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Hijos de la ópera

Nacieron sumergidos en la música, entre aplausos pero, también, entre grandes ausencias. Comenzaron tomando mundos paralelos, pero el tiempo les ha situado en el mismo sitio que sus padres, grandes monstruos de la ópera. Son hijos de Teresa Berganza, Montserrat Caballé y Plácido Domingo y Panticosa les acoge el próximo domingo 28

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Montserrat Caballé sostiene en sus brazos a su hija
M.C.

A Plácido Domingo jr. no le importa que le pregunten sobre su vida con su padre o ese cansino "por qué se dedica a la música" o si cree que siempre le compararán con él. "Yo lo entiendo, de verdad, y lo veo lógico". Porque Plácido Domingo Ornelas fue pronto consciente de quién era, de que su padre era uno los más destacados tenores del panorama operístico del siglo XX, y su abuelo un barítono lírico de zarzuela nacido en Zaragoza en 1905; y que su mundo sería el de la música. Como lo fue para Montserrat Martí Caballé, hija de una de las más grandes sopranos del siglo XX, admirada por su técnica vocal y por sus interpretaciones del repertorio belcantista y de Bernabé Martí, nacido en el zaragozano Villaroya de la Sierra en el seno de una familia campesina, que trabajó la tierra y pastoreó cabras y fue dotado de una gran voz de tenor que le llevó por el mundo, protagonistas de una bonita historia de amor, envidiada por la mismísima María Callas. Como le sucedió, también, a Cecilia Lavilla Berganza, hija de Teresa Berganza, una de las voces más importantes de la historia de la ópera, y de Félix Lavilla, pianista y compositor. Tres hijos de la ópera que nacieron sumergidos en el universo de la música; que crecieron entre aplausos y teatros pero, también, entre largas ausencias de sus padres, siempre de gira por el mundo, pero como dice Cecilia, "el universo de nuestros padres y familia es para cada uno lo normal y a lo que estamos acostumbrados. ¡Aunque no por ello es menos emocionante!".

Inicios diferentes

Los tres tomaron rumbos distintos antes de dar voz a sus voces, magníficas. Plácido ya era un reputado compositor antes de lanzarse a cantar, impulsado por su padre. También fue Teresa Berganza quien insistió a su hija para que estudiara canto, que antes hizo ballet y se interesó por el teatro, la filología y el diseño de interiores. Y Monserrat llegó al canto desde el ballet.

Los tres, también, asumen la otra cara de sus apellidos, la de las comparaciones a veces no siempre amables. "¿Que me comparen con mi madre? Con los años he averiguado que esta es una duda que se han preguntado y se preguntan todos menos yo. ¿Estar a su sombra? ¿Cómo se hace sombra al mismo sol?", dice Montserrat. "Las comparaciones son inevitables pero también las hacen quienes quizá no tengan otra cosa que hacer. Y cuando me dicen que si no voy a la sombra de mi padre siempre respondo que mejor, que hace calor…", responde con humor y sorna Plácido. Los tres son los protagonistas el día 28 del Festival Internacional de Panticosa ‘Tocando el Cielo’ que rinde con ellos un homenaje a la relación entre la música y el cine en el concierto ‘Hijos de la ópera: de Haendel a Broadway’.

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Plácido Domingo abraza a su hijo Plácido durante uno de los recitales que hacen juntos.
P.D.

Ninguno de ellos recuerda con dolor las largas ausencias de sus padres en eterna giras. "Mis hermanos, Teresa y Javier, y yo –explica Cecilia– tuvimos la fortuna de tener unos abuelos magníficos que venían a casa para estar con nosotros cada vez que mis padres viajaban. Y con ellos tuvimos también la rutina diaria de cualquier niño y la posibilidad de sentir una estabilidad emocional muy importante. Durante las vacaciones y otros periodos mi madre nos llevaba siempre que podía con ella, a pasar juntos temporadas largas". "Mis padres decidieron que mi hermano y yo creciéramos en Barcelona –recuerda Montserrat–. Vivíamos con nuestros abuelos maternos. Papá y mamá iban y venían pero establecieron nuestro hogar allí para así procurarnos cierta estabilidad. Nosotros aprendimos que el trabajo de mamá estaba lejos de casa. Durante la adolescencia se llevó algún que otro desplante de nuestra parte rebelde que intentaba encajar a la madre con la figura mundial, y sin duda ella fue quien lo padeció más. Como madre que soy imagino tantas noches, después de un gran éxito, en la soledad del hotel preguntándose el color del pijama de sus niños a los que no había podido acostar. Tal vez por eso nos llamaba desde cualquier rincón del planeta 2 y 3 veces al día para preguntarnos por la escuela, por los deberes y demás actividades y cada noche para saber si nos habíamos cepillado los dientes y desearnos buenas noches sin importarle la diferencia horaria que seguramente le restaba horas de sueño tan necesarias para cantar". 

