8-M. la mujer en el mundo rural

Marta Urieta, ganadera: "Al principio, había quien me preguntaba: '¿Pero estás dentro de la granja?'"

Marta Urieta, de 28 años, nunca pensó seguir en la explotación familiar pero después de terminar la carrera de Administración y Dirección de Empresas (ADE) descubrió una nueva vocación al frente de la granja de porcino en su pueblo, Lécera.

Marta Urieta en la granja familiar en Lécera (Zaragoza).
Marta Urieta, en la granja familiar en Lécera (Zaragoza).
Raquel Labodía

Marta Urieta viene de una familia dedicada a la agricultura y la ganadería, pero no tiene reparos en confesar que ella nunca pensó en seguir los pasos de su padre, su madre y sus dos hermanos. "Nunca me imaginé que me iba a quedar aquí", afirma. Y no porque no le gustara la vida en un pueblo pequeño como Lécera, de unos 600 habitantes, a 60 kilómetros de Zaragoza, dice esta joven de 28 años. Simplemente porque afirma que en las zonas rurales hay menos oportunidades a la hora de encontrar según qué tipo de empleos y en su caso estudió en Zaragoza la carrera de Administración y Dirección de Empresas (ADE). Tampoco duda al comentar que "tenía miedo a los animales". Y ello incluía las cerdas entre las que hoy se mueve con tranquilidad en las instalaciones de la granja familiar Urieta Lázaro, cuyas riendas ha tomado junto a su hermano David, la segunda generación familiar.

Su padre, Mariano Urieta, ahora recién jubilado, dedicó su vida a la agricultura. A cultivar el cereal de secano que se atreve a crecer en las duras tierras de la comarca de Belchite. En 1991 buscó en el porcino un complemento a la agricultura, que pasa por altibajos, y construyó un cebadero de 1.000 cabezas. Su madre, Concepción Lázaro, era la que se encargó en un principio del cuidado de los animales. Ella no tiene muchos recuerdos de haber acudido de pequeña a la granja, salvo visitas puntuales con ella para echar una mano, pero lejos de los cerdos. Entonces nunca hubiera imaginado que iba a tomar el relevo de su madre. Y todo sin planificarlo.

Marta Urieta en la granja familiar en Lécera (Zaragoza).
Marta Urieta, en la granja familiar en Lécera (Zaragoza).
Raquel Labodía
"Empecé con la mentalidad de meter solo los datos porque hasta entonces todo se hacía manual"

Las instalaciones se ampliaron en 2001, cuando se incorporaron sus hermanos David y Mariano y se sumaron 600 cerdas reproductoras. Ella siguió ajena al trabajo familiar, en parte, también, porque es la pequeña –se lleva nueve años con ellos- y aún estaba estudiando. Y se marchó a Zaragoza a la universidad. El giro inesperado en su currículum se produjo nada más terminar la carrera. En 2013 acabó y en verano hizo unas prácticas en una gestoría en Zaragoza. El final de este periodo coincidió con otra inversión en la granja familiar y fue cuando sus hermanos le propusieron que se uniera a ellos. "Iban a pasar de tres a once trabajadores y me preguntaron: ¿por qué no te quedas?". Y ahí comenzaron seis años de aprendizaje. "Empecé con la mentalidad de meter solo los datos porque hasta entonces todo se hacía manual", explica. Y poco a poco llegó a trabajar con soltura  entre las 2.500 cerdas reproductoras que tiene hoy en día la explotación.

Marta Urieta, de 28 años, nunca pensó seguir en la explotación familiar pero después de terminar la carrera de Administración y Dirección de Empresas (ADE) descubrió una nueva vocación al frente de la granja de porcino en su pueblo, Lécera.

"No me arrepiento"

"No me arrepiento", afirma sobre su decisión (la llamaron el primer verano de la gestoría para que siguiera). La granja trabaja, como se denomina en el sector, de forma "integrada", en su caso, con el grupo Piensos Costa, que es el que proporciona los animales, alimento, medicinas y otros servicios. Ellos ponen las instalaciones y el trabajo. Los únicos momentos en los que imagina que su vida podía haber sido de otra forma, con un "horario de oficina", coinciden con los días en los que le toca hacer muchas horas o trabajar en festivos.

Reivindica el trabajo de la mujer en su sector y asegura que, pese a ser un mundo de hombres, no ha vivido situaciones de desigualdad. ·"En la granja trabajamos 11 personas y cuatro somos mujeres", recalca. Lo que sí ha sufrido es algún prejuicio. "Nunca me he sentido discriminada", pero "al principio había quien me preguntaba: '¿Pero tú estás dentro de la granja?", cuando contaba dónde trabajaba, porque no se creían que estaba entre animales. Pero recuerda que sus hermanos cuando empezaron a trabajar también tuvieron que aprender a hacerse respetar por ser jóvenes.

Defiende las ventajas de vivir en un lugar en el que "me cuesta cinco minutos venir a trabajar". Más que servicios, porque para ella el municipio tiene todos (tiendas, colegio, farmacia, médico, bar...), asegura que echa en falta "gente porque hay unos 500 empadronados pero no tantos viviendo". Entiende que quien ha estudiado algo muy específico "quiera trabajar de lo suyo y no es posible aquí" y así, muchos jóvenes siguen prefiriendo irse a Zaragoza. Ella mantiene que "es posible vivir aquí", aunque sea en una profesión que nunca pensaron, como ha sido su caso. 

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