la vida en tiempos de pandemia

Des-confinados en franjas horarias

Las calles de Zaragoza, como las del resto de ciudades españolas, se convirtieron ayer en un colosal escenario en el que el telón se levantó y cayó varias veces para para ir dando paso a deportistas, paseantes, mayores y chavalería. 

José y su hija Nerea, en primer plano a la izquierda, en la Gran Vía de Zaragoza.
José y su hija Nerea, en primer plano a la izquierda, en la Gran Vía de Zaragoza.
Gervasio Sánchez

Ayer fui precavido y no salí a la calle hasta las siete de la mañana. No quería arriesgarme a ver la noche oscura sin ningún atleta en potencia listo para correr en cuanto empezase la desescalada deportiva. Me senté en un banco de la Gran Vía y me sorprendió la cantidad de corredores que empezaron a salir de los portales. Confieso que nunca había visto a tantas personas corriendo salvo en alguna de las fechas del calendario oficial de carreras que tiene la ciudad.

Algunas (quiero ser precavido porque hubiera podido escribir muchas) personas tenían pinta de no haber corrido en su vida o, al menos, desde hacía muchos años. Se percibía por su manera de moverse o, incluso, de no moverse y, sobre todo, por su vestimenta, que no cuadraba con un corredor de fondo. No quiero hablar de michelines o tripas porque en este aspecto pocos saldríamos bien retratados. Seguro que hay alguna persona que se ha mantenido en su peso durante las últimas siete semanas, pero creo que la mayoría (yo el primero) preferimos no tentar a la suerte y hace tiempo que evitamos darnos una vuelta por la báscula digital.

Admiré aquellos cuerpos de gimnasio, moldeados por horas de machaque, que exhibían una carrocería impoluta como si el confinamiento no les hubiera afectado o como si tuvieran gimnasios caseros armados de mancuernas con disco o jaulas de sentadillas. Un chiste (muy malo para los verdaderos corredores) dice que la diferencia entre alguien que sale a correr y un ‘runner’ son 350 euros en equipación fosforita.

Corredores pasan por la escultura Complicidad de Alberto Gómez Ascaso
Corredores pasan por la escultura Complicidad de Alberto Gómez Ascaso
Gervasio Sánchez

Sentí compasión por aquellos cuerpos desencajados por culpa de los abusos diarios en cocinas y sofás. Sentí piedad por las personas que no se miraron al espejo antes de salir de casa. Temí que algunas no se hubieran enterado de que entre 6 y 10 de la mañana también se podía pasear simple y llanamente siempre que tuvieras más de 14 años y con ropa de todos los días.

Quizá por ello me alegré de ver a algunas personas (muy pocas, por cierto) con sus mejores galas, incluso con los tacones o las corbatas compradas para una boda de mayo que no se celebrará hasta otoño, dando por sentado que ya estarán desfasadas. Por favor, que los peluqueros empiecen a modelar cabelleras atrapadas en semanas de encierro (soy el primero de la lista a las nueve de mañana con mi peluquero favorito).

«Nuestra hija nos ha pedido que le mandemos una fotografía de nuestro primer paseo desde el
pasado 13 de marzo»

Me fue imposible hablar con ningún corredor porque no quería interrumpir su ritmo o su falta de ritmo. Por suerte, cuando faltaba un minuto para las 10 de la mañana, me encontré a la entrada de su casa con Chalo, de 57 años y su hijo Javier, de 38 años, que venían de pegarse una paliza de 44 kilómetros en bicicleta. «Me compré la bici eléctrica poco antes de decretarse el estado de alarma y hoy es el primer día que la puedo usar», confesó Chalo. «He visto a unos policías municipales en la esquina y pensaba que estaban listos para multar a los que se pasasen un minuto de la hora», comentó con una sonrisa.

Me contaron la ruta que hicieron hasta Juslibol, cuyo nombre tiene que ver con el grito de guerra de la Primera Cruzada, y me enteré de un episodio de la historia de Aragón del siglo XII, el que relata las construcción de una fortaleza por Pedro I en 1101 para asediar la Saraqusta islámica.

