REPORTAJE

Misioneros hasta el final

La muerte de una misionera española de 77 años en la República Centroafricana ha conmocionado no solo por la virulencia del ataque. También, por la avanzada edad de la religiosa. ¿No existe un retiro para el misionero? ¿Quién decide si se queda en el país o regresa a su lugar de origen? Cooperantes aragoneses lo cuentan

Mª Luz Guiral tiene 90 años y Carmen Acín ha cumplido 85. Las dos regresaron hace poco a Zaragoza, tras toda una vida de misioneras.
Mª Luz Guiral tiene 90 años y Carmen Acín ha cumplido 85. Las dos regresaron hace poco a Zaragoza, tras toda una vida de misioneras.
Guillermo Mestre

La media de edad de los cooperantes religiosos aragoneses ronda los 70 años y muchos superan los 90. ¿Hay relevo para la solidaridad?  Las tres diócesis de la comunidad cuentan con casi 300 misioneros, con edades entre 45 y 102 años. De los 212 misioneros de la Diócesis de Zaragoza, dos tienen más de 100 años; entre 90 y 100 años hay 17; de 80 a 89 años, un total de 67; de 70 a 79 años, una cifra de 62, y de 60 a 69 años son 27. Los más jóvenes tienen entre 40 y 49 años y, en el caso de Zaragoza, son tan solo 13. «Pero un misionero nunca se jubila. Puede marcharse por motivos de salud o porque considere que la obra ha llegado a su fin. Te expones a muchos peligros y muchas, muchísimas veces temes por tu vida, pero no existe la palabra ‘retiro’», avisa Carmen Acín, de 85 años. Natural de San Mateo de Gállego, empezó sus misiones en 1964 y ha sido la salud la que la ha obligado a dejar su amado Mozambique, «aunque me vine con pesar», admite. Y Mª Luz Guiral, de 90 años y nacida en Lascellas (Huesca), comprende ese sentimiento. Sus casi 40 años de misionera entre Chile y Ecuador llegaron a su fin en 2016, «cuando comprendí que era hora de dejar paso a los jóvenes». Las dos reconocen tener todavía el corazón en la misión, «porque se es misionero hasta el final».

La avanzada edad del misionero coincide con la falta de vocaciones también en España, «hay menos seminaristas y cada vez somos menos los religosos que decidimos cooperar en una misión», considera José Manuel Sauras, de 61 años y natural de Albalate del Arzobispo (Teruel). Religioso de La Salle, empezó su misión en 1990, Ha estado en Togo, Burkina Faso y Benin, como profesor de español y francés, y regresó en enero de este año, por motivos de salud. «Pero hay savia nueva en el árbol», avisa. Y responde así a la pregunta sobre el relevo de religiosos en las misiones. «La llegada de laicos (con lazos espirituales con la Iglesia pero no consagrados) configura actualmente la fuerza de la misión».

José Manuel Sanz, en Togo
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José Manuel Sauras, desde Togo

Religioso turolense de 62 años, se marchó de misiones en 1990 y regresó el pasado mes de enero. Dio clases de Español y Francés en colegios de La Salle en Togo y Benin. «Hemos conseguido que los propios lugareños saquen adelante el proyecto educativo».

Es el caso de Jorge Viejo, electricista y bombero zaragozano de 48 años que estuvo de misionero en Mozambique y Honduras de 2007 a 2013 a través de la ONG Misioneros Seglares Vicencianos (MISEVI). Viejo se sorprende de que todavía persista la idea de que el misionero va a rezar y evangelizar, «un concepto que forma parte del siglo XIX. El misionero va donde hay necesidad, y va a trabajar. En Mozambique, en el Instituto Agropecuario Mártir Cipriano de Nacuxa, había 400 niños y de ellos solo ocho eran cristianos. En Honduras, en la sede de San Pedro Sula, se atiende a 10.000 niños, está en marcha un pequeño hospital, una biblioteca pública y un centro de detección y tratamiento del sida. El objetivo no es convertir ni rezar, sino ayudar». Además, en la cárcel mozambiqueña de Nacala, donde los misioneros realizan labores de formación, alfabetización, aportan ayuda legal y supervisan los procesos judiciales, Viejo dio clases de Electricidad, con vistas a la reinserción de los presos.

