Una mañana en la residencia de mayores Delicias: "Echaba de menos salir y el huerto, pero es lo que toca"

Tras el blindaje del Pilar, este geriátrico de Zaragoza vuelve a recibir visitas entre estrictas medidas de seguridad y algunos usarios pisan la calle. Así fue la mañana del lunes.

Tras el blindaje del Pilar, la residencia Delicias de Zaragoza vuelve a recibir visitas entre estrictas medidas de seguridad y algunos usarios pisan la calle. Así fue la mañana

La puerta de la residencia pública de la tercera edad Delicias de Zaragoza, gestionada por la Fundación Rey Ardid en Vía Univérsitas, está presidida por un manto de la Virgen del Pilar de flores de papel confeccionadas por sus usuarios. Tras el blindaje de estos centros de la capital aragonesa entre el 10 y 18 de octubre, este lunes volvió a recibir las visitas de familias entre estrictas medidas de seguridad y algunos de sus habitantes, como Jesús Labuena, recuperaron su paseo matinal por los alrededores. Pero no todos los que pueden se animan a pisar la calle. Los hay que prefieren no salir. Es la voz de los principales afectados por la covid.

A las 10.00 la actividad bulle en la planta baja de las instalaciones. Lo que antes era el gran salón para las familias se ha convertido en dos salas para gerontogimnasia y terapia ocupacional. La fisioterapeuta Lorena Queral anima a un grupo de 11 mayores a moverse todo lo que puedan jugando con aros de colores. Lo acaban lanzando para intentar insertarlo en una especie de bastón colocado en el centro del círculo que forman.

"Echo de menos poder salir y el huerto, pero es lo que toca para no pillar el coronavirus", cuenta Jesús Labuena, de 84 años. Su mujer, una gran dependiente según la ley estatal, necesita una ayuda continua en su vida diaria. Él, como acompañante, tiene derecho a plaza. El huerto al que se refiere es una parcela cercana que cedió a la residencia la asociación de vecinos en la que cultivan algunos productos pero a la que no han vuelto desde que comenzó el estado de alarma.

A las 11.30 Jesús sube a su silla de ruedas eléctrica para salir a la calle. No quieren perder la oportunidad "antes de que vuelvan a prohibirlo con más normas", dice resignado y con sorna. "Tengo que ir a que me miren los aparatos del oído aquí al lado", explica.

A esa hora ya se han acercado dos familias a visitar a sus seres queridos. Los encuentros que antes tenían lugar en la terraza al aire libre se han trasladado por el frío y la lluvia a dos rincones de la planta baja a los que se accede por una puerta distinta a la principal. Una vez dentro, la gente se mueve por dos circuitos diferentes. Tienen preparadas sendas mesas con pantallas de por medio.

Los usuarios y trabajadores durante el momento de la comida en una de las plantas del centro
Los usuarios y trabajadores durante el momento de la comida en una de las plantas del centro
José Miguel Marco

"Son visitas de media hora, aunque tampoco vamos a estar con el reloj en la mano atosigándoles. Así podemos acoger ocho visitas por la mañana y otras cuatro por la tarde. La idea es que todos tengan una visita a la semana", explica la directora Minerva Morago. Hay un grupo de Whatsapp con los familiares para informarles. El lunes, con el anuncio de nuevas restricciones por parte de la DGA estaba pendiente de si podía afectarles. De momento, tal y como confirman desde el Departamento de Ciudadanía y Servicios Sociales de la DGA, el régimen de visitas y salidas se mantiene.

Una sensación de "fracaso"

En la residencia Delicias viven actualmente 77 personas, cuenta con 98 plazas y una plantilla total de 70 profesionales entre personal sanitario, equipo técnico, cocina, limpiadoras y lavandería. En los momentos más duros de la pandemia no registraron ningún contagio, pero el 17 de julio se produjo el primer caso de una empleada. Desde entonces han sumado 19 residentes infectados, de los que fallecieron dos ancianos (uno en el hospital y otro en la residencia), y 13 trabajadores. El brote aún está activo, queda una empleada que dio positivo y de la que esperan el resultado del último PCR.

