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Tarde de visitas en una uci covid: "Si se tiene que ir, que se vaya cogido de mi mano"

El hospital Royo Villanova facilita las visitas familiares a los ingresados en cuidados intensivos. Un equipo de 11 sanitarios trata de "humanizar" estos espacios, ya que el contacto "les aporta muchos beneficios".

María Ángeles y Mariana coinciden a las puertas de la uci del hospital Royo Villanova. Dentro esperan José y Marian, sus respectivos maridos, ingresados con coronavirus desde hace 33 y 29 días. En todo este tiempo, la zaragozana María Ángeles Artiaga no ha podido venir a ver a su marido, José Ara, de 67 años, por estar en cuarentena tras haber resultado también contagiada. Por eso, Mariana Achtei, rumana de nacimiento y vecina de Calatayud, le da consejos basándose en su experiencia con su marido, Marian Achtei, de solo 40: “Tiene que hablarle mucho, porque aunque parezca que no le escucha, seguro que se está enterando de lo que le dice”, le anima.

Son las 18.30, la hora de las visitas en este centro hospitalario de Zaragoza en el que desde hace cuatro años se trata de "humanizar" la unidad de cuidados intensivos. Aunque “por definición son un entorno hostil”, como señala la médico intensivista Elena Campos, un equipo de once médicos, enfermeras y auxiliares trata de mejorar el bienestar del paciente y de sus familiares. Pese a las fuertes restricciones a las que obliga la pandemia, aquí (al igual que en otros hospitales aragoneses) se están permitiendo visitas de al menos media hora al día. Protegidos con batas, guantes, doble mascarilla y pantalla facial, los familiares acceden a una zona blindada para hablar, acariciar o simplemente sostener la mano del enfermo.

“Mantener la afectividad es muy importante para el paciente, y estas visitas les aportan muchos beneficios”, señala Jesús Ortega, auxiliar de enfermería de la unidad. Los profesionales sanitarios incluso observan que este contacto con sus familiares rebajan los típicos delirios que manifiestan muchos ingresados en la uci. “Y todo lo que sea disminuir ese ‘delirium’ es mejoría para el paciente”, apunta Yolanda García, enfermera de intensivos en este centro hospitalario.

A la hora programada para las visitas aparece también Pilar Belenguer, que tiene ingresado a su marido, Carlos Ríos (56 años). Celador del Royo Villanova, ahora espera sentado junto a una cama de la uci covid de este hospital. “Me contagié primero yo y luego se lo pegué”, señala Pilar, que también trabaja en este centro como técnico del laboratorio de Microbiología. Por su experiencia personal, cree que las visitas a la uci de los familiares permiten que los enfermos “no se desconecten de la vida diaria”. “Yo le cuento cómo van las cosas por casa, le hablo de nuestros hijos… Es importante que no pierda el hilo de la rutina diaria”, añade.

Hora de visita de familiares a la uci covid del Royo Villanova.
Pilar Belenguer dialoga con su marido, Carlos Ríos.
José Miguel Marco

Mientras tanto, dos boxes más allá, María Ángeles Artiaga ya sostiene la mano de su marido, con quien comenzó “a festejar” a los 13 años. “Está dormidico, pero usted háblele”, le ha aconsejado previamente la médico intensivista Elena Campos. “Vengo a darle fuerza, aunque no me oiga. Me digan lo que me digan, sé que va a salir adelante. Y si se tiene que ir, que se me vaya cogido de la mano”, dice María Ángeles a la puerta de la uci.

Una vez dentro, acaricia y humedece el rostro de su marido con agua bendita y no deja de hablarle. “Para ella es bueno que le diga todo lo que siente. Que le exprese su afecto siempre es beneficioso, y en caso de que fallezca favorece el duelo”, apunta Campos.

Por eso, hasta en los momentos más duros de la primera ola, cuando se prohibieron las visitas, siempre se trató al menos de facilitar la despedida a los seres queridos. “En condiciones normales permitimos que se despidan el tiempo que haga falta, porque es la manera de comenzar un duelo sano”, apunta la enfermera Yolanda García. “Es necesario mantener la emotividad y los afectos, y más en estas circunstancias”, señala Marta González, supervisora de intensivistas.

Mariana Achtei, mientras tanto, abanica suavemente con un cartón a su marido. Antes de entrar a la uci, reconocía que verlo le da “fuerzas para seguir”. “Los diez días que estuve en casa sin verlo -ella también estuvo contagiada- me mataron”, añade. Y percibe que para su marido “es importantísimo”. “Un día que viene estaba sedado y me acerqué a decirle al oído que luchara por nosotros. Igual no será por eso, pero al día siguiente estaba mejor”, relata.

Hora de visita de familiares a la uci covid del Royo Villanova.
Mariana Actei pasa un pañuelo por la cara de su marido.
José Miguel Marco

Con la irrupción de la pandemia, el trabajo de humanización se frenó prácticamente en seco. Las cuatro horas de visitas diarias que se permitían se esfumaron. Con las familias confinadas y el acceso prohibido, las visitas se suplieron con videollamadas, en ocasiones realizadas desde el teléfono del propio personal sanitario. “Nosotros podemos cuidarles, manejar tecnología… Pero la familia es insustituible”, dice García.

Los equipos de protección contra el virus tampoco facilitaban que el contacto del personal con los pacientes fuera cercano. “Tenemos la barrera física de las mascarillas y las pantallas. El paciente ni siquiera nos reconoce y eso es una dificultad para humanizar el servicio. Hemos tenido que adaptarnos”, añade la supervisora Marta González. Por eso, para los enfermos que están intubados tratan de acercar cartas, recuerdos, fotografías, estampitas de la virgen, dibujos de sus hijos o nietos... Los familiares lo agradecen y los pacientes, también. En la uci cuelga una placa de plata que les regaló uno de ellos: “No os pude aplaudir desde el balcón, pero lo haré toda mi vida desde el corazón”.

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