Por
  • Esperanza Pamplona

Ahora somos los amos de la realidad

Los millennial están más acostumbrados al teletrabajo.
El teletrabajo se quedará.
Pexels

Esto del teletrabajo, las clases por Skype y las videoconferencias de Whatsapp ha terminado por crear una nueva forma de vida, con otros códigos y exigencias. Nos hemos atrincherado en casa frente a un enemigo invisible pero tangible, y poco a poco nos vamos acomodando a este sucedáneo de realidad sin contactos ni buenos ni malos.

Porque es cierto que no hay abrazos, pero también las broncas o los malos modos se diluyen por el cable de la fibra. No es lo mismo vértelas con un compañero malencarado toda la mañana en la oficina, que apagarle la pantalla o silenciarlo cuando lo que se escucha no interesa. No afecta igual.

La realidad es como un programa televisivo. Cuando se apaga la pantalla desaparece. Se olvida.

A los niños les sucede algo parecido. Mientras el profesor parlotea muchos chatean, escuchan música o juegan con el móvil. Las broncas llegan por mail a los padres y no es lo mismo que un profesor te diga a la cara que tu hijo hace o no hace, que recibir un correo electrónico que te pilla como te pilla y vete a saber en qué momento. A fin de cuentas, nada es normal. Luego, los niños salen a la calle (o no), pero no se relacionan entre ellos, así que la percepción del mundo se reduce a la pantalla del ordenador, la pantalla del televisor y las cuatro paredes de su casa. No es un universo rico pero es cómodo. Lo que molesta se apaga, y siempre hay algo que entretenga en un clic.

Pues parece que ese va a ser el horizonte para muchos. El teletrabajo se quedará y todo apunta a que niños y jóvenes tendrán parte de sus clases ‘on line’. Es decir dejaremos de educarlos para pasar a proporcionarles conocimientos, sin más. Porque lo de aprovechar gimnasios y bibliotecas, que recomienda la ministra Celaá, será posible en los centros donde no las estén usando ya. Y en cualquier caso, desdoblar a los alumnos exige más profesores. Y de eso todavía no han hablado.

Una vida a través del plasma no será el fin del mundo pero será otra vida, con una sociedad que ni Huxley se habría atrevido a imaginar.

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