fruticultura

Las flores llegan (mucho antes) a los frutales

En el estado de alarma decretado en España, los agricultores continúan su actividad para garantizar el suministro de alimentos. 

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Los cerezos se han cubierto ya con unas flores, que son además un espectáculo para los sentidos, de las que brotarán después los frutos.
A.O.

La crisis del coronavirus ha vuelto a poner en primera plana a los profesionales del campo. Las primeras medidas para evitar la propagación del Covid-19 llegaron cuando los agricultores y ganaderos eran protagonistas absolutos de las calles de toda España, a las que habían sacado sus tractores para reivindicar medidas urgentes que pusieran fin a la crisis de precios y de rentabilidad que soportaban sus explotaciones.

Las organizaciones agrarias, convocantes de las movilizaciones, aplazaron entonces sus protestas para contribuir a detener la propagación de la pandemia. Pero sus profesionales siguen en la calle -mejor dicho, en sus cultivos y en sus granjas-, aunque esta vez, más que nunca, lo hacen para asegurar el abastecimiento de los alimentos a un población recluida en sus hogares, por decreto y en principio durante 15 días, tras establecerse en España el estado de alarma.

Así lo hacen los fruticultores, unos de los sectores más castigados por el desplome de los precios en origen, porque si bien es cierto que todavía no es tiempo de cosecha en Aragón, hay que cuidar el desarrollo de los frutales para garantizar que dentro de unos meses la fruta dulce que se produce en Aragón (cereza, melocotón, nectarina, ciruela, paraguayo, manzana y pera) esté lista en las mesas de los consumidores. Un cuidado que se hace muy preciso porque las suaves temperaturas registradas durante el invierno -el más cálido del siglo según los últimos datos de la Estación Estatal de Meteorología- han adelantado el calendario y los frutales aragoneses se visten ya de flores.

Con el adelanto de la floración llegará también antes la recogida de los frutos, una situación que inquieta al sector porque podría producirse un solapamiento de variedades en el mercado y con ello una distorsión (a la baja) en los precios.

Pero lo que más preocupa es que la primavera llegue con lluvias o, como el pasado año, sorprenda con unas heladas tardías, que, como sucedió en la anterior campaña, termine por arruinar unas buenas perspectivas de cosecha.

El invierno que este viernes se quedó atrás ha marcado un récord. Ha sido, según el análisis realizado por la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), el más cálido del siglo XXI. Y es que entre el 1 de diciembre de 2019 y el 29 de febrero de 2020 la temperatura media fue de 9,7 grados centígrados, casi dos grados por encima de la media de esta estación.

Lo notan los frutales de Aragón, una de las principales productoras de España, ya que estos cultivos necesitan para su correcto desarrollo unas determinadas horas de frío (temperaturas por debajo de los 7 grados centígrados) con las que apenas han contado este año. Eso explica que las flores -de las que después saldrá el fruto- inunden ya los cultivos de la Comunidad, cuando no se les esperaba hasta bien entrado el mes de marzo e incluso primeros de abril. "Está todo muy adelantado", señala Alberto Ortego, fruticultor y responsable del sector en la Comisión Ejecutiva de UAGA, que explica que la floración se ha adelantado este año entre unos 20 y unos 25 días respecto a la campaña anterior. Por eso, y al margen del espectáculo visual que ofrecen las más 38.000 hectáreas ocupadas por el cultivo de fruta dulce en la Comunidad, los productores comienzan a mostrar su preocupación.

"Este adelanto no solo puede ser perjudicial para la calidad del fruto sino que además provocará también que la recolección sea más temprana -unos quince días antes- con lo que se producirá un solapamiento de variedades en el mercado y la repercusión que esa circunstancia tiene para los precios", detalla Ortego, que trabaja estos días de estado de alarma en sus campos de Calatayud para realizar los tratamientos necesarios que eviten que la planta, y su producción, se vea afectada por plagas.

Es cierto, reconoce el representante de UAGA, que la falta de precipitaciones con las que se ha caracterizado un invierno seco y templado no ha provocado daños en el cultivo. Pero este fruticultor destaca que los árboles llegaban a esa estación con el impacto que supusieron el pasado año unas temperaturas superiores a los 40 grados y que provocaron importantes episodios de estrés en la planta.