La vida de Plácido fue más nómada. "A veces no sé ni de dónde me siento, si soy español, americano, norteamericano. ¿Mis raíces? Soy un popurrí de todo, y hablo castellano como si hubiese vivido en España, a diferencia de mis hermanos, casados con mexicanas y que a veces tienen ese deje... Yo nunca he perdido mi acento castellano». Plácido nació en México, de pequeño estuvo en New Jersey, "pero hice párvulos en Mataró, porque mis padres tenían una casa en Llavaneras. Después, como mi madre se sentía sola por las giras de mi padre, y como tenía una hermana en Muntaner, nos fuimos a vivir a Barcelona donde estuvimos casi 10 años. Vivíamos en la avenida Pau Casals, una zona muy bonita, frente al Turo Park. Luego estuve en Estados Unidos y Suiza y me fui a estudiar música a Viena. Después pasé 24 años en Estados Unidos, entre Nueva York, California y Florida, y en 2013 me enamoré de una mujer de Roma, cerré mi casa, entonces en Miami, y me fui, con tres maletas, con ella. Desde que me mudé a Europa he visto mucho a mis padres, más que en los 24 años anteriores, porque Europa es un pañuelo".

Mi madre nos llamaba dos y tres veces al día para preguntarnos por todo, por la escuela, los deberes...

Todos han crecido entre luces y aplausos, "algo cotidiano desde que nací", explica Montserrat, porque "eran parte del día a día en casa. Es cierto que cuando descubres que a los demás niños no les ocurre te sientes diferente y no resulta fácil. Pero mis padres lo supieron hacer muy bien, nos ayudaron a mi hermano y a mi a no sentirnos ni mejores ni peores que los demás. Desde su grandeza humana y profesional nos enseñaron a valorar, respetar y entender que hay muchas formas de vida y que todas son válidas". Para Plácido "cuando te paseas por Verona y ves los póster, las fotos, el nombre de tu padre... o que la gente se le acerca obviamente te das cuenta de que es alguien especial o famoso". "La vida que he vivido con mis padres ha sido lo normal para mí. Ya más mayor te das cuenta del privilegio de haber vivido una época dorada de la música y la suerte de disfrutarla de cerca junto a ellos", dice Cecilia.

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Teresa Berganza junto a su hija Cecilia.
C.L.

Su llegada al mundo de la música también ha sido similar, porque los tres dieron otras vueltas a la vida antes de cantar y de hacerlo incluso con sus padres. "De pequeño mis padres me propusieron aprender a tocar el piano y que tomara clases, pero tenía poca disciplina, no quería aprender porque además la música se me daba muy bien de oído y luego lo pasé fatal cuando quise entrar en el conservatorio en Viena, para estudiar composición y orquestación, que es mi profesión, porque escribo canciones, temas, he hecho musicales. Tuvieron que ponerme un tutor para aprender esa teoría y poder entrar en el conservatorio, porque no sabía nada", recuerda Plácido, que tiene una larga trayectoria como compositor y de éxito. Porque además de componerle a padre, ha escrito para artistas como Michael Bolton, Alejandro Fernández o Tony Bennet y realizó un musical, Vlad, una adaptación de la novela Drácula. Fue precisamente su padre quien en 2009 le invitó a cantar y a hacerlo con él cuando le escuchó al componerle unas canciones sobre poemas de Juan Pablo II, "un disco del que compuse tres temas y fui el productor ejecutivo. Mi padre me pidió que le grabara varios cosas para escucharlas para aprendérselas. Al oír por primera vez mi voz y me dijo: '¿por qué no cantas?', y le respondí: 'porque ya lo haces tú'. Pero, me insistió diciendo que lo que yo hacía era totalmente distinto a él. Entonces me empezó a invitar a conciertos y así es como comencé a desarrollar poco a poco mi carrera como cantante". 

Tenía 42 años y dice que lo que más le gusta cantar son los boleros mexicanos, tangos y la canción italiana; que sobre todo hay que saber qué cantar, "qué puedes cantar con tu voz, y que la música llegue a la gente".

