El Aragón que soñó el presidente Lanzuela

Economista brillante y político radicalmente honesto, introdujo un estilo ajeno a las camarillas que enturbiaban el escenario y, para estupor de sus adversarios, se mostró inmune a los enredos.

Santiago Lanzuela, candidato al Congreso de los Diputados por el PP en Teruel en 2004, durante una entrevista concedida a HERALDO, en la fuente de Cella
Santiago Lanzuela, candidato al Congreso de los Diputados por el PP en Teruel en 2004, durante una entrevista concedida a HERALDO, en la fuente de Cella
Antonio García

Recién llegado de Tegucigalpa, su último destino como alto funcionario de cooperación internacional, Santiago Lanzuela se presentó ante los aragoneses un día de marzo de 1989. Llegaba para ser consejero de Economía en el gobierno PAR-PP, el primero de coalición en la historia de la comunidad. Hacía el camino inverso al de muchos: volver a trabajar por su tierra. Empezaba una carrera de servicio que le iba a convertir en presidente de Aragón, el primero que tuvo en la comunidad el Partido Popular.

A Santiago Lanzuela le tocó embridar las cuentas y construir proyectos tras una etapa convulsa. Economista brillante y político radicalmente honesto, introdujo un estilo ajeno a las camarillas que enturbiaban el escenario y, para estupor de sus adversarios, se mostró inmune a los enredos. Se convirtió en un presidente sin apenas asesores -los redujo a la mitad-, pasó las consejerías de 9 a 6 y se rodeó de independientes que creían en la política, como Manuel Giménez Abad y José María Rodríguez Jordá. No sabía qué era la propaganda, algo que resulta especialmente valioso y que provoca, hoy especialmente, una punzada de melancolía. En el pequeño anexo al despacho oficial, donde trabajaba, presidía su mesa un cuadro del pintor turolense Agustín Alegre. Fiel a los veranos en su Cella natal, se aplicó a los proyectos para impulsar Teruel pero era también un enamorado de Zaragoza -donde paseaba con su mujer, Manena, y sus dos hijos-, y de Huesca y su historia.

El Aragón de hoy no puede entenderse sin los cuatro años de un presidente que creyó en todas sus potencialidades y que sembró la comunidad que es -somos- hoy. La recuperación del patrimonio, los planes para Teruel, Dinópolis y la Fundación Albarracín, el germen de Plaza, el impulso a los sectores de la nieve, el vino y el aceite, la lucha por el retorno de los bienes, la mejora de las comunicaciones… tuvieron sus pilares en ese fértil cuatrienio 1995-1999. En sus cambios de despacho, el primer objeto que desembalaba era una reproducción de la Fuente de los Incrédulos, un símbolo que, como admirador del Conde de Aranda, esgrimía para refutar a quienes pretendían frenar la fe que ponía en los proyectos. Fue especialmente feliz el día en que los Reyes inauguraron, con toda solemnidad, la restauración de la torre de La Seo. Pero también era feliz, un día cualquiera, en El Pueyo de Araguás junto a su alcalde, diseñando lo que iba a ser la rehabilitación del monasterio de San Victorián, como la del resto de panteones reales de Aragón, o enseñando la hospedería de La Iglesuela del Cid, lista para que otros la estrenaran.

El inicio de su mandato coincidió con el decreto vaticano que dictó la vuelta de las parroquias a Aragón. Se aplicó a luchar por el regreso de los bienes desde el primer momento, una labor que le ha reconocido especialmente el actual presidente, Javier Lambán, cuando se han recogido los frutos de un trabajo de lustros. Las turbulencias de la política aragonesa frustraron su segundo mandato al frente del Pignatelli. Queda para la historia como un gran presidente de Aragón y sus proyectos, convertidos en realidad a lo largo de estos años, como el testimonio de un valioso estilo de hacer política.

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