La franja deportista dio paso a la de los paseos para mayores de 70 años y personas dependientes. Una señora de 81 años fotografió a su marido de 88 ante el grupo escultórico de dos metros de altura llamado Complicidad de Alberto Gómez Ascaso, compuesta por «tres figuras femeninas estilizadas y desnudas, una recreación contemporánea del motivo clásico de Las tres Gracias», tal como informó la prensa aragonesa en mayo de 2003 cuando fue inaugurada.

Tres mujeres de la misma familia pasean en su franja horaria
Tres mujeres de la misma familia pasean en su franja horaria
Gervasio Sánchez

Un paseo inmortalizado

«Nuestra hija nos ha pedido que le mandemos una fotografía de nuestro primer paseo desde el 13 de marzo», contó la mujer. «Lo estaba deseando», explicó el hombre. Ambos eran primerizos con la mascarilla. «Nuestra hija no nos ha dejado salir de casa. Nos traía la compra a la puerta y sólo habríamos cuando ya se había ido», dijo la señora con ansias de tirar la mascarilla a la basura. José, abogado de 81 años, Joaquín, ingeniero de 79 años, y Jesús, abogado de 81 años, se reencontraron desde que hace siete semanas tuvieron que suspender sus citas diarias en Casa Antonio, un bar-restaurante de la calle Dato, y se solearon alrededor de un banco del paseo. «He ido a preguntar a la policía si puedo salir a correr con 79 años», explicó Joaquín, el más joven del grupo. Como le dijeron que sí aseguró que «mañana empiezo».

Los tres estudiaron en el colegio Jesuita El Salvador, «en el curso de Jesús Maria Alemany», especificó Jesús, el mayor, porque cumple los 82 años un mes y seis días antes que José. «Había dos peñas: una de pijos y otra de normales, al que pertenecíamos nosotros», contó. En 2005, coincidiendo con el 50 aniversario del final de bachillerato, celebraron un gran encuentro.

«Uno de los antiguos alumnos vino de Barcelona con una esposa finlandesa, todo muy exótico para los que continuábamos viviendo en Zaragoza», recordó Jesús. Como la edad tempera las posiciones políticas y los comportamientos humanos «nos encontramos con que veíamos como una persona normal al tonto del haba de nuestra juventud», expresó Jesús con ironía pero sin acritud.

«Me compré la bici eléctrica poco antes de decretarse el estado de alarma y hoy es el primer día que la puedo usar»

La señora finlandesa trabajaba como guía turística y aprovechó el encuentro para ofrecerles un viaje a Finlandia con sus parejas y, desde entonces, hicieron un viaje al año hasta que hace tres o cuatro «empezaron las recaídas de salud». Varios de la cuadrilla, «todos hombres», comenzaron a reunirse de lunes a viernes en Casa Antonio entre 12 y 14 horas.

Varios ciudadanos pasean a sus perros y a sus hijos
Varios ciudadanos pasean a sus perros y a sus hijos
Gervasio Sánchez

A la reunión de los martes, «con un pica pica que quita las ganas de comer»”, se apuntaban unos doce entre los que también hay médicos, militares, constructores. «Hemos perdido unos cinco amigos por el camino aunque ninguno con coronavirus», remarcó José, con un grado de dependencia 2.

¿De qué habláis? «De mujeres y de las oportunidades que perdimos por culpa de los curas en nuestra juventud», concretó socarrón Jesús. ¿No discutís de política? «Coincidimos ideológicamente. Somos todos de derechas menos este pendón (señala a José) que es de izquierda y otro que es un poco menos rojo», declamó Jesús. «Mi abuelo era abogado republicano y al acabar la guerra tuvo que abandonar el País Vasco y se vino a Zaragoza. Mi padre, que había nacido el 12 de octubre de 1938, creció aquí», explica Nerea, la hija de José, sin dejar de acariciar a su padre al que pasea en una silla de ruedas.

A mediodía, la calle, como si fuera el escenario de un teatro, vuelve a transformarse. Se baja el telón, las personas mayores se retiran como antes lo han hecho los deportistas y los mayores de 14 años. Se sube el telón y aparecen los menores de 14 años acompañados por sus padres. Son los dueños de una larga franja horaria que durará siete horas. La gran función del día, de 17 horas de duración, será cerrada a las once de la noche por los mismos que la abrieron.

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