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Paraísos cercanos a pie de playa

En la costa mediterránea y en la cornisa cantábrica hay interesantes destinos de sol y arena que no quedan a más de tres o cuatro horas por carretera desde Aragón.

Tercer día de la fase 1 del proceso de desescalada en Altafulla (Tarragona)
Tercer día de la fase 1 del proceso de desescalada en Altafulla (Tarragona)
Quique García

Hay sol, arena y hamacas. Los aragoneses estos días piensen en paraísos playeros tienen un buen número de destinos entre los que elegir a poco más de 300 kilómetros de distancia. La costa mediterránea se prepara para recibir un gran número de visitantes nacionales este 2020, en el que a pesar de las circunstancias no se renuncia a rincones de asueto, ocio y descanso, especialmente desde provincias limítrofes como Aragón. La Costa Brava, la Costa Dorada y la Costa Azahar son los principales reclamos y cada cual, al margen de sus cuidadas playas, tiene un motivo para emprender el viaje. Repasemos a continuación algunos destinos relativamente asequibles para los aragoneses, que decidan variar de opciones seguras como son Comarruga, La Pineda, Peñíscola o Salou.

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Una vista del pueblo pesquero de Cadaqués, en la provincia de Gerona.

La Costa Brava ofrece un sinfín de posibilidades. Localidades como Figueras, Rosas, Blanes o Lloret de Mar son algunos de los destinos más visitados. Algunos de los visitantes recalan en estos pueblos siguiendo las huellas de Dalí que, como es sabido, pasó veranos con Lorca y con Gala en Cadaqués. En Figueras está el museo-teatro que guarda parte de su legado y que siempre está entre los cinco museos más visitados del año en España. En esta zona proliferan también pequeños pueblos marineros y preciosas villas medievales, y los especialistas del litoral catalán recomiendan las calas de Begur para darse un baño.

TEMPORAL DE LEVANTE
Una estampa de las playas de Torredembarra
JAUME SELLART

La Costa Dorada es el territorio preferido no solo por aragoneses, sino también por navarros y sorianos. Muchos acaban en Salou o Cambrils, que acaparan centros turísticos, pero a pocos kilómetros hay atractivos muy destacados que, incluso, hunden sus raíces en época romana. Imprescindible es la escapada a Tarragona capital para disfrutar de su circo, declarado junto al resto de ruinas, patrimonio mundial de la Unesco y, por ejemplo, no muy lejos del arco romano de Bara (en lo que era la antigua Vía Augusta) hay pequeños pueblos con playas excepcionales. Pintoresco es la Roca de San Cayetano, a apenas seis kilómetros de Comarruga, pero también son recomendables las playas de la zona de Altafulla y Tamarit, donde -como curiosidad- está el Castillo en el que se casó el futbolista Andrés Iniesta. No muy lejos, se encuentra la playa de naturista El Torn, una de las clásicas españolas, cerca del municipio de Hospitalet de l’Infant.

Coronavirus.- Castellón inicia la Fase 2 con la apertura escalonada de sus playas
Castellón ha vuelto a abrir sus playas. Al fondo, el castillo del Papa Luna en Peñíscola.
EP

Si continuamos bajando el por el Mediterráneo, en la Costa Azahar se encuentran perlas como Benicassim, Oropesa o Peñíscola. Quizá se disfrute aquí de un ambiente más tranquilo que en las zonas anteriormente citadas, En definitiva, todo un litoral hermoso y con multitud de oportunidades para disfrutar de las vacaciones. Al norte de este enclave, Vinaròs y Benicarló emergen como ciudades con solera que han sabido desarrollar un turismo sereno y eficiente. En Peñíscola se puede rastrear la leyenda del Papa Luna a los pies de su castillo. Más al sur, el viajero se topa con Alcalà de Xivert, Torreblanca y el parque natural de Serra d'Irta se erige como un precioso paraje sobre el mar. Las playas ganan en presencia conforme se acercan a Castellón de la Plana, y esta propuesta tiene la ventaja también de no tener lejos los pinares de Teruel, Morella y el Maestrazgo.

Mesa Territorial de Playas de Gipuzkoa se reunirá el lunes para establecer las condiciones de apertura de la temporada
Las playas de Gipúzcoa están a punto de iniciar su temporada
EP

Cambiando de rumbo, también son acogedoras (aunque algo más bravas y frías) las playas del País Vasco y, en concreto, las de Zarauz. A finales del siglo XIX el pequeño pueblo guipuzcoano empezó a transformarse en una villa turística, refugio de aristocráticas familias castellanas que dejaban la corte de Madrid y pasaban sus vacaciones en el Cantábrico en torno a la reina Isabel II, que la visitó en 1865. Ciento cincuenta años después de aquella mutación, las típicas casetas y toldos blanquiazules que flanquean la playa siguen en pie para uso de los bañistas, aunque los más jóvenes ya vengan de casa, del hotel o del apartamento con el neopreno puesto y una tabla de windsurf bajo el brazo. El puerto pesquero está en un diminuto rincón de la playa, pero es un descubrimiento para muchos aragoneses que con la autovía de Pamplona, antes de llegar a San Sebastián por el desvío hacia Lasarte, alcanzan la costa en poco más de tres horas. Frontones y fogones son otros de los atractivos de este rincón de Guipúzcoa, que celebra sus fiestas a comienzos de septiembre.

Santanderinos optan por broncearse, pasear y bañarse en 'primer día de playa'
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ROMÁN G. AGUILERA

Un pasito más allá, en Cantabria, encontramos otra curiosa propuesta que puede llamar la atención de los aragoneses dispuestos a hacer algunos kilómetros de más. Se trata de la recreación de los turistas de antaño, dado que Santander viaja en verano en el túnel del tiempo para revisitar su “belle époque”. La ciudad recrea todos los años los tiempos en los que los aristócratas y la alta burguesía visitaban sus playas en busca de la mejor terapia natural: los baños de ola. Fue en 1847, cuando un anuncio en un periódico informaba con profusión de los beneficios que para la circulación, el reuma y otros males tenía el oleaje del mar al golpear los tobillos, y recomendaba visitar la playa de El Sardinero. Atraídos por este remedio, visitaban la ciudad representantes de la alta sociedad, los únicos que entonces se podían permitir este tipo de viajes. Santander se fue convirtiendo en un nombre reconocido, centro de un incipiente turismo de élites, y llegó a ser residencia veraniega de Alfonso XIII, quien habitó el Palacio de La Magdalena. Una vez allí, los reclamos del entorno son numerosos y variados: desde el Parque de la Naturaleza de Cabárceno, a las cuevas de Altamira a dos kilómetros de Santillana del Mar o “El Capricho” que Gaudí levantó en Comillas.

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