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Las lecciones que la covid dejó en Aragón tras el puente del Pilar que pueden servir para Navidad

La curva de contagios se disparó tras las celebraciones de comuniones en septiembre y el aumento de la movilidad en el Pilar. Ahora, varios de esos factores confluyen en los festejos navideños.

Turistas en Jaca durante el puente del Pilar.
El puente del Pilar aumentó la movilidad en el territorio, y se notó en lugares como Jaca.
Rafael Gobantes

La hoja del mes de diciembre ya preside todos los calendarios y la vista, irremediablemente, se dirige a las fechas navideñas. El temor a que la pandemia rebrote con fuerza tras los festejos condiciona todos los planes, a la espera de que las autoridades decidan cuál será la normativa en cuanto a movilidad, apertura y aforos de bares y comercios y, sobre todo, reuniones particulares en los hogares.

Aragón está en la curva de bajada de la tercera ola de la covid-19. Ha sido un descenso por momentos muy rápido, pero que en los últimos días se ha ralentizado hasta casi detenerse, por lo que existe el temor de que haya tocado suelo o esté cerca de hacerlo. La incidencia acumulada de casos a 7 días por 100.000 habitantes, que da una radiografía más inmediata de la evolución de la pandemia, se ha estancado en Aragón: si del 15 al 25 de noviembre se redujo a la mitad (de 309 casos a 161), desde entonces se ha mantenido casi inamovible en torno a los 155.

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Para las próximas semanas se plantea un progresivo relajamiento de las medidas, a pesar de que las autoridades sanitarias son conscientes del riesgo de rebrote y han dado por hecho que en enero llegará una cuarta ola de la pandemia. Por el camino están el puente de la Inmaculada (con cuatro días de fiesta con las capitales de provincia ya desconfinadas) y las fiestas de Navidad.

La posibilidad de que se vuelvan a organizar comidas, cenas y reuniones familiares remiten a los últimos precedentes parecidos que tuvimos en Aragón, con las fiestas del Pilar. El efecto fue dramático, con una tercera ola que subió rápidamente y arrojó cifras hasta entonces casi desconocidas.

Septiembre comenzó con una incidencia acumulada de 178 casos a 7 días por 100.000 habitantes. Ya antes del Pilar, con la vuelta a la actividad de septiembre, comenzó a subir, y se llegó al puente con 224. Una semana después de las fiestas, el virus se propagó con una enorme fuerza por la práctica totalidad del territorio aragonés, por lo que este índice se disparó hasta los 354 casos en poco más de una semana (20 de octubre), se fue a los 543 el 25 de octubre y por fin llegó a un máximo de 600 el día 29 de ese mes.

Teresa Cenarro, presidenta de la Asociación Aragonesa de Pediatría de Atención Primaria, está en primera línea de la atención y rastreo de la pandemia, y tiene claros los motivos: “Ya vimos lo que supusieron en Aragón las comuniones de finales de septiembre y las comidas del Pilar”. “Ha costado casi un mes y medio que mejorara la situación, con unas medidas estrictas, mucho trabajo y muchas vidas perdidas”, alerta.

En efecto, las cifras comenzaron a bajar a finales de octubre. Para entonces habían entrado en vigor los confinamientos de las capitales de provincia (22 de octubre), el toque de queda (26 de octubre) y el cierre perimetral de Aragón (27 de octubre), pero no otras estrictas como el cierre de las provincias o las restricciones a las actividades no esenciales, que se empezaron a aplicar el 6 de noviembre.

Para entonces, la curva ya iba de bajada. Ese pico de 600 en la incidencia acumulada a 7 días por 100.000 habitantes se fue reduciendo progresivamente, en un descenso que por momentos ha sido acelerado. A mediados de noviembre ya se había reducido la mitad (309 el día 15) y después la caída se ha ido moderando hasta quedarse prácticamente estancada en los últimos días en torno a los 155.

Si este nivel de contagios se mantiene, Aragón se plantará en el puente de la Inmaculada con una incidencia acumulada a 7 días por cada 100.000 habitantes algo inferior a la que tenía cuando se llegó al puente del Pilar, y con unas restricciones y confinamientos que deberían hacer que el efecto no fuera el mismo.

La duda es qué ocurrirá en Navidad, cuando estas medidas se relajen y mucha gente opte por juntarse en largas comidas o cenas. Para el epidemiólogo veterinario Nacho de Blas, ahora se avecinan “muchos eventos de riesgo consecutivos”, tras el Black Friday, el puente de la Inmaculada y la Navidad. Estas fiestas tienen cinco comidas o cenas en las que, aunque se respeten los grupos de seis personas, “en muchos casos se irán rotando los comensales, con los abuelos acudiendo a casa de cada hijo, por ejemplo”.

Ese es, a su juicio, uno de los principales riesgos de estas fiestas, que se rompen los habituales grupos de convivencia. “Habrá estudiantes o hijos en general que vuelvan a casa, con lo que se cambian las dinámicas de relaciones y los grupos burbuja desaparecen”, señala. Además, según observa, “la gente se está relajando” y como muestra expone el dato de los contagios en la franja de edad entre 15 y 24 años. Fue el primero que se disparó con la tercera ola, y ahora lleva dos días al alza: “Son colectivos que tienen muchas relaciones sociales, y en septiembre anticiparon lo que iba a venir después”, señala De Blas.

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