en primera persona

Diario de un confinamiento: Paredes de papel y un siluro mutante

Día 11. Mi vecina grita al Skype (o al ‘escay’, que dice ella) y escucho todas sus conversaciones. Comparto su inquietud por el triste fondo de armario de Fernando Simón

Espionaje de primero de EGB.
Espionaje de primero de EGB.
Heraldo

Los animales salvajes han encontrado las calles vacías y han dicho ‘esta es la mía’. Veo fotos de un familia de jabalíes paseando por la Diagonal de Barcelona. Cuentan también que las aguas de Venecia están más limpias que nunca y que, incluso, se han acercado delfines hasta sus canales. En las calles de Madrid se han dejado ver algunos pavos reales (no hablamos del orgullo ni de la canción del Puma) porque han saltado las vallas del Retiro y han visto que no les molesta nadie. La naturaleza se abre paso –explican– porque la contaminación global ha descendido y los humanos permanecemos confinados.

Fabulo con que un enorme siluro salta a la altura del puente de Piedra y hace turismo por la plaza del Pilar. Consulto las ‘webcams’ de la plaza por si lo pillo paseando con el palo selfi. Me pregunto si los señores de las fregonas de ‘Jesús Te Ama’ seguirán con su monserga o los habrán mandado ya a su casa. Mi Godzilla del Ebro, en cualquier caso, les ignora y prefiere acercarse a ver el escaparate de Belloso y el bufet libre de Las Palomas.

Me sacan de estas ensoñaciones los gritos de mi vecina. No, no le pasa nada. Está de videoconferencia y, como muchos de nosotros, cree que si no le grita a la máquina el interlocutor no la oirá. Vivo en una de esas viejas casas de ‘barrio consolidado’ y sé que en los años 50 construían las paredes con papel de estraza. Uno no es (apenas) cotilla, y es irremediable escuchar su conversación.

Dice que está en directo en ‘escay’. Me entran dudas pues no sé si se refiere a la videoconferencia o a su sofá sintético que imita cuero y hace efecto lapa en verano. Escucho ruidos extraños, como de pegajosidad plástica, me decanto por la hipótesis del sofá. La escucho contar que, desde que está encerrada, apenas tiene tiempo para nada porque se le juntan 27.658 videollamadas con los juegos ‘online’, las clases para aprender chino y el tutorial de tocar la bandurria. Es verdad, la compadezco. Pide una vacaciones para descansar de la cuarentena y todo tiene sentido en mi cabeza.

Ajena a que estoy ya poniendo un vaso contra la pared y mi oreja sobre él, ella sigue con su monólogo: ahora, acerca de que Fernando Simón apenas se cambia de ropa. Cuánto detalle en mitad del drama. Sospecha que por eso quería dejar abiertas las tintorerías porque debe tener un chalequico, un chaqueta y para de contar.

¡Ostras! No me lo creo. Ahora se habla de los animales salvajes que bajan a las ciudades. ¿Casualidad? ¿Serendipia? ¿La casa del duende? Dice que se sorprende de escuchar los trinos por la calle, pero –cáspitas– aún desconoce que hay un siluro mutante suelto por la plaza del Pilar. 

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