La vida en tiempos de pandemia: Querido Miguel, 20 años después

Gervasio Sánchez escribe al periodista Miguel Gil, fallecido en Sierra Leona el 24 de mayo de 2000 cuando adolescentes y niños guerrilleros le emboscaron en una carretera. En su carta repasa lo ocurrido en dos meses de confinamiento en España por el coronavirus.

El ataúd con los restos de Miguel Gil es trasladado por trabajadores de la morgue de Freetown en mayo de 2000
El ataúd con los restos de Miguel Gil es trasladado por trabajadores de la morgue de Freetown en mayo de 2000
Gervasio Sánchez

Se han cumplido 20 años de aquel trágico miércoles 24 de mayo de 2000 cuando adolescentes y niños guerrilleros os emboscaron en aquella carretera perdida de Sierra Leona horas antes de que se celebrase la final de la Copa de Europa entre el Madrid y el Valencia.

No puedes imaginarte lo que significó aquel día en mi vida personal. Pasé toda la noche sin dormir y, al día siguiente, tuve que identificar tus restos y los de Kurt Schork en el depósito de cadáveres. Y, además, memorizar todos los detalles porque sabía que tu madre me obligaría a hacerle una descripción minuciosa, tal como ocurrió un mes y medio después.

Quiero que sepas que hace unas semanas visité la tumba de Kurt en Sarajevo donde yacen parte de sus cenizas. Estaba completamente cubierta por una capa de cinco centímetros de nieve. Y hoy te visito a ti, querido Miguel, aquí en Vimbodi (Tarragona), donde duermes desde hace dos décadas.

Tardé meses en recuperarme de aquel golpe. Te aparecías siempre muerto en mis sueños. Todavía la memoria me juega alguna mala pasada y decide más a menudo de lo que me gustaría retorcer mi tranquilidad anímica con una punzada abrasante. Tu muerte hizo el mismo daño que la explosión de una mina. Me produjo tal descalabro que necesité años para superar sus consecuencias.

Alucinarías si vieras cómo está el mundo en la actualidad. No tendrías que irte al quinto pino con el fin de documentar pandemias, epidemias, situaciones de violencia especialmente contra los ancianos, arrollados por la letalidad de un bicho invisible llamado coronavirus y que los técnicos han bautizado como Covid-19. Hemos pasado ocho semanas confinados. Una locura. La mitad de la humanidad, hablamos de 3.500 millones de habitantes, obligada a encerrarse en sus casas.

¿Qué puedo contarte? Llevo más de dos meses trabajando sin parar en condiciones durísimas, fotografiando a personas que han fallecido horas después, tomando la decisión de no publicarlas porque sus familiares no han podido acompañarles en la agonía y en el duelo de la muerte. Ni siquiera durante las epidemias de ébola o cólera o en las hambrunas severas africanas había visto tan abandonados a los muertos.

Tumba de Miguel Gil en Vimbodi (Tarragona) en mayo de 2020
Tumba de Miguel Gil en Vimbodi (Tarragona) en mayo de 2020
Gervasio Sánchez

No es un conflicto armado aunque la letalidad ha sido espeluznante. Más de 28.000 fallecidos oficiales en España; 32.000 en Italia; 36.000 en Reino Unido; casi 100.000 en Estados Unidos. He salido a la calle como si fuera la cobertura de un conflicto armado. Levantándome muy temprano y acostándome muy tarde. Trabajando todos los días, incluidos los fines de semana.

He metido las piernas en el barro de la noticia, buscado historias debajo de las piedras, narrado la pandemia desde diferentes ángulos. Recuerdo que en Kosovo tú siempre eras partidario de salir muy temprano, antes de que los soldados y policías se despejasen de sus borracheras nocturnas, para engañarlos y colarnos en las zonas más peligrosas de aquel desastre bélico.

El periodismo no es una voz radiofónica dinámica, un rostro retractilado por la guillotina de la cirugía estética que impide ver las verdaderas marcas de la vida, no es una metáfora brillante que el autor busca durante horas y escribe en su crónica celestial para que los amantes del periodismo casero hablen al día siguiente de lo imaginativo que es.

