronavirus también ha dejado huella en su vida diaria en los últimos once meses.

"El aluvión ha sido importante. Desde que comenzó la pandemia con el primer estado de alarma y el confinamiento, las necesidades han ido variando", explica Vanessa Bergasa, desde Amasol, la asociación aragonesa que apoya a familias monoparentales con pocos recursos, casi en el 90% de los casos, madres solas. Suelen trabajar al año con unas 200 familias y ahora hay 250 en "lista de espera" porque no dan abasto la decena de personas que forman su equipo.

Precaridad laboral y brecha digital en los hogares con menos recursos

 "Muchas mujeres tenían puestos de trabajo bastantes precarizados, en la economía sumergida, que no tienen ningún tipo de derecho laboral y de la noche a la mañana se encontraron con que no tenían un colchón de ahorro ni podían acogerse a ERTE o ayudas", cuenta sobre los primeros momentos del estallido de la pandemia.  

"Esta situación ha puesto en la cuerda floja a muchísimas personas que no pensaban estarlo"

Las madres se han visto "desbordadas", afirma. Además, "seguir el curso escolar a través de medios telemáticos en familias con brecha digital (sin medios ni conocimientos tecnológicos), lo único que ha conllevado es a que se haya hecho más grande y esta equidad de oportunidades no sea real". Advierte de que "se está quedando mucha gente atrás" y "las entidades no damos para más".  La asociación ayuda en las gestiones para alimentación, relacionadas con la vivienda o la pobreza energética.

"Esta situación ha puesto en la cuerda floja a muchísimas personas que no pensaban estarlo. Cuesta mucho asumir esas situaciones", reconoce Vanessa. 

María Isabel Urdaneta, madre sola que acude a Amasol.
María Isabel Urdaneta ha acudido a Amasol.
Francisco Jiménez

Entre ellas se encuentra María Isabel Urdaneta. Tiene 51 años, está divorciada y es madre de un hijo de 10 años. De sus ingresos depende también su madre, de 72 años, que vive con ella en Zaragoza. "Con la pandemia hay más paro y los que pasamos de 50 estamos peor", lamenta. Cree que la edad es un problema para encontrar empleo. El año pasado solo trabajó dos meses y medio porque la contrató Amasol, asociación a la que pertenece, para dar clases de apoyo a estudiantes de Primaria y primero de la ESO. 

De origen venezolano, tiene doble nacionalidad. Lleva desde los 18 años en España. Vino de Barcelona a Zaragoza tras la crisis económica anterior, en la que perdió su piso y tras el divorcio quedaron a su nombre deudas de la vivienda y de una tarjeta de crédito. "En todos los años que llevo viviendo en España nunca he tenido que pedir una ayuda. La primera vez fue cuando me divorcié", confiesa. "Yo lo que quiero es trabajar", recalca. Y lamenta que haya quien critique que se den subsidios. "Yo no vivo del cuento. Esto no es vivir, es malvivir y sobrevivir", dice.

"En todos los años que llevo viviendo en España nunca he tenido que pedir una ayuda. Yo lo que quiero es trabajar"

Cobraba el Ingreso Aragonés de Inserción (IAI), pero con la reconversión en el nuevo Ingreso Mínimo Vital (IMV) estatal desde el año pasado, su ayuda se va a quedar reducida desde mayo a 240 euros al mes, menos de la mitad de lo que cobra ahora. No sabe aún qué baremos le han aplicado ni cómo se las va a arreglar si no encuentra trabajo antes porque "con eso yo no vivo, no pago ni el alquiler", que es de 300 euros. "Con el IAI pagaba agua, luz, gas, teléfono, alquiler y tenía bono del autobús. Para comer me rebuscaba la vida". Está al corriente de todos los gastos, apretándose el cinturón. "Tenemos calefacción pero no la puedo poner porque no la puedo pagar", confiesa. En alimentación ha recibido donaciones y tiene apoyo puntual de alguna familia a la que ha dado clases y un vecino "nos da pollo y huevos los sábados", que agradece porque si no solo comerían "pasta y arroz".

Pese a la dura situación, hace todo lo posible para que su hijo no note las carencias. "Él es feliz en su mundo de niño pequeño". En los días más duros del confinamiento ella inventaba juegos o tardes de película y palomitas apagando las luces del salón como si estuvieran en el cine. "En la medida de lo posible he conseguido que no le falte ropa o juguetes"

La conciliación se complica para las familias numerosas

José Antonio Barrena, Sonia Aguilar y sus hijos Marcos, Bruno y Víctor.
José Antonio Barrena, Sonia Aguilar y sus hijos Marcos, Bruno y Víctor.
Pilar Barceló

Sonia Aguilar llama cada día a personas como María Isabel para tratar de mejorar su situación. Esta trabajadora social zaragozana se siente "privilegiada" porque pese a la pandemia, ella y su marido, José Antonio Barrena, ingeniero, han podido mantener su actividad y sus ingresos. Considera que su trabajo "es una lección de vida continua" porque habla con personas en situaciones muy  complicadas. Algunas "están esperando el ingreso mínimo vital, o tienen ERTES sin cobrar, autónomos a los que les va mal, vendedores ambulantes que no pueden salir a vender", enumera.

Intenta transmitir a sus hijos que la vida no siempre es fácil. De momento, solo al mayor, Víctor, que tiene 6 años. Los mellizos, Marcos y Bruno, que llegaron cuando "íbamos a por el segundo", confiesa, solo tienen 3 años. Les convirtieron en familia numerosa y pertenecen a la asociación Tresymás que pide mejoras para este colectivo.