Mª Luz Guiral
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Mª Luz Guiral, en Ecuador

Tiene 90 años, es de Lascellas (Huesca) y estuvo de misionera hasta hace tres años. Comenzó su viaje en Chile, en 1977 con las Escolapias y vivió más de una década en Ecuador, donde daba clases en una escuela en la selva. Atendía también a enfermos y colaboraba en proyectos de formación de la mujer.

Por su parte, José Manuel Sauras destaca el esfuerzo educativo de la misión de La Salle en los países africanos donde está presente. Allí se atiende a una población de mayoría musulmana y se presta especial atención a la mujer, «para darle una formación y que no tenga que depender del hombre». Para Sauras, «prueba del éxito es que cuando me marché yo era el único blanco. Profesores, gestores y demás ya son población local. El objetivo no es solo ayudar, es también poder marcharse y que el propio país pueda gestionar sus servicios. En un mundo ideal, no deberíamos hacer falta, debería existir un mecanismo internacional de ayuda a países con necesidad. Pero la razón por la que están presentes las ONG y las misiones religiosas se debe a que todavía no es posible aportar ese dinero al Gobierno en algunos países, ya que se corre el riesgo de que no llegue a la población. Ojalá pronto no sea ya necesario ningún misionero ni cooperante en ningún país del mundo excepto en situaciones de máxima urgencia».

Jorge Viejo
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Jorge Viejo, en Mieze

Zaragozano de 48 años, tenía 35 cuando se fue como misionero laico. Estuvo dos años en Mozambique, participando en el Instituto Agropecuario de Nacuxa y otros dos en Honduras, ayudando en un colegio y atendiendo a presos en la cárcel. «Regresé a Mozambique, esta vez a Mieze, para desarrollar un proyecto de recuperación de tierras para la agricultura con Manos Unidas». Cinco malarias consecutivas le obligaron a regresar a Zaragoza.

La nueva ola de misioneros aragoneses

Ese recambio con cooperantes laicos supone que, en ocasiones, el misionero encuentre el amor en un país lejano y forme allí una familia. Así le sucedió al zaragozano Germán Sánchez Miguel, de 48 años, y que en 1994 decidió hacerse cooperante de MISEVI y viajar a San Pedro Sula, en Honduras. «Tenía entonces poco más de 22 años y, a través de las Hijas de la Caridad, fui a Valencia a ayudar en un albergue para enfermos de sida. Fue una experiencia que me marcó profundamente y que despertó en mí el deseo de ayudar. Cuando te decides a irte, no sabes si es un proyecto a largo plazo, en mi caso no me planteaba quedarme mucho tiempo en Honduras. Ahora entiendo que esa llamada te acompaña hasta el final».

Cuando llegó a San Pedro Sula, donde la pobreza era «intolerable», Sánchez puso en marcha un programa para atender a enfermos de VIH, que con los años se convirtió en una asociación cuyo esfuerzo consiguió que el Gobierno hondureño administrase retrovirales a los enfremos de sida. «En esa localidad conocí a Delmy, hondureña que trabajaba también de misionera. Nos enamoramos, nos casamos, y allí nació Daniel, nuestro primer hijo». Después, la ONG les propuso ir a Bolivia, a Cochabamba, para coordinar hasta 11 proyectos relacionados con niños discapacitados, atención sanitaria en cárceles y programas contra la violencia de las mujeres. Allí, nació la segunda hija del matrimonio.

Germán Sánchez y su familia
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Germán Sánchez, en familia

Es misionero laico desde hace 25 años y actualmente en Cochabamba (Bolivia), donde atiende a niños discapacitados y presos, entre otros proyectos. Este zaragozano de 48 años conoció a su actual esposa en Honduras y actualmente tiene dos hijos: Daniel y Ana Ruth.

