Por
  • J. L. Rodríguez García

Amistad

Amigos y amigas con quienes dejé de compartir idas y venidas siguen presentes en mi memoria.
Amigos y amigas con quienes dejé de compartir idas y venidas siguen presentes en mi memoria.
Rawpixel

El Filósofo habló de la amistad para suponer que hay tres grandes tipos de ese sentimiento universal: el provocado por la convivencia de los juegos, el que se asienta en la comunidad de intereses y la más auténtica, fundada en el desinterés. Insólita me parece esta última por desconocer que no hay sino juegos comunes e intereses compartidos en la existencia humana. Lo sorprendente es que cuando se agota lo que ancla los dos primeros tipos de amistad esta siga existiendo. He leído en algún papel que Char y Gide, ya alejados de sus combates juveniles, necesitaban cenar con cierta frecuencia no para comentar la vida política, sino simplemente, para estar juntos, respetando la «extrañeza común» que elogiaba Blanchot en un ardoroso artículo dedicado, cómo no, a un entrañable amigo.

Me sorprende desde hace años hasta qué extremo amigos y amigas con quienes dejé de compartir idas y venidas siguen presentes en mi memoria y afecto como si el tiempo se hubiera congelado. Es posible que no los reconociera de cruzarme con ellos en la calle: son una vieja conversación, una botella de vino, una discusión apasionada sobre Cortázar o, a veces, una simpatía madurada brevemente. Tengo amigos con los que compartí sueños y viven ahora en las antípodas de mis creencias: y, sin embargo, conversamos de vez en cuando, bromeamos en epístolas amargas o festivas, y prometemos vernos muy pronto. Sabemos que es muy difícil. Consuela saber que lo que nos acerca es algo parecido a la amistad.

J. L. Rodríguez es catedrático de Filosofía (Unizar).

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión