Los sitios más dispares donde impartir clase en Aragón

Dar clase en el coro de una capilla sería impensable. Sin embargo, la pandemia y la falta de espacios en los centros educativos para asegurar la distancia de seguridad han obligado a tener que adaptar los lugares más diversos.

Con la premisa de asegurar la máxima presencialidad, en el colegio Nuestra Señora del Carmen, también conocido como Carmelitas, trasformaron el coro en una clase. "Al principio valoramos el salón de actos, pero no nos convenció. Así que en la barandilla del coro anclamos dos pizarras, una convencional y otra para el proyector, y buscamos mesas de otros espacios", explica Elisa Moreno, directora del centro. Allí dan clase los alumnos de 2º de bachillerato, que se "muestran muy agradecidos".

En su centro, la salas de profesores prácticamente han desaparecido y todas están ocupadas por clases. Desconoce cómo abordará el regreso presencial de 3º y 4º de la ESO, puesto que tras la incorporación de bachillerato –al no estar concertado, ya se utilizaron las últimas clases libres con ellos–, no quedan salas vacías que poder reconvertir.

En el instituto Félix de Azara de Zaragoza también están apurando todos los espacios disponibles. Laboratorios, aulas de música, biblioteca, despachos... se han transformado en clases al uso. En la de plástica, las mesas de dibujo especiales para la asignatura y las sillas algo más altas permanecen almacenadas al fondo de la sala. En lo que era el laboratorio de Física y Química, los armarios están precintados y los objetos e instrumentos que se utilizaban para las prácticas aguardan el final de la pandemia.

Cuando los alumnos de 2º de bachillerato recuperaron la presencialidad total estuvieron durante un tiempo dando clase en el gimnasio. Faltaba un profesor, el grupo no se podía dividir en dos y esta era la única forma de que todos los alumnos juntos mantuvieran entre ellos la distancia mínima de seguridad.

El director del centro, Francisco Javier González, considera que si todos los alumnos acuden diariamente a clase habrá que sacrificar que estén distanciados entre ellos 1,5 metros. "Ya no quedan salas de las que disponer, se podría dividir el gimnasio en dos aulas, pero está claro que no es el lugar idóneo para impartir enseñanza", señala.

Comer en el gimnasio

Y no solo faltan aulas. Ubicar el comedor, con todos los protocolos establecidos, también se ha convertido en un verdadero quebradero de cabeza. En el colegio La Fuenfresca de Teruel, 35 de los 60 alumnos que comen en el centro lo hacen en el gimnasio, habilitado como comedor para ganar espacio y garantizar la distancia de seguridad entre los niños ante la alerta sanitaria por la covid.

Al haberse desaconsejado la práctica de ejercicio físico en lugares cerrados, la habilitación del gimnasio como comedor no ha supuesto dejar a los escolares sin aula de deporte, puesto que esta clase se desarrolla ahora en el patio de recreo, al aire libre.

Así, las mesas y sillas con todos los utensilios para almorzar comparten espacio con las típicas espalderas de madera. Los otros 25 niños se quedan en el comedor de siempre. Como explica la directora del colegio, Marisa García, la distribución de los comensales en dos espacios distintos ha complicado la hora de la comida, pues el personal de cocina y los monitores tienen que desplazarse de un lado a otro.

Con todo, García destaca que el mayor problema que ha creado la pandemia en el centro escolar no es la falta de espacio físico, sino la escasez de profesores de apoyo a niños con dificultades de aprendizaje, pues al no poder mezclar alumnos de distintos grupos estables de convivencia, los docentes carecen de tiempo material para atender a cada uno de los niños que necesitan refuerzo en sus respectivas clases.

La pandemia, como en muchos otros aspectos de la vida, ha obligado a agudizar el ingenio y buscar soluciones a aspectos organizativos y pedagógicos.