en primera persona

Diario de un confinamiento: Los yonquis del chándal

Día 18. El correcto ‘outfit’ para una cuarentena requiere pantalón de pijama. Lo saben en Versace y en El Pequeño Catalán.

Una perfecta combinación de aislamiento.
Una perfecta combinación de aislamiento.
Heraldo

Escucho por la radio que la mascarilla puede ser una aliada. No, no hablan del bicho, lo dicen porque resulta útil para disimular la papada. Vaya, para lo que ha servido la barba estos últimos años de estética hipster. Ojo, que muchos han aprovechado la cuarentena para afeitarse y el susto –claro– ha sido mayúsculo. A veces no sé si videoconferencio con mi excompañero de trabajo o con el monstruo aquel de ‘La guerra de las galaxias’ que era una inmensa bolica de grasa. Aquí, haciendo amigos...

Una señora cuenta también, en la misma emisora, que ella sigue maquillándose bajo la mascarilla. A ver, no, no está recreando un Picasso a ciegas, quiero decir que ella sigue pintándose los labios aunque no se le vean.

Mantener el decoro en el vestir entra en completa colisión con todos los ‘memes’ que proliferan estos días sobre los ‘pijándal’, ya saben, pantalón de pijama más chaqueta de chándal. La pasarela doméstica del encierro es todo un drama y, como no quiero caer en ese sumidero, acudo a mi experto de cabecera. Lanzo un S.O.S. estilístico a otro compañero de trabajo, que siempre va de punta en blanco. Lo veo al otro lado de la pantalla y pienso ‘así, sí’. Él, con su camisa impecable, es un adalid de la moda, todo un ejemplo a seguir.

Al rato me escribe. Siento que se me derrumba. Me manda una foto de su ‘look’ real y ¡horror! (adjunto documento). ¡Qué estafador y qué humano al mismo tiempo! Podría ser peor. Podría haberme mandado una foto desnudo y con calcetines. O desnudo, con calcetines y unas ‘crocs’.

El aislamiento me pilló sin haber sacado tiempo para comprarme un batín a lo Hugh Hefner, y creo que será lo primero que haga cuando salga. Un ‘outfit’ de mansión Playboy es lo menos que se merece el sufrido repartidor de Amazon.

Atiendo la llamada desesperada de una amiga, cuya madre se ha enganchado a ‘Maestros de la costura’. No la deja respirar. Se pasa el día haciendo de figurín. Qué sacrificada la vida de ‘top model’. Me cuenta –con muchos nervios– que su progenitora se cree la nueva Coco Chanel y que ha recuperado del trastero la máquina de coser. Que está venga a reunir retales. Que parece un poco ‘homeless’ de tantas telas como lleva encima. Ahora se ha puesto a coser hombreras. ¡Hasta a las camisetas de tirantes! Dicen que cuando pase el confinamiento nada volverá a ser lo mismo. Mi amiga vestirá como en 1970. Un aliciente más para desear que todo esto acabe.

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