"El primer positivo y los que fueron llegando después los vivimos como un fracaso, fueron momentos muy duros", dice la directora. "Todos los trabajadores estamos preocupados por la seguridad de los residentes. Tenemos una responsabilidad. Hemos restringido nuestra vida social, hemos dejado de hacer actividades como ir al gimnasio y muchos vienen andando para no utilizar el transporte público", añade la trabajadora social, Sofía Conches.

Joaquín Fernández, de 87 años, lo pasó y permaneció 17 días ingresado en el Hospital Clínico Universitario entre finales de julio y principios de agosto. No llegó a estar en la uci ni entubado. "Ahora estoy tranquilo, he pasado la enfermedad. Fue una mala experiencia", asegura. Sufrió un síndrome confusional y no tiene unos recuerdos claros.

La terapeuta ocupacional ayuda a hacer una actividad a uno de los residentes
La terapeuta ocupacional ayuda a hacer una actividad a uno de los residentes
José Miguel Marco

La desazón que se esconde

¿Cómo están viviendo esta segunda oleada? "Asocian la covid con una sentencia de muerte y tienen miedo a contagiarse. Ahora han visto que hay compañeros que la han superado y se han quedado algo más tranquilos", apunta Morago. Mientras, los profesionales, insiste la directora, están "desesperados, esto se alarga mucho y no vemos luz al final del camino. Se hace largo y tedioso y los datos son desesperanzadores. La Navidad va a ser terrible". Un sentimiento de desazón, ratifica la trabajadora social, que nunca exteriorizan delante de los ancianos. "Tenemos que transmitirles sobre todo esperanza y ánimo. Ahora estamos preparando el Día del Cuidador y la fiesta de otoño», destaca.

Una de las actividades favoritas de los residentes que bajan a la planta baja es la sala de relajación y bienestar que ha montado la animadora sociocultural, Natalia Tomás. La llaman su ‘spa’ particular. Uno entra y en la semioscuridad se siente acunado por la música y atraído por la sucesión de colores de un tubo de burbujas (cromoterapia). Pueden sentarse en un sillón con masaje y contemplar una fuente o trasladarse a la playa con el sonido de un tambor oceánico.

"Solo me falta la caña para ir a pescar. Salgo de aquí como nuevo, completamente relajado", bromea Ángel García, de 90 años. Y se emociona cuando recuerda a su esposa, que falleció el pasado 12 de julio, no de coronavirus, y a la que no pudo despedir como le hubiera gustado. "Ahora procuro distraerme todo lo posible y sé que no estoy solo. De vez en cuando también nos encargamos de cuidar las plantas", concluye.

Miden la temperatura a los familiares que acuden a visitar a una residente
Miden la temperatura a los familiares que acuden a visitar a una residente
José Miguel Marco

"Tengo más miedo al autobús"

"Tengo más miedo a venir a trabajar en el autobús que a otra cosa. Aquí me siento segura porque se han puesto todas las medidas de seguridad", reconoce la animadora sociocultural.

La residencia, como todas, está sectorizada. Los que pueden comen en sus habitaciones y los que necesitan ayuda lo hacen en espacios acondicionados en cada planta. La primera está reservada para los contagios y la tercera para los dudosos y el resto, hasta la sexta, se consideran limpias de coronavirus. Los profesionales que las atienden son siempre los mismos para que en caso de contagio el riesgo de que se extienda se minimice y el rastreo sea más efectivo y rápido.

A las 13.00 es hora de comer y a las 15.00 toca bingo. El centro de día anexo permanece cerrado. Ahora se utiliza para que el personal haga el cambio de turno y se comuniquen las novedades. Este martes, la vida continuará puertas adentro dispuesta a plantarle cara al bicho una jornada más.

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