Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Entrevista

Gabriel Alfranca: "Bulos que corrían por China han llegado iguales a España"

Tras doctorarse en nanomedicina, Gabriel Alfranca (Zaragoza, 1990) se quedó varios meses atrapado en China, sin vuelo para poder volver. Ahora investiga en su ciudad.

Gabriel Alfranca, investigador posdoctoral en el Instituto de Nanociencia y Materiales de Aragón
Gabriel Alfranca, investigador posdoctoral en el Instituto de Nanociencia y Materiales de Aragón
Francisco Jiménez

Por fin en Zaragoza, tras meses sin poder salir de China debido a la pandemia. ¿Con cuánto retraso sobre lo previsto?

Defendí mi tesis en la Universidad Jiaotong de Shanghai a finales de marzo y tenía mi vuelo de regreso a España a primeros de abril. Tras meses sin poder salir por las cancelaciones y estirando el visado, volví a principios de agosto.

Conseguir vuelo ha sido toda una odisea.

El vuelo de abril fue cancelado ya en enero. En mayo me cancelaron otros dos, otro en junio y otro en julio, en tres compañías diferentes. En teoría sí se volaba, pero a precios por las nubes: de 3.000 a 5.000 euros, unas cifras que no me podía permitir.

¿Se ha sentido atrapado?

Más que atrapado, me sentía un poco desamparado. Tenía mis ahorros y un trabajillo, y el respaldo de mi familia si hacía falta, pero sí que me vi un poco desesperado por no saber qué iba a pasar. La experiencia también me ha cambiado como persona, me ha hecho reflexionar y ver el mundo de una forma más abierta.

"Lo peor fue la incertidumbre de sentirse desinformado"

¿Qué fue lo más duro?

La incertidumbre tan grande. Porque, además de estar en un país que no es el tuyo, en una situación de pandemia que nadie ha vivido y ante la que no se sabe qué hacer, me sentía desinformado, hasta el punto de llegar al agobio. Muchos medios están censurados en China y mi internet era malo en casa. Tenías que fiarte de que te tradujeran algunas noticias y esa dependencia me generaba mucho estrés, sentías que estabas vendido, que no podías más que verlas venir sin saber a qué aferrarte. Y rodeado de bulos también. He visto cómo bulos que corrían por China en enero, febrero o marzo han llegado iguales a las redes sociales de España, como pasados por un traductor. En grupos de Whatsapp españoles, me sentaba mal ver la historia repetida otra vez.

¿Qué fue lo que más echó de menos durante todo ese tiempo?

La comodidad. La gente dirá lo que quiera, pero en España se vive muy bien. En China he estado muy a gusto y he vivido una experiencia increíble, pero también empecé a ver detrás de la máscara, incluso ese pequeño racismo o, más bien, discriminación hacia los extranjeros. Acostumbrado a esa China que me había recibido con los brazos abiertos y que me hizo sentir cómodo, pese a las diferencias culturales, cuando la pandemia cedió allí y empeoró en el resto del mundo, todo se dio la vuelta. Al principio se veía como un virus chino y, después, los extranjeros que estábamos en China éramos los infectados, los apestados, y preferían no verse con nosotros, aunque lleváramos meses sin poder salir del país... Todo esto, unido a las ganas de reencontrarte con tus seres queridos, hace que te sientas con dos pies fuera y el cuerpo dentro, queriendo irte.

¿Y qué fue lo primero que hizo al pisar por fin Zaragoza?

Comerme un bocadillo de jamón y tortilla de patata que me trajeron mis padres... y estar dos semanas de cuarentena voluntaria.

Aquí se encontró con más restricciones que en China.

Sí, y con gente más inconsciente que allí. Me fui de China cuando la pandemia estaba pasando y aterricé en Zaragoza en el pico de la segunda ola. Me tiraba de los pelos al ver gente quedando sin mascarilla o comiendo de la misma bolsa de patatas, pero ¿estamos locos? Si, además, vemos a los políticos discutir, ¿cómo vamos a derrotar a algo así? Parecía que hacía falta una invasión alienígena para unirnos, pero tampoco: ha llegado ese enemigo común y no nos hemos unido.

¿Qué le diría a la gente que no cumple las medidas?

Que tengan conciencia y dos dedos de frente. Que piensen en sus padres y abuelos, en colegas con problemas de asma, cardiovasculares, inmunológicos o cualquier enfermedad. Porque, además de la propia pandemia, si los hospitales se saturan, es un peligro para la gente enferma. Hay que decir hasta la saciedad que esto no ha acabado, que no nos relajemos.

El final feliz de su historia termina con un contrato posdoc.

Ahora investigo en dispositivos de microfluídica en un proyecto europeo, en el Instituto de Nanociencia y Materiales de Aragón.

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