El Museo de Zaragoza restaura y redescubre el sepulcro de Pedro Fernández de Híjar

La pieza ha pasado a ocupar un lugar central en las salas de arte gótico, que se reabrirán próximamente.

La escultura en alabastro, en toda su belleza.
La escultura en alabastro, en toda su belleza.
José Miguel Marco

"Es una escultura de primera categoría a nivel europeo". Así de contundente se muestra Isidro Aguilera, director del Museo de Zaragoza, al hablar sobre el sepulcro de Pedro Fernández de Híjar, que el centro acaba de restaurar. El sepulcro ha sido hasta ahora una de las piezas más ‘visitadas’ del museo pero quizá una de las menos vistas, ya que se ubicaba en un lugar de paso y con poca luz y casi nadie le prestaba excesiva atención. Un excelente y meticuloso trabajo de restauración realizado por José Antonio Rodríguez, Elena Naval y Pilar Camón ha devuelto al alabastro su lucidez original.

"El sepulcro ingresó en el museo en 1915, fruto de la donación que realizó Enriqueta Durán -relata José Antonio Rodríguez-. Suponemos que entonces se le hizo una restauración, que no fue acorde a los criterios que se mantienen hoy en día. Hay que tener en cuenta que en aquella época no existía la profesión de restaurador propiamente dicha y, a la hora de intervenir en una obra que presentaba daños, se acudía a un pintor o escultor con cierta mano para las reparaciones. En el caso del sepulcro de Pedro Fernández de Híjar se añadieron elementos que se habían perdido y, al terminar, se le dieron al conjunto varias capas de líquidos que lo oscurecieron y uniformaron su color. Era una práctica habitual entonces pero hoy totalmente desaconsejada. Y pasó a exponerse en salas hasta nuestros días".

Eliminar los añadidos

El equipo de restauración ha trabajado con "criterios arqueológicos". "El resultado de esa intervención de principios del siglo pasado fue desafortunado, según nuestros criterios, y lo que hemos buscado ha sido poner en valor lo que se ha conservado de la pieza -subraya José Antonio Rodríguez-. Hemos eliminado las reconstrucciones, que no aportaban nada a la pieza original, más bien la desmerecían, y la hemos dejado tal y como debía estar a finales del siglo XIX. Las pérdidas están ahora a la vista. Y hemos descubierto la policromía original que tuvo a principios del siglo XV, cuando se terminó. Ese colorido original es raro de ver, porque la mayoría de piezas de este tipo han llegado a nuestros días repintadas".

El trabajo realizado por los restauradores ha permitido ‘redescubrir’ la pieza, realizada en dos materiales: la escultura yacente en alabastro y el sarcófago en piedra arenisca. Falta un estudio definitivo que la enmarque mejor. Se sabe que Pedro Fernández de Híjar fue un hombre acaudalado y mecenas del monasterio de Rueda, en el que ingresó cuando enviudó por tercera vez, adoptando el nombre de ‘fray Bernardo’. No ha salido a la luz de momento el nombre del artista que labró su sepulcro, que obligatoriamente hubo de ser uno de los más destacados de la época.

A la espera de un amplio estudio de la pieza, su restauración ha permitido ‘redescubrirla’ por parte de los especialistas del museo. Tanto, que de ese lugar de paso y casi anónimo en el que se encontraba ha pasado a ubicarse en un espacio central dentro de las salas dedicadas al arte gótico. Se ha dispuesto además sobre un plinto de 30 centímetros de altura que facilita su contemplación.

El Museo de Zaragoza está renovando el discurso de las salas dedicadas al arte gótico (ha ampliado el espacio hasta dedicarle todo un ala de la galería) como paso previo a su reapertura al público, que tendrá lugar próximamente. El museo zaragozano se convertirá así en uno de los más importantes de España en ese estilo artístico.

La intervención se enmarca en un programa impulsado desde la Dirección General de Cultura de la DGA para restaurar destacadas obras de los museos autonómicos, y para el que se han contratado siete restauradores. En la lista de obras sobre las que se está trabajando destaca otra pieza del Museo de Zaragoza, la ‘Adoración de los Reyes Magos’ de Roland de Mois, óleo sobre tabla de 1590 al que se le tienen que consolidar tanto la madera del soporte como la capa pictórica.

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