Idas, venidas, vueltas y bandazos en la batalla contra el coronavirus

Nueve meses después sigue siendo mucho lo que se desconoce del SARS-CoV-2. En la lucha contra la pandemia, la OMS ha cambiado varias veces de criterio sobre el uso de las mascarillas o la forma en la que se producen los contagios.

La pandemia está condicionando los hábitos cotidianos como ir a la compra.
La pandemia está condicionando los hábitos cotidianos como ir a la compra.
EFE

Ensayo y error. Es parte del método científico y con el coronavirus esta fórmula se viene poniendo en práctica -acaso más de lo deseable- desde principios de año. En el momento álgido de la primera ola de la pandemia, las administraciones comenzaron a tomar decisiones -aún- sin mucho conocimiento de causa. De hecho, incluso la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha dado bandazos en sus recomendaciones sobre el uso de mascarillas o la conveniencia de reabrir los colegios, por no decir que hasta bien entrado marzo tuvo dudas de que el coronavirus fuera una pandemia. De hecho, ante los focos con centenares de infectados en Wuhan, a 14 de enero, aún afirmó no tener evidencias de que se produjera contagio entre humanos.

Echando un vistazo a la hemeroteca puede comprobarse cómo la falta de certezas en torno al virus han provocado numerosos cambios de criterio a la hora de afrontar la amenaza y tratar de ponerle freno. Lo único sostenido en estos largos meses es el beneficio de guardar la distancia social y de lavarse continuamente las manos (si bien hay quien también pone en solfa este extremo porque con tanto gel hidroalcohólico se pierden defensas naturales de la piel). Ni siquiera en el tema de la mascarilla como una primera barrera para evitar la transmisión del virus ha habido unanimidad, dado que la OMS al comienzo la recomendó solo al personal sanitario y no fue hasta el 5 de junio cuando apostó por su globalización.

Superficies o aerosoles

Al margen de episodios que pueden parecer más anecdóticos (¿recuerdan que Francia vetó el ibuprofeno en un primer momento?), la mayor incógnita es saber cómo se transmite el virus. La pasada primavera se decía como un mantra que era por el contacto de distintas superficies y hoy ya hay incluso supermercados que no ofrecen ni guantes de plásticos. Nuevos estudios cuestionan ahora que la covid se contagie por las superficies con lo que estampas como la de accionar los botones del ascensor con un palillo o desinfectar los zapatos cada vez que se entra en casa podrían ser gestos inútiles.

¿Entonces? Aunque la OMS tardó meses en admitirlo, la clase científica considera que la mayor transmisión se da por gotículas respiratorias. Justifican las reticencias de la OMS en que las únicas enfermedades que están aceptadas como de transmisión por aerosoles son extremadamente contagiosas y casi hasta asusta escuchar sus nombres: sarampión, varicela, tuberculosis… Se supone que la covid es mucho menos contagiosa por el aire, pero se puede transmitir hablando con alguien sin mascarilla, cuando los aerosoles salen de la respiración del infectado y la persona sana exhala parte de ese aire. 

El grupo de más de 230 científicos que defienden esta tesis, entre los que se encuentra el profesor zaragozano José Luis Jiménez, docente de la Universidad de Colorado, advierte de que no hay que abandonar los hábitos adquiridos hasta la fecha (distancia social y lavado de manos), pero sí hay que sumarles otros como evitar al máximo los lugares interiores cerrados o, en su defecto, ventilar continuamente. Por cierto, que los expertos advierten de errores cotidianos y garrafales como quitarse la mascarilla en el ascensor cuando se viaja solo, porque es un lugar cerrado, con el ambiente cargado y muy difícil de ventilar.

La necesidad de evitar los espacios concurridos respaldaría cierres y restricciones como los impuestos a la hostelería, el comercio y los lugares de ocio, pero supondría una contradicción -por ejemplo- con la reapertura de los colegios, donde se juntan un buen número de niños y apenas ha habido contagios. Los mismo serviría para recomendar (o no) viajar en transporte público, al que solo se le atribuyen un 2,5% de los contagios, cuando también son vehículos cerrados, de alta ocupación y -recordemos- hasta hace dos semanas nada ni nadie impedía hablar o dar voces en el tranvía de Zaragoza, extremo que ahora se ha vetado. Aquí se introduce también la variable de saber cuánta carga viral es precisa para contagiarse.

Respecto al cierre de la hostelería, mucho revuelo está levantando un estudio de la Universidad de Standford, que abre la puerta a levantar restricciones a los locales más grandes o mejor ventilados, lo que establecería un agravio comparativo con los pequeños bares de barrio. En el primer caso bastaría con controlar aforos y usar la mascarilla, pero en el segundo no habría manera de reabrir los negocios. La polémica está servida si se decide seguir este doble rasero, impensable, de momento, en España.

“Es la primera vez en la historia que 
todos los campos de la ciencia están 
trabajando a la vez en el mismo problema"

¿Otros verdades de la covid que parecían templos y se han ido desdibujando? Ya nadie se acuerda de la hidroxicloroquina, el medicamento contra la malaria que se antojaba milagroso, y pocos creían a Trump cuando aseguró aquello de que las altas temperaturas acabarían con el virus. Es cierto que la breve tregua que dio el patógeno en verano podía dar alas a esta teoría, pero bastaba con mirar a Brasil con sus temperaturas tropicales y sus récords de muertes y contagios. También es cierto que en los países africanos el virus no está siendo tan dañino, lo que desdibujaría otra de las tesis de que la covid, por las condiciones de vida y los hacinamientos, ataca mucho más a los pobres que a los ricos.

El cierre y posterior reapertura de aeropuertos y fronteras también se ha puesto en canción, así como la idoneidad de hacer controles de temperatura cuando muchos de los pasajeros pueden ser asintomáticos. Incluso se tardó meses en comprobar que estos pacientes sin fiebre ni otros síntomas podían ser transmisores de la enfermedad. En otros ámbitos como las noticias del contagio animal (pangolines, murciélagos y visones), la conveniencia de buscar una inmunidad de grupo o los propios síntomas de la enfermedad (al principio parecían solo respiratorios) se han dado pasos adelante y pasos atrás, como ha reconocido en numerosas ocasiones el epidemiólogo Fernando Simón. También él dice haberse abonado al ensayo error y, por ejemplo, de estos meses de intenso trabajo saca en claro que no conviene comer almendras antes de una rueda de prensa.

Mientras se espera con esperanza la vacuna (aunque la batalla de porcentaje de efectividad también genera dudas), los científicos y los políticos insisten en que habrá que aprender a convivir con el virus unos cuantos meses más. ¿Llevaremos mascarilla todo 2021? Es más que probable. ¿Llegará la vacunación masiva antes de 2022? Cruzamos los dedos. La comunidad científica se está enfrentando a un desafío absoluto pero también “se está volcando con una intensidad y dedicación sin precedentes”, explica José Luis Jiménez, quien cita a su compañero de Harvard Joe Allen: “Es la primera vez en la historia que todos los campos de la ciencia están trabajando en el mismo problema. En particular estamos rompiendo barreras de comunicación que no se habían podido romper en los 110 años pasados”.

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