En los meses del confinamiento de marzo tuvieron que lidiar con el teletrabajo y cuidado de sus tres hijos. "Fue un poco desquiciante, pero sacamos el trabajo adelante", recuerda. Fueron días de llamadas de la oficina con la voz de Peppa Pig sonando de fondo en la televisión y mucho estrés. Aunque la situación ha mejorado y en este curso ya se volvió a las clases presenciales, pide que se siga potenciando el trabajo a distancia, que ha vuelto a bajar un año después de dispararse por la pandemia, y que resulta fundamental para la conciliación de muchas familias. 

"Ser familia numerosa ha sido una ventaja para mis hijos porque han tenido a otros niños en casa para jugar"

De la etapa más dura del encierro en casa también salieron lecciones positivas. Desde el confinamiento "ya valoraba los centros educativos, pero ahora mucho más. A pesar de los pocos apoyos que han tenido, lo han hecho fenomenal". Cree que también ha servido para "poner mucho en valor el sobreesfuerzo de los cuidadores". Pese a la mayor carga de trabajo, "ser familia numerosa ha sido una ventaja para mis hijos porque han tenido a otros niños en casa para jugar"

Ahora han tratado de recuperar parte de sus actividades como las extraescolares que considera "estímulos de desarrollo físico y emocional" y han retomado otras de ocio como ir al Teatro Arbolé. Defiende que "la cultura es segura".

En esta nueva normalidad lo peor ha sido separarse de los mayores de riesgo. Los pequeños tienen la ayuda de una cuidadora, pero están muy unidos a sus abuelos. "Una parte muy dura a nivel de familia ha sido el cambio en las relaciones con la familia. Mi hijo iba muchos viernes a dormir a casa de los abuelos de aquí o a Alcorisa, con mis padres", cuenta. Ahora han restringido los encuentros a salidas al parque con mascarilla. "Los niños los han echado de menos".

Familias con miedo a llevar a su hijos al colegio

Gorka Plaza y Mariluz Arribas con sus hijos Leyre y Yeray.
Gorka Plaza y Mariluz Arribas con sus hijos Leyre y Yeray.
Francisco Jiménez

Tampoco ven a sus abuelos tanto como antes y, preferiblemente, al aire libre, Leyre y Yeray, los hijos de Mariluz Arribas. Y, en su casa, las clases a distancia no terminaron el curso pasado. Leyre, de 11 años, sufre una cardiopatía y decidieron que no fuera al colegio cuando comenzó este curso de forma presencial el pasado mes de septiembre. Solicitó la educación en casa. "Tenía claro que tal y como estaban las cosas y siendo de riesgo no me iba a arriesgar a que fuera al colegio", señala Mariluz. Ella ha podido quedarse con ellos en casa porque solo trabaja dos tardes a la semana y su marido, Gorka Plaza, que está ocupado en la industria, mantiene su empleo, que no se ha visto afectado por la crisis sanitaria.

La educación en el domicilio  ya existía en Aragón para niños con problemas de salud, pero ellos nunca habían tenido necesidad de pedirla. El Gobierno de Aragón ha publicado recientemente la normativa que permite que se amplíe a niños con  familiares de riesgo. A su hija ya se la han concedido, pero espera que también se la aprueben para el pequeño de 5 años, que tampoco ha vuelto a las aulas, aunque cree que los criterios son "muy restrictivos". Desde la plataforma 'Familias unidas ante la pandemia' de Aragón, a la que pertenecen, piden que se amplíe a más enfermedades. La organización viene defendiendo "la libertad de elegir la educación más segura para proteger a nuestros hijos y familias".

Cuando empezó este curso en septiembre, Leyre hacía deberes en casa que le pasaban las compañeras, pero que no le corregían porque el colegio no tenía todavía el protocolo para hacerlo. Ahora que ya le han concedido las clases por internet tiene una hora al día con una profesora que le ayuda a no perder el hilo del trabajo que se hace en el colegio y el resto de profesores le envían tareas.  

"La profesora es muy maja", dice Mariluz, y aunque una hora "es poco", lamenta, va siguiendo el curso. No le da clases de idiomas por lo que ella le ayuda en lo que puede con el inglés, "no tengo mucha idea, pero nos vamos apañando", dice, y un tío le da clases online de francés.

"Él ya sabe que está el virus y que le puede hacer más daño a su hermana si se contagia. Lo está llevando muy bien porque juegan mucho"

El cambio ha sido radical en sus vidas. "Ella iba a clase. Hacía vida normal, iba a patinaje y su hermano a fútbol, pero al pasar esto tampoco van", explica. Leyre tiene muchas amigas y las invitaba con frecuencia a casa o iban al cine. "Eso es lo que más ha notado, no poder estar en clase con sus compañeros, aunque habla mucho por videollamada", cuenta. 

Pese a las restricciones, muchas comunes a otros niños, asegura que no se quejan. "Él ya sabe que está el virus y que le puede hacer más daño a su hermana si se contagia. Lo está llevando muy bien porque juegan mucho los dos juntos, aunque su hermana es más mayor", afirma. 

La pandemia se ha llevado también cumpleaños, celebraciones y las salidas con otros padres del colegio. Con un grupo de amigos del pequeño hacían comidas o iban a parques de bolas. El presupuesto familiar se ha incrementado con las nuevas necesidades en casa. "Al ser cuatro es un gasto. Estamos todo el día comprando mascarillas".

Tiene esperanza en que la vacunación permita mejorar la situación de sanitaria y "que los niños recuperen su vida". Mientras tanto, seguirán con el cole en casa.

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