en primera persona

Diario de un confinamiento: Aislamiento a lo estilita

Día 27. El ‘Simón del desierto’ de Buñuel sabía vivir en un metrito cuadrado sobre una columna. ¡Cuánta austeridad y qué poco viaje a la nevera!

Lo de atrás no es la plaza del Torico.
Lo de atrás no es la plaza del Torico.
Heraldo.es

Hoy es Domingo de Resurrección, irónicamente, la fecha en la que debía acabar el primer estado de alarma. Hoy es un día grande para los creyentes, pero en este encierro parece que no tenemos prisa para asistir al milagro: muchos despertadores no habrán sonado antes de las once o las doce de la mañana.

Esta Semana Santa está siendo rara de terceroles. Yo, para entrar en situación, a falta de redobles y cornetas por las calles, veo fotos de Marujita Díaz con peineta. También he descargado un disco de saetas de Rocío Jurado. Las pongo entre C. Tangana y J. Balvin, es una forma de expiación. Me encantó ver al alcalde de Híjar agitando su vara de mando ante una plaza desierta. Parecía un loco peligroso, sí, pero es una de esas imágenes que recordaremos con los años. Todo un símbolo de estos encierros.

Pienso en otros confinamientos y recupero la historia de los estilitas. Ojo, no confundir sílabas y acentos, que no voy a hablar de Llongueras sino de Simeón, aquel santo que eligió como penitencia pasar 37 años sobre una columna en mitad del desierto. Como –la verdad sea dicha– mi conocimiento de los monjes sirios del siglo IV es limitado, mi referencia es ese mediometraje surrealista y delicioso que rodó Buñuel en 1965. Todo es muy loco. Este Simón barbudo y de acento mexicano se aísla en su atalaya de un metrito cuadrado, pero su día a día no puede ser más ajetreado. Sobre su columna no para de recibir visitas como en un ‘Aquí no hay quien viva’ de tiempos pretéritos. Incluso una Satanasa (Silvia Pinal) está todo el rato venga a tentarle. 

Con unas poleas, le entregan al venerable la comida, pero Simón, asceta y frugal, apenas toma dos hojitas de lechuga a la semana. (En este punto su confinamiento difiere del nuestro. La puerta de mi nevera pide una tregua cada vez que busco por la cocina una aceitunida con la que engañar al estómago. Le he prometido bisagras nuevas cuando esto acabe).

Lo más guay de la película es que suenan por doquier los tambores de Calanda. Eso, y las continuas invitaciones a "hastiarse de goces" cuando la penitencia concluya. En su caso, en lo alto de la columna; en el nuestro, encerradicos en casa. En ambos, una llamada a disfrutar de los placeres cotidianos, ya saben, conforme esto se vaya desescalando...

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