Mi padre me dijo que por qué no cantaba, y yo le respondí: "porque ya lo haces tu"

Cecilia recuerda que su madre insistía en que estudiara canto, pero tardó en hacerlo porque pensaba que era una locura con los referentes que tenía. Comenzó en el ballet junto a su hermana con Rosella Hightower, en Francia, y luego en Nueva York y Aix-en-Provence, a la vez que debutó en los Teatros de la Ópera de Hamburgo y de París. Además estudió Arte Dramático en París, idiomas y Arquitectura de Interiores en Madrid. Pero al acabar todo esto "me decidí y ¡si no funcionaba ya tenía otra salida laboral! Mi madre me puso en manos de Isabel Penagos y a la vez comencé a estudiar con mi padre todo el repertorio, muy intensamente, como él trabajaba siempre. Tuve la suerte de poder hacer recitales de dúos junto a mi madre, con quién aprendí tanto y tan bueno". "Quizás al principio es difícil, cuando estás empezando, que te comparen continuamente con ella, porque evidentemente ¡no hay comparación! Pero siempre he tenido claro que mi camino es el que yo pudiera ir abriendo. Poco a poco fui encontrando mi repertorio y mi espacio y me quedé en la música de cámara, que fue llenando toda mi carrera. Feliz de que así haya sido. Y feliz de haber heredado de ellos la parte que sea. No llega a afectar la comparación cuando uno es consciente de lo que hace, sabe dónde debe estar y puede defender su propio trabajo.

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Montserrat Martí junto a su madre, Montserrat Caballé, en uno de sus recitales.
M.M.

Para Montserrat todo fue más sencillo. Con 12 años le pidió a su madre que le enviara a Rusia a estudiar ballet al Bolshói, pero "empecé a estudiar en una academia y después tuve la oportunidad de conocer a la bailarina rusa Maya Plisétskaya en un viaje que hicimos con mi madre a Pekín. Maya me vio bailar poniendo los pies como las bailarinas, pero ya era un poco mayor para la danza. Tienes que ser muy jovencita y yo tenía 15 años. Lo intenté". Cuenta que le dijeron a su madre que tenía buena voz y que fue su tío, que era su agente, quien le hizo una prueba antes de empezar a estudiar canto, con Isabel Penagos, como Cecilia. "Al saberlo mi madre me advirtió de lo duro de esta profesión pero siempre tuve su consejo". Y recuerda que en el escenario "era la profesional más exigente y así te hacía sentir, pero como compañera de escena era además de sublime de una generosidad extrema. Como madre, en el escenario las emociones y sensaciones se multiplicaban y cuesta describir la belleza de ese vértigo".

Química en escena

A Plácido le sucede algo parecido. Con un gran cariño explica que cuando sale al escenario ve a su padre "no al monstruo que ven los demás. Hay una bonita química en escena porque no son dos artistas, sino un padre y su hijo, y no, no me pongo nervioso, es como tomarte una caña con él, no puedo separar eso. A mi me hace mucha ilusión y a veces incluso dicen que los timbres se parecen, pero él tiene una potencia distinta aunque en fraseo y timbre nos parecemos mucho", dice con una voz que hasta su madre confunde a veces por teléfono con la de su padre.

A Cecilia no le cabe "la menor duda de que cada uno de nosotros somos el resultado de nuestras propias vidas y esfuerzo, como cualquier otro colega. Lo que tenemos en común es que seguimos nuestras diferentes trayectorias siempre con mucha entrega esfuerzo y pasión". "Este encuentro con Montserrat y con Plácido lo impulsó un gran amigo, Luis Santana, que también nos acompaña en Panticosa. La primera vez que lo hicimos hubo para mí momentos muy emotivos al escucharme cantando con ellos, porque fue una bonita forma de recordar los momentos vividos con nuestros padres". Para Plácido, Montserrat y Cecilia "son dos grandes personas, con grandes corazones. Son dos grandes voces y siempre alucino de cómo se parecen físicamente a sus madres".

Mi hija ya está acostumbrada a los escenarios. Veo sus inquietudes y capacidad por el arte

Mientras, Montserrat ya habla de su hija a punto de cumplir 8 años, "una niña acostumbrada a los escenarios y que ha tenido la suerte de vivir momentos inolvidables entre tablas con mi madre y conmigo. Veo sus inquietudes y capacidad por el arte y la música pero aún es pronto, ella será quien haga su camino y nosotros le ayudaremos». Una niña acostumbradas a los viajes, "a presenciar ensayos, dormirte en las butacas....", como recuerda Plácido su propia infancia.

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