María García: "No puedo describir qué siento al ver el castillo de Monzón"

Ha sido la periodista española más premiada en Estados Unidos y hoy se ha convertido en la escritora de otros

María García, periodista de Monzón, lleva 27 años en Estados Unidos.
María García, periodista de Monzón, lleva 27 años en Estados Unidos.
M.G.

Salió de Monzón hace 27 años con un par de maletas regaladas por sus amigos y se convirtió en la periodista española más reconocida y premiada en Estados Unidos. María García (Monzón, 1970) tiene un Emmy, diez candidaturas a Emmy, un Premio Nacional de la National Association of Hispanic Journalist otorgado en Washington y el codiciado ‘Edward Murrow’, nada menos, por su larga carrera en Telemundo 52, el canal en castellano de la NBC. Ha entrevistado de Al Gore a Schwarzenegger, pasando por Alejandro Sanz, Álex de la Iglesia y a cualquier español que pasara por Los Ángeles donde vive y donde siempre tiene abierta su casa, porque, dice, "mi-ca-sa-es-su-ca-sa, una frase en español que todo americano sabe y la dice con acento marcado. Como inmigrante necesité de quienes me abrieran sus hogares: Carlota (de Monzón, también) y su marido Hans, la familia Corral, la familia Godínez, Corona, y tantas otras. ¡Cómo no abrir las mías ahora al que llega de lejos!".

Radio Monzón le descubrió un mundo que siguió en emisoras en castellano cuando se fue a San Francisco, donde trabajó de todo y estudió Periodismo y Comunicacion Audiovisual. Y de allí a Los Ángeles, a Telemundo donde hizo un periodismo de trinchera, el que te lleva a acompañar a los ‘espaldas mojadas’ en su ruta casi de la muerte, o a desenmascarar a un pederasta; y fue también conductora de informativos. Pero se cansó de la rutina y se convirtió en una ‘escritora fantasma’ (ghost writer), alguien que a veces escribe para otros y otras es coautora. Y es feliz. "De reportera pasaba días sin ver a mi niña. Cuando te conviertes en madre te cambia el chip para siempre, y hubo noches que mi hija lloró preguntando por su mamá. En mi nuevo plan de trabajo soy yo quien la lleva a la escuela, a clase de ukelele, de piano, de francés, de hip hop, y de kick boxing. ¡Soy la súper mamá!, ¡‘Uber-mom’! Y me en-can-ta. Cuando veo a mis colegas entrevistando al presidente de México o al candidato demócrata Bernie Sanders no siento ninguna envidia, porque mi lugar ahora está en la puerta del colegio. En unos años más, el universo decidirá. No nací periodista ni moriré periodista. Estoy dispuesta a reinventarme una vez más". Con su acento a veces medio chicano –"llevo 27 años aquí, ¿cómo quieren que hable? Veinte años hablando español con mexicanos y centroamericanos"–, dice que no echa de menos nada, porque "sólo extraño a la gente con la que convivía a diario en las aceras, en las escenas del crimen, en la frontera, en los huracanes o terremotos, manifestaciones, o mítines comunitarios donde los líderes del futuro despuntaban; y a mis cámaras. A nadie más".

Llevo seis años trabajando en casa, puedo llevar a mi hija al colegio y soy muy, muy feliz

Cómo ha cambiado su vida en pocos años.

En 2012 dejé Telemundo, después de 20 años en medios en español en Estados Unidos. La rutina comenzaba a consumirme, porque hasta los ‘breaking news’ (informativos) se vuelven rutinarios y predecibles, en especial dentro de la noticia corporativa. El periodismo ha cambiado mucho desde que empecé a mediados de los 90. Si quieres vivir de esta profesión con decencia tienes que trabajar para una compañía medianamente grande, y ahí entra en juego ‘the corporate news’ donde todo está inventado, escrito y formateado antes incluso de que suceda. Mi alma rebelde se aburría, echaba de menos aquellos años donde te podías pelear con el director de noticias y no pasaba nada, y el debate, la pasión por las historias y la individualidad del reportero eran partes clave de la labor de informar. Pero me aburrí de enviar cada mañana docenas de correos a diferentes mánager. Por casualidad, como siempre en mi vida, cayó en mis manos el proyecto de escribir un libro para una editorial grande y acepté, aunque sólo había escrito guiones de noticias. El libro fue ‘Forgiveness’, de Simon Schuster, un superventas en el New York Times tanto en la lista de libros en español como en la de inglés. De ahí, llegaron otros y ya llevo seis años de escritora en casa, con el pijama, a la una de la tarde y despeinada. Un gran cambio, sin duda. Del glamour de las cámara en Los Ángeles a mi ordenador. A veces soy ‘ghost writer’ (escritor fantasma) que me fascina, porque me camuflo en diferentes personalidades y puedo vivir historias con más libertad. A veces soy coutora, pero todavía no he publicado nada enteramente mío. Dos de mis adaptaciones (libros que yo misma convertí en guiones de teleserie, o colaboré en hacerlo) ya fueron aceptadas por grandes estudios. Una verá la luz muy pronto, pero no puede decirlo hasta septiembre cuando las anuncien y entren en preproducción.

Lo dejó por escribir para otros, algo que en España llamamos ‘negro’.

¡Qué brutos! es un término sumamente racista. Ser ‘ghost writer’ en Estados Unidos es una profesión muy loable, a la que muchos personajes muy ocupados recurren porque no saben escribir libros. Está bien pagada y no mal vista. Desde Michelle Obama a Hillary Clinton contratan escritores para dar forma a sus textos.

Ya no tiene contacto con ese periodismo que hacía.

Admiro a todos mis colegas, sigo en contacto con ellos y aplaudo su valiosa labor en estos tiempos que corren, con el destape de ese término que tanto desdeño, las ‘fake news’. Los medios de comunicación hispanos en Estados Unidos están jugando un papel clave para mantener informados a más de cincuenta millones de latinos, hoy, con este despertar de la xenofobia, el populismo barato de Trump, y la luz verde para ofender que este tipo y otros líderes en el planeta parecen haber encendido. Lo que me cansó fue la corporación, no los individuos. Admiro a los periodistas comprometidos y seguimos necesitándolos, por mucho bloguero que exista y mucha red social. No podemos comparar a un profesional con ética a cualquier loco con una cuenta de twitter, sin menospreciar la tarea que la libertad de expresión en la redes nos brinda, y que también es necesaria.

Sigue viniendo cada año a su pueblo, a sus raíces, con su madre.

Paso por Monzón al menos una vez al año. Me gusta ver el castillo de lejos, cuando voy llegando y es una sensación indescriptible, que sigo sintiendo por mucho tiempo que pase. Mi madre se mantiene al pueblo, y mis hermanos tomaron diferente rumbos: Canarias, Cartagena y Sos, una maravilla donde pasé diciembre encerrada terminando un libro y ¡mirando el Turbón por la ventana!

¿Cómo lleva su hija la disparidad de sociedades, de Los Ángeles a las montañas de Monzón?

Fenomenal, Iztel es bicultural, porque además su padre es de Madrid. Pasa dos meses al año en España y maneja muy bien sus dos culturas. Es inevitablemente más californiana que españoleta, pero le sale lo madrileño y lo mañico de vez en cuando y me río.

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