Temor a heladas

No preocupa tanto el presente como el futuro del cultivo. El adelanto de la floración no tiene efectos negativos en el volumen de la cosecha, pero las flores son delicadas y las adversidades del clima podrían provocar daños irreversibles.

Los fruticultores temen que la primavera traiga intensas precipitaciones y, lo que es peor, que lleguen unas heladas tardías que terminen por dar al traste con la producción. Y es que, en especial los fruticultores de la comarca de Calatayud, todavía tienen en el recuerdo los destrozos del pasado año. En 2019, los meses de marzo y abril llegaron acompañados por episodios de fuertes hielos y temperaturas bajo cero que arruinaron las entonces buenas previsiones de cosecha provocando graves pérdidas especialmente en el valle del Manubles y el Jiloca, así como en las localidades de Miedes, Codos o Munébrega, y sumando una campaña más, y entonces iban cuatro, con mermas de hasta el 100% en algunas especies.

"La situación podría complicarse mucho si cae pedrisco o hay heladas porque el nivel de aseguramiento en estos cultivos es menor", destaca Ortego. Un descenso que se explica, matiza el sindicalista, porque muchos agricultores no han podido contratar las pólizas, ya que tras los siniestros del pasado año "el seguro costaba mucho dinero y además con las penalizaciones no resultaba eficaz". Una situación que se endurece en la comarca de Calatayud, una de las tres únicas en España que está considerada como zona de máximo riesgo. "Si vienen pedriscos, será la puntilla", advierte el representante de UAGA.

Al menos, las lluvias caídas a comienzos de esta semana -en algunas zonas incluso con cierta intensidad- han sido benévolas, especialmente para aquellos leñosos, como cerezas o almendros, que crecen en tierras de secano. Sin embargo Ortego destaca que si las precipitaciones son persistentes durante el cuajado podrían provocar el rajado del fruto. Mucho más inquieta que lleguen hielos, porque en ese caso "se llevarían la producción por delante", insiste este fruticultor bilbilitano.

Además, las precipitaciones de estos días exigen extremar las precauciones y, incluso como ha aconsejado el Centro de Sanidad Vegetal dependiente de la consejería de Agricultura del Gobierno de Aragón, obliga a realizar los perceptivos tratamientos para evitar la aparición de plagas, entre ellas el moteado de hojas en el peral y los manzanos o el temido fuego bacteriano, una enfermedad producida por una bacteria que seca las hojas de los árboles y necrosa sus frutos hasta la pérdida total.

Mano de obra

Con todo, falta todavía algo más de dos meses para que comience la cosecha. Y aunque toda España espera que para entonces haya pasado la complicada situación que vive todo el país por la crisis del coronavirus, los agricultores no ocultan su inquietud por el impacto que podría tener en la recolección la ampliación del estado de alerta y el cierre de fronteras (tanto en España como en el resto de países) y, con ello, la imposibilidad de disponer de los temporeros.

"Ya estamos viendo lo que esta pasando en Huelva", destaca Ortego, que se refiere así a las dificultades con que se están encontrando los productores de esta provincia andaluza para la recogida de la fruta. Porque el cierre de fronteras por la expansión de la pandemia por parte del Gobierno de Marruecos y la suspensión de todos los traslados de entrada y salida del país ha impedido que lleguen 9.000 trabajadoras para la recolección de frutos rojos.

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El dato

En Aragón, el cultivo de fruta dulce ocupa cerca de 38.400 hectáreas repartidas por las comarcas de Valdejalón, Bajo Cinca, Calatayud, Aranda, Caspe, Bajo Aragón, Matarraña y La Litera. El pasado año los fruticultores recogieron una cosecha, según las estimaciones de UAGA, que rozó las 700.000 toneladas de cereza, albaricoque, melocotón y nectarina, ciruela, pera y manzana. Una cifra un 2% superior a la obtenida en la campaña anterior, si bien es cierto que no todos los fruticultores pudieron hablar de incrementos porque las heladas y el pedrisco provocaron daños en algunas zonas.

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