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"Antes era pandillero y ahora soy el cura de la cárcel de Zuera"

El padre Álvaro es capellán penitenciario después de una dura etapa en su país natal, Guatemala. 

Aragón
El padre Álvaro se asoma a la ventana de la realidad de las cárceles.
Guillermo Mestre

Me cuentan que la covid no ha frenado el ímpetu del cura de la cárcel de Zuera, su respaldo permanente a los presos. También me han hablado de su pasado...

Las cosas de haber sido pandillero y ahora ser el cura de la cárcel.

Dicho así…

Lo digo así porque es así. Antes era pandillero y ahora soy el cura de la cárcel de Zuera.

Como toda historia, comenzaremos por el principio.

Soy guatemalteco, de Antigua. Somos cuatro hermanos: tres mujeres y mi persona. Ellas son mayores que yo. Una hermana, Carolina, está casada. Lesbia y Lorena son gemelas. Lesbia es religiosa y reside en Roma. Una familia estable, pero caí en una pandilla.

En España también hay pandillas de amigos.

El significado de pandilla allá es diferente. Tiene un claro sesgo violento, de delincuencia. Yo crecí en las pandillas de barrio.

¿Qué le llevó a ese ambiente de delincuencia?

Al no tener otro hermano en casa, me dejé llevar por los niños de la calle. Así me introduje en el ambiente de las pandillas. Estuve metido hasta los 18 años. Es una realidad fuerte.

Le entiendo.

Estuve involucrado en el mundo de las drogas desde muy jovencito. Comencé con la marihuana. Después llegó la cocaína. Alguna vez probé también el ‘crack’. Veía como mis amigos se destrozaban la vida. Crecí y, afortunadamente, me di cuenta de que hay otro mundo, otra realidad que no había descubierto. Fue cuando entré en la Universidad Nacional San Carlos de Guatemala. Estudiaba Psicología. Conocí allí otros ambientes, otras formas de ser, de vivir. También tuve el apoyo de mi familia más cercana, mis padres y mis hermanas, porque, por contra, tuve el rechazo de mis primos y de mis tíos.

Y descubrió a Dios…

Eso fue maravilloso. Mi formación la comencé en mi país. En la Orden de la Merced entré con apenas 20 años. Una etapa del noviciado la hice en Barcelona. Regresé a Guatemala para terminar mis estudios de Teología. Después pasé por El Salvador, ya trabajando en prisiones.

¿Por qué se decidió a ayudar a los presos?

Había una promesa por dentro: lo que no pude hacer por mis amigos de pequeño sí lo iba a hacer ahora de grande. Se fue dando el camino y he ido caminando. Los siguientes caminos me llevaron a Mozambique, también trabajando en prisiones. Ya en 2017 me enviaron a Zaragoza. Llegué a la parroquia Nuestra Señora de La Paz, en el barrio de La Paz, un barrio que en tiempos fue duro.

Conozco perfectamente La Paz. Allí me crié. Buen sitio para espabilar rápido.

Vine a llevar el Hogar Mercedario.

Un hogar maravilloso.

Sí, así es.

Tengo entendido que es un piso habilitado por ustedes para que los presos que carecen de casa puedan dar la dirección de un domicilio concreto y así puedan tener permisos.

Exactamente. Es un piso que tenemos para la reinserción. Somos cuatro religiosos. Hay presos que llegan con permisos de tres días, de más días, con libertades condicionales. También, con libertades totales. A esos presos que acaban de salir también se les ayuda para su reinserción. Se les da techo y lo básico para vivir.

¿Dónde hizo el confinamiento?

En el hogar, con los religiosos y los siete presos que en ese momento necesitaban el piso.

Eso está bien, padre Álvaro… ¿Sigue yendo por Zuera?

Siempre que puedo. Soy el capellán de la prisión. Las cárceles en España no son como las de El Salvador y Mozambique, ni mucho menos; pero allí también hay personas. Allí escucho a los presos, medio, ayudo todo lo que puedo. Mucho más en estos tiempos del coronavirus.

Dios también está en la cárcel…

Dios está donde se le necesita. Y allí hace mucha falta.

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