en primera persona

Diario de un confinamiento: La "correción cuántica" del universo

Día 40. Mi vecina quiere meditar y hacer yoga, pero yo sufro por sus vértebras y por su salud mental: utiliza una ensaladera como cuenco tibetano

Yoga teacher Rebecca Pacheco, author of "Do Your Om Thing," leads an online yoga class attended by people around the world from her home amid the coronavirus disease (COVID-19) outbreak in Boston, Massachusetts, U.S., April 10, 2020. REUTERS/Brian Snyder [[[REUTERS VOCENTO]]] [[[HA ARCHIVO]]] HEALTH-CORONAVIRUS/USA
Mis mejores deseos a todos los que siguen tutoriales de yoga en casa.
BRIAN SNYDER

Mi vecina me pide velas. Ni huevos ni sal. Ni siquiera una copita de anís (del que sospecho es aficionada). Me pide velas porque, según dice, va a hacer ‘mailfulnis’. ¿Perdón? "Sí, eso de la meditación con posturas", me explica. Me entran sudores fríos. No la imagino sentada en posición de loto sin dislocarse la cadera. No quiero pensar cuántas vértebras se le quebrarán cuando salude al sol. También temo que lo de las velas se le vaya de las manos y acaben prendiendo las cortinas e incendiando media casa. ‘Lo que el viento se llevó’ de la pandemia. Fogosa ofrenda.

Como estoy en ‘shock’, no ofrezco resistencia y le entrego lo que me pide. Incluso cuando me pregunta si una ensaladera servirá como cuenco tibetano, yo asiento. ¿De dónde habrá sacado esta mujer lo del ‘mindfulness’? ¿No tenía bastante con fregar diez veces al día el descansillo que ahora también quiere limpiar chacras y auréas?

Entiendo que todos queramos aliviar la ansiedad o el estrés después de seis semanas envasados al vacío, pero sospecho que las técnicas de relajación de la moradora del 4ºB sacarán de quicio a los inquilinos del A, del C, del tercero y del quinto. Ella, metida a ‘chamana’, es peligrosa. Es capaz de hacer, sin quererlo, una misa negra con las velas que le he prestado. Es capaz de invocar demonios y provocar una debacle cósmica con su nueva espiritualidad. Claro que... ya estamos en eso, ¿no? Dicen que la pandemia servirá como "corrección cuántica" del planeta y yo maldigo la ‘new age’, las terapias sanadoras y hasta a mi querida vecina, que me parecía más simpática cuando hacía zumba y no sacrificaba vírgenes doncellas abriéndolas en canal.

Sí, quizá exagere, pero es el fin del mundo, ¿qué quieren que haga? En el fondo –aunque me vaya a quemar la casa– le agradezco que trate de entretenerse sin salir a la calle. Ella era muy de estar de charleta ‘a la fresca’ y no tiene que ser fácil gobernar la vida de los demás desde un balcón. Además, leo que en China han identificado a un ‘supercontagiador’ (un hombre de 87 años que ha transmitido el virus a 78 personas) y sé que ella tiene un perfil semejante, así que mejor que se quede en casa. Ya es superpesada, y supercotilla, y ahora estará hecha un supernudo con las piernas por detrás del cogote, las extremidades rotas y la mirada fija en el infinito.

Un enorme estruendo me saca de golpe del ensimismamiento y, ya está, pienso que se ha caído o que ha roto algo. Otra vez. La cosa se pone fea. Es como si temblaran los cimientos. Solo a la tercera me doy cuenta de que es un taladro percutor porque están arreglando una tubería en nuestra calle. Mi vecina, definitivamente, no está relajada. "¿No tenéis otro momento? ¡Sinvergüenzas!", grita desde el balcón en mallas.

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