El periodismo, tú bien lo sabías, es todo aquello que te salpica y retuerce por dentro

El periodismo, tú bien lo sabías, es todo aquello que te salpica y retuerce por dentro, que se agarra a los entresijos de tu conciencia sin dejarte respirar, que se fosiliza a tu cuerpo como una mochila invisible de dolor que nadie ve, pero cuyo peso solo conoce quien la soporta.

Hay personas que han aplaudido a los periodistas que han trabajado desde sus casas y han criticado a los que han salido a buscar historias sobre el impacto de la pandemia. Como si buscasen protagonismo y quisieran ganar premios y no por considerarlo una obligación moral y profesional.

Te imaginas cubrir una guerra o una catástrofe desde centenares de kilómetros o diciendo que estás en una ciudad castigada por las bombas cuando, en realidad, estás muy lejos de la línea de frente. Todavía recuerdo cómo te enfadabas cuando muchos periodistas cubrían la guerra de Kosovo de 1998 desde las terrazas de los hoteles.

Te imaginas, Miguel, nosotros que hemos tenido que luchar por dignificar a las víctimas de tantas guerras atroces, que hemos peleado por el espacio en la televisión, la radio o el periódico, que hemos gritado para conseguir que nuestros reportajes y sus protagonistas, casi siempre personas varadas en las esquinas olvidadas de la Historia, aparecieran en los medios de comunicación en tiempos de seudodebates protagonizados por supuestos analistas, tertulianos, columnistas, todólogos, una verdadera plaga, que jamás han visto con sus ojos lo que ocurre en el mundo.

Acabo de cumplir los sesenta años y podría vivir de réditos, otra moda más en nuestro país. Olvidarme de todo y viajar sin fronteras y sin límites, mi sueño de niño por el que me hice periodista. Reírme de esas personas que pisotean los principios básicos del periodismo. Centrarme más en mi vida personal y familiar.

Miguel Gil con el escritor Arturo Pérez Reverte y los actores Carmelo Gómez e Imanol Arias en Sarajevo en marzo de 1996
Miguel Gil con el escritor Arturo Pérez Reverte y los actores Carmelo Gómez e Imanol Arias en Sarajevo en marzo de 1996
Gervasio Sánchez

Recuerdo tus palabras días antes de morir: “Esa carretera es una locura y pronto habrá una desgracia”. Recuerdo cómo buscabas retazos de vida entre los escombros de la guerra. Te veo corriendo entre disparos junto a guerrilleros que han estado a punto de matarnos unos minutos antes. Siento como se entremezclan nuestras respiraciones y te sigo porque me fío de tu olfato y tu intuición. Me cuesta enfocar algo que luego valga la pena, pero tú, en cambio, haces un recorrido en imágenes por la línea de la muerte que te permitirá ganar el prestigioso premio Rory Peck unos meses después.

Muchas veces recuerdo con qué delicadeza y emoción pasabas los largos dedos de tus manos por las fotografías del dolor de todos aquellos niños de la guerra que habíamos conocido trabajando codo con codo. Nunca olvidaré las auténticas lecciones de integridad profesional que nos diste en tu corta pero apasionante carrera profesional y tampoco tus imágenes inolvidables tomadas en aquellos trenes repletos de albanokosovares deportados de la estación de Pristina o las exclusivas de Chechenia cuando los rusos habían cerrado a cal y canto aquel país.

Miguel, te dejo. Regreso a Zaragoza escuchando un disco en tu honor que se titula “No child soldiers”, en el que cantan artistas de la calidad de Angelica Kidjo, Salif Keita, Youssou N´Dour, Lokua Kanza, Mama Keita, Rokia Traoré. Necesitaba visitarte y pasar un rato contigo. Ojalá todos sigamos teniendo la buena suerte que tú no tuviste aquel día aciago. Quiero que sepas que los niños soldado que protagonizaron la emboscada aseguraron años después que desconocían que érais periodistas. Siempre te recordaré.

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