125 historias de heraldo de aragón

Miguel Fleta, la huella en Zaragoza de una voz sin igual

El tenor de fama mundial comenzó su formación musical en la ciudad, pero tuvo que hacer las maletas para alcanzar el estrellato.

Monumento a Miguel Fleta.
Monumento a Miguel Fleta en el parque Grande, realizada por Ángel Bayod en 1976.
José Miguel Marco

Los madrugones de los detallistas del Mercado de Lanuza se hacían más llevaderos cuando estaban amenizados por la formidable voz de un muchacho que, mientras conducía un carromato repleto de frutas y verduras, daba rienda suelta al torrente que nacía en su interior. Eran los años diez y el joven no era otro que Miguel Burró Fleta, que a la postre se convertiría, por el plazo de casi una década, en el mejor tenor del mundo.

Antes de girar por cuatro continentes, Miguel Fleta (Albalate de Cinca, Huesca, 1 de diciembre de 1897- La Coruña, 29 de mayo de 1938) fue recadista y mozo de labranza en dos torres de Cogullada. Junto a sus amigos frecuentaba el café Ambos Mundos, acudía a la pastelería Casa Sánchez e iba a Casa Aparicio en el Coso Bajo. Para bailar los sábados se desplazaban a las Delicias, a la Tienda la Rita.

Un domingo, 30 de septiembre de 1917, acudió a las fiestas de las Sagradas Reliquias de Villanueva de Gállego. Allí lo oyó el gran jotero Miguel Asso, elogió su voz y le recomendó que se presentara al Certamen de Jota del Pilar. El propio Asso, que vivía en la calle de San Lorenzo haciendo esquina con el Coso, le daba clases y le enseñó los estilos. 

Fleta no obtuvo galardón alguno, pero el público sí fue sensible a su voz y le aplaudió a rabiar. Ese 16 de octubre hubo protestas, abucheos y pataleos ante el veredicto. Al parecer, uno de los responsables del Teatro Principal le dijo al joven mozo de labranza: "Y tú, vete a entrecavar cebollas". Fleta no se mordió la lengua y le replicó que nunca volvería para cantar en el Principal. Esa decepción fue uno de los motivos que le empujó a marchar a Barcelona, donde continuaría formándose de la mano de Luisa Pierrick, quien además de mentora se convertiría en su compañera sentimental.

Ya famoso y acaudalado fueron varias las visitas a su tierra, según recordaba Luis Calvo, sobrino nieto del tenor, en una reciente entrevista realizada por Antón Castro. El albalatino nunca se olvidó de su familia, a la que siempre escribía desde Nueva York, Tokio, La Habana, o donde anduviese.

Sin embargo, la ciudad en la que creció no le dedicó una escultura hasta 1976 y su nombre no lució en la placa de una avenida hasta poco antes. Se bautizó en su recuerdo el que fuera uno de los teatros de mayor importancia, aunque hoy es poco más que un solar.

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