125 historias de heraldo de aragón

El asesinato de la bailarina de la Oasis

El crimen de la joven bailarina Conchita Granados fue uno de los que más conmocionó a la Zaragoza del Siglo XX. tuvo lugar en 1928 en el Royal Concert, hoy conocida como Sala Oasis, y HERALDO lo contó así.

El asesinato de la bailarina de la Sala Oasis
El asesinato de la bailarina de la Sala Oasis
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Mayo de 1928. La infortunada víctima se llamaba Conchita Granados, de 16 años de edad, natural de Madrid. Era artista de varietés, bailarina, desde hacía dos años, y mostraba excelentes cualidades para el arte al que se dedicaba. Le acompañaba en sus viajes su abuelita. El carácter de Conchita era más bien apocado. No se la conoció, en los días que vivió en Zaragoza, el menor asomo de galanteo con nadie.

Nicéforo R. llegó a Zaragoza el día 25 del pasado abril. Tiene 25 años de edad y es soltero. Posee en Madrid un pequeño comercio. Al llegar a Zaragoza, en la estación se dirigió a uno de los chóferes, Martiniano V., de 20 años, conocido por el Royo, para que le llevara a su fonda. Nicéforo, que no conocía a nadie en Zaragoza, se hizo amigo de Martiniano. Recorrieron la ciudad frecuentando los lugares de diversión y aprovechando todas las ocasiones de divertirse.

Así las cosas, una noche acudieron ambos al Royal, y después de presenciar el espectáculo, subieron al ‘foyer’. Allí conoció Nicéforo a Conchita. Traía en su poder el madrileño 1.200 pesetas, y con ellas quiso mostrarse espléndido. Nicéforo hizo proposiciones a Conchita que la desagradaron por entero, y la artista, antes de dar calor al enamorado joven, prefirió rehuir su trato. Seguramente fue esto lo que la perdió. Al ver el desvío de la artista, Nicéforo indicó a su amigo y acompañante, que quería hacerse con una pistola. Nicéforo y el Royo fueron a los Espumosos, donde se hallaba el comprador de la pistola, y allí se hicieron con ella. 

Al igual que otras noches salieron juntos, encaminándose al Royal. Conchita estuvo buena parte de la noche alternando con un señor extranjero. El madrileño se encerró en un extraño mutismo y en algunos momentos escondía la cabeza entre sus manos y sollozaba apenadamente. Llegada la hora de cerrar, se levantó Nicéforo y echó mano al bolsillo del pantalón. Al tiempo que apuntaba, disparaba el arma. La bala, con una trayectoria dislocada y absurda, atravesó el antebrazo de la joven, yendo a incrustársele bajo el corazón.

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