¿Por qué necesitamos los abrazos?

Un estudio reciente demuestra que para el ser humano el contacto físico con otros individuos es fundamental. Se trata de un fenómeno denominado ‘Hambre de piel’.

Dámaso y Rafael abrazan a su madre, Susana Villuendas
Dámaso y Rafael abrazan a su madre, Susana Villuendas
HA

Que el ser humano es un mamífero social por naturaleza es algo asumido por todos. Sin embargo, un estudio reciente demuestra que necesitamos contacto físico con otros individuos incluso más de lo que imaginamos. Se trata de un fenómeno que los expertos han denominado ‘Hambre de piel’, un episodio neurológico que responde a que la biología responde a nuestra necesidad de socialización, y que con el confinamiento ha generado una serie de consecuencias en ciertos sectores de la población.

Pero, ¿de dónde viene esta acepción? Se trata de un término acuñado por el Instituto de Investigación del Tacto de la Universidad de Miami (The Touch Research Institute). “La fundadora del instituto, Tiffany Field, considerada hoy en día una de las máximas autoridades en la materia, fue quien acuñó este término a raíz de sus estudios especializados en el sentido del tacto y la importancia que tiene para el ser humano”, explica Sara Dobarro, neurocientífica y periodista especialista en Reprogramación Neuronal.

De hecho, como explica la experta, el tacto es uno de los primeros sentidos que activamos nada más nacer cuando se coloca al bebé recién nacido sobre su progenitora con el método denominado ‘piel con piel”. Es decir, que podría decirse que los humanos estamos programados por naturaleza para tocarnos y ser tocados a través de la piel, el órgano más extenso del cuerpo: “Como dato curioso, la piel tiene alrededor de 2 metros cuadrados de extensión y pesa unos 5 kilos”.

En una situación de dolor, miedo o incertidumbre, el simple hecho de recibir un abrazo, una caricia o una palmada en la espalda genera una sensación de bienestar

Además, los estudios refrendan otro fenómeno verdaderamente curioso, que tiene que ver con el supuesto efecto analgésico del contacto con otros seres humanos. Así, en una situación de dolor, miedo o incertidumbre, el simple hecho de recibir un abrazo, una caricia o una palmada en la espalda genera una sensación de bienestar que también tiene una explicación científica. “Al producirse este contacto físico, en nuestro cerebro se generan una serie de neurotransmisores que juegan un papel fundamental en nuestro bienestar como son la oxitocina -también conocida como hormona del amor-, la dopamina y la serotonina”, añade Dobarro.

Además de estas sustancias bioquímicas que se producen en nuestro organismo, este contacto físico proporciona una sensación de seguridad en el individuo. “Es una situación que se produce habitualmente en el hospital cuando una persona enferma nos pide que le cojamos la mano”, afirma la experta. Sin embargo, es cierto que existen culturas más ‘táctiles’ que otras, como las occidentales. En otros países el simple hecho de estrecharse la mano puede considerarse una ofensa por lo que, en ocasiones, se producen fuertes choques culturales.

Aquí, como explica Dobarro, entra en juego otro curioso fenómeno denominado ‘contacto empático’ y en el que las neuronas espejo juegan un papel fundamental: “Estas neuronas están relacionadas con los comportamientos empáticos, sociales e imitativos y se activan cuando vemos a un individuo de nuestra especie haciendo algo. Un ejemplo claro es cuando, al ver a una persona cruzar un semáforo en rojo, la seguimos por inercia”.

Sara Dobarro, neurocientífica y periodista especialista en Reprogramación Neuronal
Sara Dobarro, neurocientífica y periodista especialista en Reprogramación Neuronal
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Por eso, vivir en aislamiento tiene una serie de repercusiones en nuestro organismo, pero no en todos los casos sino más bien en los de aquellas personas que viven en soledad sin haberlo buscado y, sobre todo, añoran la compañía. O, como ha ocurrido durante el estado de alarma, cuando se produce una situación de soledad no deseada o forzosa como ha podido producirse durante el confinamiento. “Entre las consecuencias, caen los niveles de seguridad y puede verse afectado el sistema inmunológico además, al reducirse los niveles de serotonina, muy relacionada con la regulación de los ciclos del sueño, pueden aparecer problemas de insomnio”, asevera.

Capacidad de adaptación

Por otro lado, cabe destacar nuestra gran capacidad de adaptación a situaciones extremas, a la hora de moldear nuestro cerebro. Un fenómeno que, como explica Dobarro, se denomina ‘Plasticidad neuronal’ y que responde a la capacidad del ser humano de adaptarse a nuestro entorno y cambiar hábitos. Algo que hemos vivido recientemente tras el inicio del confinamiento y, ahora, con el plan gradual de desconfinamiento. Desde casos de personas que no lograban adaptarse, a quedarse en casa contra su voluntad, hasta quienes ahora no se sienten seguras con la idea de volver a salir de sus hogares.

Y es que, como explica la neurocientífica, este tipo de reacciones, como ocurre con el estrés y la ansiedad, dependerán de la capacidad de gestión de este tipo de situaciones que presente cada individuo pues como se suele decir, cada persona es un mundo. “Aproximadamente el 50% de lo que somos nos viene heredado por genética mientras que el resto lo vamos modificando a lo largo de nuestra vida por la cultura, el entorno y las experiencias que nos han tocado vivir”, indica Dobarro.

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