Germán Sánchez viaja con su familia a Zaragoza una vez cada dos años. No contempla en ningún momento regresar y admite que es feliz en la misión. «Mi patria es el ser humano», resume.

En situaciones de peligro

Todos tienen situaciones difíciles, en las que han temido por su vida. Enfermedades que se complicaron, como es el caso de Jorge Viejo, que tuvo cuatro malarias seguidas. Bombardeos, como Carmen Acín, que ha vivido tres guerras civiles. O la amenaza del ébola, que sorprendió a José Manuel Sauras cuando estaba en Togo. «Todos los cooperantes se estaban yendo y un niño se acercó a preguntarme cuándo me marchaba yo. Le dije que no me iría. “Pero todos los blancos se van”, aseguró. “Yo, me quedo aquí, pase lo que pase”, contesté. Afortunadamente, el virus no llegó a entrar en el país».

Carmen Acín recuerda una terrible noche en la que los independentistas mozambiqueños huían de las tropas portuguesas. «El país todavía no había conseguido la independencia y la guerra me sorprendió en mis primeros años de misión. Recuerdo las bombas sembradas en el camino, la necesidad de salir a atender a los heridos...».

Carmen Acín
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Carmen Acín, toda una vida en Mozambique

Natural de San Mateo de Gállego (Zaragoza), tiene 85 años y ha pasado más de 50 en Mozambique. Ha sobrevivido a tres guerras y tuvo que regresar a Zaragoza por motivos de salud.

Experiencias tan intensas marcan y es difícil adaptarse a la vida normal cuando se regresa al hogar. Mª Luz Guiral reconoce que le costó marcharse de Ecuador. «Imagina, había vivido desde 1977 a 1986 en el pueblo de San Clemente. Después, otros nueve años en Santiago. De allí, en 1995, me mandaron a Ecuador, para fundar la misión. Estuve viviendo siete años en la selva. Todo ese tiempo he enseñado a alumnos, acompañado a enfermos, formado a mujeres... Es difícil dejarlo atrás».

Quizá por ello todos los misioneros de este reportaje continúan ayudando en distintas asociaciones. Jorge Viejo ahora es bombero, pero a través de la Asociación Hablamos es voluntario en en Mediacion Penitenciaria en la Carcel de Zuera. Confiesa que durante meses ha tenido «una sensación de irrealidad. Me cuesta acostumbrarme a la burocracia, al hecho de que aquí tengamos tantos medios y sea tan complicado hacer algo y allí en Mozambique, con tan pocas cosas, pudiésemos hacer tanto». Por su parte, José Manuel Sauras está en Cáritas y, además, colabora con la Fundación Sopeña. Para él, el regreso fue complicado: «Zaragoza ha cambiado tanto en los últimos 30 años... La gente es distinta, muestra más descontento y es más desconfiada». Un sentimiento que comparte con Germán Sánchez. El zaragozano sigue de misión, pero percibe en los visitantes ese cambio del que habla Sauras: «Se habla de la crisis en vocaciones religiosas, pero yo percibo aún más la escasez de vocaciones en sí. Muchos voluntarios que recibimos por un tiempo corto en realidad son gente que no sabe qué hacer con su vida. Vienen en busca de un nuevo proyecto, inmersos en la desesperanza y la inseguridad».

Y las veteranas Carmen Acín y Mª Luz Guiral siguen igual de activas. Acín ayuda los lunes en una residencia de ancianos, los viernes da clases de repaso de música en San Pablo... Guiral decidió centrarse en atender a las religiosas mayores que no tienen familia. «Y los miércoles, de 17.00 a 19.00 estamos aquí, en la delegación de misiones, en la Casa de la Iglesia (plaza de La Seo, en Zaragoza), para atender a todos los que sientan la llamada y quieran salir allí, a ayudar en el mundo», se despiden.

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