en primera persona

Diario de un confinamiento: ¿Y qué se estrena hoy?

Día 20. Es Domingo de Ramos y todos buscamos algo nuevo y sin usar por la casa. Yo tengo una peluca de Raffaella Carrá.

En esta caja de las maravillas siempre se encuentran sorpresas.
En esta caja de las maravillas siempre se encuentran sorpresas.
Heraldo

Hoy es Domingo de Ramos. Reza el dicho que "el que no estrena no tiene manos", pero ¡qué vamos a estrenar si estamos reconfinados y no podemos ni salir a comprar! Rebusco por casa cosas que nunca haya utilizado para crearme así la falsa ilusión de que les doy sentido nuevo, de que las uso por primera vez. Puedo estrenar el paquete de 24 rollos de papel higiénico que –compulsivamente y no sin histeria– compré el día anterior a que se decretara el estado de alarma. Tenía reservas previas, así que aún no me ha hecho falta. Abrirlo sería como descorchar una botella, pero menos sofisticado, algo más prosaico. No me parece el día adecuado, así que cambio de idea y sigo buscando.

Compruebo que tengo también sin abrir unas treinta bolsitas de ‘ketchup’ de un McDonalds que no piso desde 1984. Podrían servirme para decorar la palma de Pascua, pero como tampoco tengo rama alguna, prefiero tirar el ‘ketchup’ a la basura: el covid19 es malo pero sospecho que la gastritis y la disentería que provoca un sobre de esos caducado no puede ser mucho mejor.

Conservo igualmente 17 colecciones de palillos chinos que en 17 ocasiones anteriores pensé que serían útiles. Una vez los intenté usar con un plato de guisantes y –sin pretenderlo– estuqué la pared. ¿Qué más podría estrenar? Los preservativos de Fluvi que compré en la Expo ni los contemplo (por razones que ya imaginarán y que no vienen al caso) y las muestras de crema hidratante que regalan las revistas están tan pasadas de fecha que en lugar de dejarme un cutis perfecto temo que vayan a momificarme.

Piensa, piensa... ¿Qué más? Tengo unas sábanas de ajuar a las que jamás daré un uso y unas toallas con puntillitas bordadas que me avergüenzan. También mantengo inmaculada una caja de compases de la Comunión y unos anillos que me gangrenarían los dedos si tratara de ponérmelos.

Sigo pensando. Dándole vueltas. Pienso en que eso de estrenar llevo implícito el hecho de fardar, de presumir, de que alguien te vea. ¿Ante quién vamos a poder pavonearnos si atravesamos este encierro solos?

¡Bingo! ¡Ya está! lo tengo. Recuerdo que hace dos carnavales compramos unas pelucas rubias platino para hacer del cuerpo de baile de Raffaella Carrá. Aquel disfraz finalmente se frustró y la melenaza de diva italiana se quedó olvidada en un cajón. La miro, me la encasqueto y creo que me queda perfecta. Me favorece. Las cosas como son. Además, la puedo exhibir: esta tarde saldré a aplaudir al balcón vestido de Rafaella. La Carrá, ojito, que fue muy profética ella: ¿No cantaba aquello de "por si acaso se acaba el mundo, lalala..."?

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